Adopción



    Con la aparición de la ley de Libertad Sexual o “ley del sólo sí es sí” y la polémica asociada a esta hasta su aprobación el pasado 20 de abril —tras haber polarizado a la sociedad española, a sus representantes, y a las distintas sensibilidades de entender esta lucha legítima—, en ocasiones se puede tener la impresión de que sea una demanda de hoy, de ayer como mucho. El feminismo y su lucha por abrirse paso en una sociedad más justa y libre es una reivindicación que vienen llevando a cabo las mujeres desde el siglo XVIII, con todas las “olas” que tratan de recoger el pensamiento, ideario, reivindicaciones y diversidad de un colectivo que representa los derechos y libertades de la mitad la población mundial. El feminismo no es uno, son muchos, como muchas son las mujeres que lo integran.

Este breve alegato viene al caso de la película que me gustaría comentar. Vista desde nuestro tiempo, y en el marco de la sociedad en que vivimos, pudiera parecer anacrónica, estar muy lejos del colectivo arcoíris del que creemos formar parte y ser, en ocasiones, referente mundial de libertades y entendimiento. Nada más lejos de la realidad, como atestigua el escandaloso goteo de crímenes, agresiones y violaciones individuales o grupales contra mujeres, que tienen lugar cada vez con más frecuencia (y menos edad del agresor) hacia ellas. Nada de echar las campanas al vuelo, por tanto, y dar la bienvenida a una ley que intenta poner las cosas en su sitio; aun a pesar de las aberraciones que pueda contener, o las mejoras que se puedan desarrollar.

Adopción fue realizada por Márta Mészáros en el año 1975, en Hungría, en blanco y negro. Relata la vida solitaria y gris de Kata, trabajadora en una fábrica de artículos de madera. Viuda, sin hijos, de costumbres monótonas, vive sola desde la muerte de su marido. Nada parece, pues, demasiado estimulante a la hora de seguir su historia. En cambio, el personaje enseguida se revela como mujer libérrima, luchadora: no se resigna a perder el tren de la maternidad a sus cuarenta y tres años. Ella está sana, su médico se lo ha confirmado en un análisis solicitado a tal fin. Pero Kata tiene un amante. Casado y con dos hijos, de profesión cerrajero, trabaja en la fábrica que emplea a los dos. Se ven a escondidas, esporádicamente. Ella acepta el hecho de que él no desee separarse de su mujer, mantenga a su familia. Incluso accede a conocer a esta por decisión de él. La relación pierde pie definitivamente cuando ella le plantea tener un hijo juntos. Al manifestarlo con honestidad, decide no engañarlo pudiendo hacerlo. Al hombre la decisión le parece una locura: dos familias, un hijo al que no conocer o ver a ratos. Intenta disuadirla.


La decisión de Kata se hace firme cuando sabe, de manera casual, de las chicas de un hospicio próximo. Jóvenes adolescentes maltratadas por sus padres, con inquietudes y proyectos vitales a prueba de bomba, desean, sin embargo, formar una familia y ofrecer a sus hijos el amor que nunca recibieron de estos. La experiencia de Kata ante el centro de acogida estatal, en la mediación frente a los padres de una de las chicas para que pueda casarse con el joven al que ama, la llevará a replantearse su situación. Los chicos, aun siendo menores de edad, lograrán su propósito —Hungría, año 75, hospicio; ese es el marco—, tras la firma de un contrato de no renuncia ante los padres de ella. El desarrollo de esa peripecia, y la negativa del amante de Kata a darle el hijo que desea, la llevan a adoptar un bebé por su cuenta.

La vida sigue para ella, continúa en otra etapa.  

Vista con la distancia de cincuenta años, desde la perspectiva del debate en torno a la adopción mediática y cínica suscitado en nuestro país a raíz del caso de una famosa presentadora; y poniendo el hecho bajo la lupa del feminismo más básico, o incluso desde los valores de una sociedad que aspira a tenerlos, el relato de Kata y las chicas que se muestran en esta cinta está a años luz —para mejor— de algunos comportamientos y actitudes con los que nos envanecemos en esta progresista España del siglo XXI.

Nada que objetar, por tanto, a una película que, a priori, se ofrecía como gris y anacrónica, cuando los que están fuera de lugar son las actitudes soberbias y mercantilistas de algunos colectivos que confunden derechos con explotación. Por muy simpáticos, célebres o buenos profesionales que sean.

¡No a los vientres de alquiler! Si uno gana alguien pierde. Se llama capitalismo.

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