Voolaaree, Nel blu dipinto di blu


Nada como los aeropuertos para fijar la voluble condición humana: la diversidad de personas (razas, apariencias, actitudes, comportamientos), expectativas, ilusiones; templanza o histeria ante una cola que no avanza o un vuelo que se pierde. Hay quien se deja aconsejar, quien pierde los nervios, quien reclama e insulta en todas las lenguas posibles (ingles, a menudo), quien se deja aconsejar a la espera de mejores perspectivas.

Los trabajadores lidian infatigables con problemas de los que no son responsables - si acaso, las codiciosas empresas para las que trabajan-, sacando adelante a base de tesón y paciencia cualquier situación, por difícil que resulte. 

Una vez superado el "ínconveniente" un bálsamo de paz nos conduce, cuál rebaño amedrentado, hacia un gigantesco duty free donde relajarnos ... consumiendo. A bordo de cualquier vuelo diversidad de nuevo.  Y más consumo: loterías, puntos, comidas, refrescos, combinados ... una insoportable matraca que,  sumada al llanto de unos niños hiperconsentidos (e hiperventilados) convierten el viaje en experiencia tortuosa. 

Del norte nos desplazamos al sur. Del sur al norte. Quizás buscando paraísos para los que no estamos preparados. En unos nos congelamos, detestamos el invernal cielo gris de Ámsterdam en agosto. Mientras, nuestros vecinos del norte hinchan el bofe, suspiran como sapos bajo el rubio bigote ante la calima amarillenta de Catania: no es fácil pasar de veintiséis grados (Barajas) a dieciséis (Schipol) o treintaiseis (Fontanarossa). Todo bajo el cálido confort enmascarado que trata de impedir que el virus se propague, al tiempo que nos propagamos los turistas. 

No tengo claro si con esta vuelta a la normalidad se trata de recuperar el trabajo, la codicia, o ambos. Lo cierto es que aquí estoy, a tres mil kilómetros de mi casa después de haber volado el doble. 

Milazzo, Pizzería di Tonino. Aguardamos en el infierno la entrega de una quatre  stazione. En la terraza no se soportan los treintaicinco grados, pero en el interior hay cuarenta. Mejor terraza. Las parejas parecen cenar frente a las velas ajenas al calor. Il diavolo oficia ante el horno sin sufrir los rigores de las llamas. De vez en cuando seca indiferente el sudor de su frente. Una cuadrilla de ángeles de negro delantal despacha ruedas y cajas sin descanso: el dinero entra, la gente sale, el fallecido -¡ay!- Battiato canta desde la radio recordándonos que olvidó: " ... siguen pasando despacio Los trenes de Tozeur".

Comentarios