Viento de Levante

"Buona note, comandante". Los italianos no se cortan, igual da la eslora de tu barco, si eres patrón de uno, eres comandante. Imagino que a los propietarios de grandes esloras que nos acompañan en los pantalones de Rocelo Ionica los tratarán de almirantes, como mínimo.

La jornada ha sido diversa: fuertes vientos para salir del canal de Mesina y ausencia total de ellos en la punta de la bota, el punto más meridional de la península, cabo Spartivento. Su nombre es tan evocador como el de las poblaciones próximas: Áfrico Nuovo, Bronzzano Zeffirio, Fumara Buonando ... más ampulosas en su denominación que interesantes, por lo que se aprecia desde el mar: un conjunto de sierras peladas y achicharradas, con cultivos escasos e industria inexistente. Tampoco turística, salvo alguna tímida iniciativa. Quedan, eso sí, las ruinas oxidadas por la intemperie de una planta carbonera - los silos, tinglados y depósitos de gas amenazando desplome con los temporales del invierno próximo-, los espigones inútiles de un puerto con su entrada cegada por la arena, las estructuras siniestras de docenas de edificios que dejan ver los montes a través de ellos... en fin, que El sur también existe,  pero no parece pesar mucho en el cómputo de la nación. Iniciativa  no falta. Con las primeras luces de la mañana nos visita Saverio - figura en las guías de navegación como "comerciante atento y servicial desde hace treinta años"- se acerca ofreciendo croissants que más tarde regala, para terminar encauzando una venta de mayor importe.  Primero da, luego recibe. Tal vez esté en los genes que griegos y fenicios dejaron en los habitantes de estas aguas que hoy navegamos: después de varios siglos, los delfines siguen jugando con las proas de los barcos como si se tratase de aquellos, los levantinos ejerciendo su magisterio comercial por el mundo igual que entonces. 

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