Crotona

Siempre  he querido cantar Mediterráneo a voz en cuello. Aun no habiendo nacido aquí siento como mías cada una de sus palabras. No soy original, le ocurre a millones de personas. Ignoro cómo llevará Serrat esa responsabilidad en el cincuentenario de aquel álbum magistral. Empequeñece pensar que escribía cosas tan hondas y universales siendo tan joven. Esta noche sin viento, con el barco avanzando lento en un mar sin olas, me viene a la cabeza su canción: "de Algeciras a Estambul para que pintes de azul tus largas noches de invierno"; versionada cien veces. ¿Quién no desearía ser ribereño ante esos versos magistrales?

Agarrado al timón contemplo el mar oscuro fundirse con el cielo. Hace rato que se oculto el gajo de luna que ponía un contrapunto a la oscuridad y ahora las estrellas cubren la bóveda celeste. Se mueven al compás del cabeceo de la proa. Júpiter brilla orgulloso entre todas. En la costa se desata un incendio que se extingue con rapidez: una lengua de fuego asciende vigorosa el monte levantando una humareda densa, resinosa. En la soledad de la cubierta la imaginación se dispara: recrea una refriega entre aqueos y atenienses, la toma de una colonia, el asesinato de sus pobladores, la quema de  cosechas y viviendas; la violencia desatada, el pago de rescates en bienes o personas. No hay mucho que imaginar. Ha ocurrido demasiadas veces.
Pasada una hora los bomberos parecen haber controlado el incendio. Son las cuatro de la madrugada y solo quedan rescoldos y humo. Todo es silencio en la distancia. La cabeza fantasea de nuevo, la mente se desliza ahora a un grupo de pescadores que regresara a su aldea después de faenar ... dos milenios antes de esta noche. Mejor no pensarlo. 

Arribamos a Crotona al amanecer. 
Paseando sus calles se aprecian sucias aceras, jardines, espacios públicos; en cambio es enérgica, vital. Balcones y tendederos repletos de coladas agitándose al viento lo atestiguan. La ciudad donde Pitágoras fundó su escuela tiene el aire decadente de los puertos del Sur. Recuerda a Oporto en el Mediterráneo: contraventanas de aire veneciano, desconchados en las paredes, terracota en las fachadas, calles adoquinadas, caos circulatorio. Un casco antiguo lleno de encanto, aunque descuidado. Una melancólica señora, sentada en la puerta de su casa, nos indica que el castillo de Carlos V con sus torres y barbacanas "servía de tentación a los suicidas del pueblo, es por eso que permanece cerrado". Lo dice con resignación. No se sabe si por el castillo, por los suicidas o por ambos. 

Una frutería en el sur es una tentación para los sentidos: grandes tomates para ensalada, otros con forma de pera para la salsa, diminutos para acompañar la pasta, aromáticos, de un rojo intenso; higos grandes y rotos de dulzor, pimientos en su rama, avellanas agarradas todavía a sus hojas; aromáticas: menta, hierbabuena, albahaca, imprescindibles en la cocina mediterránea. Todo el sabor en unos pocos metros cuadrados. Atiende una hermosa señora madura de rasgos fuertes, fieros y determinados. Recuerda a Silvana Mangano en  Arroz Amargo, a la Sofía Loren de sus primeros papeles.

Crotona, olímpica, decadente y sabia mira nostálgica hacia Grecia y su pasado esplendor.

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