Depedro inaugura el festival Terraceo

 

 Hay músicos que no defraudan nunca. Tanto en directo como en sus grabaciones, el grado de honestidad, buen hacer y conexión con un público que no deja de crecer y fidelizarse desde su primer álbum como Depedro es tan alto, que uno queda siempre con ganas de más. El artista y sus músicos se lo entregan sin hacerse de rogar demasiado. Así comparecen desde el minuto primero en el escenario: dispuestos a quedarse en la cintura, los pies y el corazón de la gente hasta el final del concierto, y aun después. Ponen a bailar y emocionan a un personal, digamos madurito, pero bien capaz de disfrutar de placeres adultos. A saber, excelentes letras salpicadas de amor sin empalago (Como el viento, Te sigo soñando, Tu mediodía); denuncia contundente, oportunísima de la situación de injusticia que reviste toda migración, sin mencionarla de forma explícita (Panamerica o Defectuoso), que nos conecta de inmediato con el río Grande y ese otro río de inmigrantes que intenta cruzarlo hacia Estados Unidos. Despiadado, arrogante y oportunista vecino del norte, que atasca en su frontera a todo un continente. También hay en su propuesta tributo agradecido, deudor de los grandes maestros (Fiesta, Llorona, El pescador); oportunas, mágicas ambientaciones repletas de vitalidad cosmopolita que nos dan idea del carácter de un músico que explora, viaja e integra, haciendo pasar por su tamiz los sonidos del mundo sin importar su origen. Sí, la capacidad para emocionar con historias intensas, apasionadas.

Acompañado por una sólida banda, tan básica en número como eficaz en la ejecución (el guitarra, a quien Jairo presenta con un simple Quique, es capaz de hacernos levitar con un sonido limpio y vibrante; también su batería desde los tiempos de La Vacazul; o un bajo con grandes dotes, además, para los coros; o el magnífico músico originario de Porto, que llena la noche de aires tex-mex con las percusiones, la trompeta o el acordeón (bien sea una ranchera, habanera, tango o fado, cualquier tema suena mejor si participa este festivo o melancólico instrumento).

DePedro y los suyos llenaron de magia la azotea del auditorio Mar de Vigo. Lugar desde el que presumir ante los artistas que nos visitan, de la magnífica vista sobre el puerto comercial y pesquero. De una ría entre cuyas islas se despide el sol durante los conciertos. O se tiñe, minuto a minuto, de tonalidades ambarinas, dejando a oscuras el mar infinito. Hasta que  asoma venus con hiriente nitidez y el viento comienza a amainar, una vez los músicos encaran los bises. Nos traen sones de allá o se los llevan de acá a ese otro lado del océano: vienen Caléxico, Chavela Vargas, Toto la Monposina, Camilo Lara; se va Serrat, subiendo o bajando esa cuesta infinita donde la Fiesta no acaba nunca mientras haya artistas que recreen sus temas con la energía y amor que Jairo les pone. Entonces, aunque nos amenace, “el Nano” no habrá acabado de irse.

Y aunque como público no seamos la coral Casablanca, hacemos lo que podemos con Por la mañanita: entre todos confirmamos que la música no existe, salvo cuando se interpreta. DePedro nos hace escuchar, además, su corazón.

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