Mariángela


"Mariángela, vene", ruega una anciana desde un banco a otra que amenaza con irse. Aún es pronto y las vecinas han ocupado el lugar junto al paseo, ahora que el sol se ha retirado y el viento comienza a refrescar la cuidad. Es sin duda el mejor momento del día. En la abigarrada Gallipoli no hay espacio para tribus, ni para remilgos: los turistas comparten calle con sus moradores, los chavales pasan delante de los comercios de regalos con los bañadores mojados y la felicidad de quien ha derrochado la tarde entera entre amigos, las parejas pasean perfumadas, elegantes - estamos en Italia, el aspecto lo es todo-. Un hombre joven vende conchas y caracolas que ha dispuesto sobre un precario tenderete. Lo hace con sus -tres- hijas de corta edad. Una, revoltosa, ha dejado caer algo de género al suelo. El padre la reprende severamente y ella rompe ha llorar sin consuelo. La abraza después de un rato en una disculpa silenciosa. Prefiero pensar que el sustento de los cuatro no depende de esa venta.

En las calles estrechas del casco histórico se dan cita clientes y trabajadores. Unos disfrutan de la brisa en terrazas y azoteas, otros elaboran delicias en trastiendas oscuras, mal ventiladas, abiertas a callejones estrechos donde apenas corre el aire. 

Dos chavales juegan a la pelota delante de su casa, pasa una moto de gran cilindrada; la madre del más pequeño llama su atención como un personaje del neorrealismo italiano: todo carácter, determinación brutal. Y vital: la casa es humilde, la chica muy joven.  El niño la imita: "La mía mamma grita siempre". Su amigo se hace cargo. 

Los carritos a motor rodean la ciudad ardiente. Adornados con guirnaldas  de plástico y parejas hermosas, sonrientes, felices, se abren paso a pitidos entre los transeúntes. Las aceras no existen, se las han comido las terrazas. 

De regreso al barco, docenas de gatos negros esperan los restos de comida de los marinos de fin de semana. Un Corto Maltes en bañador y chancletas, el pecho descubierto, llena diligente las bandejitas de plástico que la brisa no se ha llevado al mar. El aire entre los muelles y las terrazas huele a orines, gofres, pescado frito y perfume caro. 

Mariángela remolonea, se hubiera ido hace rato si tuviera algo mejor que hacer en casa que ver la vida pasar.

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