Adopción
Este breve
alegato viene al caso de la película que me gustaría comentar. Vista desde
nuestro tiempo, y en el marco de la sociedad en que vivimos, pudiera parecer
anacrónica, estar muy lejos del colectivo arcoíris del que creemos formar parte
y ser, en ocasiones, referente mundial de libertades y entendimiento. Nada más
lejos de la realidad, como atestigua el escandaloso goteo de crímenes,
agresiones y violaciones individuales o grupales contra mujeres, que tienen
lugar cada vez con más frecuencia (y menos edad del agresor) hacia ellas. Nada de echar las
campanas al vuelo, por tanto, y dar la bienvenida a una ley que intenta poner
las cosas en su sitio; aun a pesar de las aberraciones que pueda contener, o las
mejoras que se puedan desarrollar.
Adopción fue realizada por Márta
Mészáros en el año 1975, en Hungría, en blanco y negro. Relata la vida
solitaria y gris de Kata, trabajadora en una fábrica de artículos de madera. Viuda,
sin hijos, de costumbres monótonas, vive sola desde la muerte de su marido. Nada
parece, pues, demasiado estimulante a la hora de seguir su historia. En cambio, el
personaje enseguida se revela como mujer libérrima, luchadora: no se resigna a
perder el tren de la maternidad a sus cuarenta y tres años. Ella está sana, su
médico se lo ha confirmado en un análisis solicitado a tal fin. Pero Kata tiene
un amante. Casado y con dos hijos, de profesión cerrajero, trabaja en la fábrica
que emplea a los dos. Se ven a escondidas, esporádicamente. Ella acepta el
hecho de que él no desee separarse de su mujer, mantenga a su familia. Incluso
accede a conocer a esta por decisión de él. La relación pierde pie definitivamente cuando ella le plantea tener un hijo juntos. Al manifestarlo con honestidad, decide
no engañarlo pudiendo hacerlo. Al hombre la decisión le parece una locura: dos
familias, un hijo al que no conocer o ver a ratos. Intenta disuadirla.
La decisión de Kata se hace firme cuando sabe, de manera casual, de las chicas de un hospicio próximo. Jóvenes adolescentes maltratadas por sus padres, con inquietudes y proyectos vitales a prueba de bomba, desean, sin embargo, formar una familia y ofrecer a sus hijos el amor que nunca recibieron de estos. La experiencia de Kata ante el centro de acogida estatal, en la mediación frente a los padres de una de las chicas para que pueda casarse con el joven al que ama, la llevará a replantearse su situación. Los chicos, aun siendo menores de edad, lograrán su propósito —Hungría, año 75, hospicio; ese es el marco—, tras la firma de un contrato de no renuncia ante los padres de ella. El desarrollo de esa peripecia, y la negativa del amante de Kata a darle el hijo que desea, la llevan a adoptar un bebé por su cuenta.
La vida sigue para
ella, continúa en otra etapa.
Vista con la
distancia de cincuenta años, desde la perspectiva del debate en torno a la
adopción mediática y cínica suscitado en nuestro país a raíz del caso de una
famosa presentadora; y poniendo el hecho bajo la lupa del feminismo más básico,
o incluso desde los valores de una sociedad que aspira a tenerlos, el relato de
Kata y las chicas que se muestran en esta cinta está a años luz —para mejor— de
algunos comportamientos y actitudes con los que nos envanecemos en esta progresista
España del siglo XXI.
Nada que
objetar, por tanto, a una película que, a priori, se ofrecía como gris y
anacrónica, cuando los que están fuera de lugar son las actitudes soberbias y mercantilistas
de algunos colectivos que confunden derechos con explotación. Por muy simpáticos,
célebres o buenos profesionales que sean.
¡No a los
vientres de alquiler! Si uno gana alguien pierde. Se llama capitalismo.
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