Sapiens


Fue sin duda el monumental cabreo que agarré de buena mañana el que me llevó a escribir esta entrada. Me disponía a satisfacer unas tasas de la Escuela Oficial de Idiomas ante una ventanilla del banco BBVA, cuando me encontré ante los ojos un cartel que rezaba "cerrado a partir de las 11.00 horas"; apenas eran las 12.00, una hora nada sospechosa para resolver trámites como aquel. El cajero —el empleado— trajinaba entre la ventanilla y el cajero —la máquina— enseñando a los clientes cómo operar con el banco a través de dicho aparato. Ante mi protesta, el empleado, ya de edad provecta,  alegó que "él no ponía los horarios". Repliqué argumentando que, al menos, trasladase mi enorme disconformidad a sus superiores. En definitiva, me hizo luz de gas; mejor aún, me dio a entender que "si no le gusta, ahí tiene la puerta".

Y por la puerta me fui, con un palmo de narices y las tasas sin pagar. Indiqué más arriba que el empleado era de edad avanzada, y cumplía con diligencia la misión encomendada por su empresa: si su puesto de trabajo lo había de ocupar una máquina en el porvenir, debía formar en su manejo a los usuarios futuros, y por tanto, detraerse tiempo de su puesto junto a la caja para ese menester. Es una rutina que hace ya varios años se observa en las entidades bancarias: una persona acompaña a otra a las afueras del templo para situarla ante una capilla menor —infinitamente más eficaz, que no se cansa ni exige aumento de sueldo—, donde le indica como proceder. En términos lumpen sería aquel amigo experto que le acompaña a uno al camello a "pillar": la realidad es otra, la mecánica exactamente la misma. Comencé entonces a sospechar que, más pronto que tarde, este caballero se encontraría ante un Expediente de Regulación de Empleo: esa fórmula magistral que el capitalismo feroz y siempre incontinente, se ha inventado para abaratar los costes laborales. Y aún después, atando cabos, caí en la cuenta de que este banco se halla en un proceso de fusión con el Sabadell. En el pasado este tipo de coyundas resolvían los desagradables asuntos de la dote en privado, en la trastienda del negocio, antes de que tuviese lugar la feliz unión. Hoy, desde que gobernantes y gestores miran para otro lado —no vaya a ser que en las próximas elecciones, el director de una estas grandes corporaciones acompañe al cajero al candidato y le diga lo que cuestan sus pretensiones— estos flecos se solventan a plena luz del día, aireando las relaciones prematrimoniales, lanzando a los cuatro vientos la exitosa futura unión vía telediario e informativos radiofónicos; la vaselina, siempre muy necesaria en estos encuentros, ya la ponen a dos manos las fuerzas sindicales allí donde sea preciso. Alguna migaja caerá, y chitón. 

Así han conseguido "reinventarse", ¡solo en el último mes!,  La Caixa y Bankia creando el mayor banco de España por volumen de negocio (citando a Millás: "vaya usted a saber qué es eso"); de los veinte mil millones de euros que la segunda de esas entidades debe al Estado nadie sabe nada, ¡aunque se  pregunte con insistencia! Bilbao y Sabadell van camino al altar como queda dicho. Santander se ha puesto "picajoso" y anuncia 4000 despidos entre bajas incentivadas, prejubilaciones y jubilaciones. Uno podría pensar que las tasas que nos cobran por gestionar nuestros dineros habrían de disminuir o desaparecer, dado que se cierran oficinas y se prescinde de empleados en favor de las nuevas tecnologías. Nada más lejos, han subido. Subirán más.

En su día hicieron lo mismo Iberia, RTVE, Telefónica... El último caso me toca especialmente cerca por ser la empresa en que trabajaba: 73.000 empleados en 1988, 22.700 a día de hoy; y bajando. Tasa de reposición de empleo, nula; es decir, no entran empleados nuevos con sueldos similares a aquellos que nos fuimos, sí becarios mileuristas —remuneración, de 750 a 1100 €; localización, Madrid— llamados irónicamente "Talentum" o subcontratados en régimen de falsos autónomos. En un sector, el tecnológico, que está muy lejos de haber tocado techo; donde una persona, joven o adulta, preferiría pasar hambre a prescindir de su terminal, banda ancha, series favoritas, abono al fútbol o a las carreras.

En este contexto el desempleo juvenil llega en España al 40,5% de la población, la deuda contraída por el Estado es superior a la de 1902 y alcanzará, el año que viene, el 120% de nuestro PIB. De no modificarse las políticas de empleo, estos serán los números que heredarán las generaciones venideras, expertos y adictos, por otra parte, al manejo de todo tipo de "cacharritos" tecnológicos: ellos formarán al último empleado del banco, si es que aún queda alguno, para que les indique como multiplicar sus saldos paupérrimos ante el terminal. Lo que si se han apresurado a cambiar desde el Gobierno —como acostumbra a ocurrir, sin el más mínimo consenso, luego, habrá otras— es la Ley de Educación. Y van ocho, en cuarenta años. Al final harán buena la E.G.B. que cursamos los que hoy estamos en los cincuenta. 

Por completar el desolador panorama 2.247 personas se encuentran hacinadas en las instalaciones portuarias del puerto de Mogán, Gran Canaria. Unas 15.000 personas en el campo de refugiados de Moria, Lesbos, concebido para 2.800. Pero no hay que preocuparse, las cifras por Covid bajan significativa y sorprendentemente en Madrid —hasta Iñaki Gabilondo lo admite, nobleza obliga— y el Black Friday ya está aquí. Después vendrá la Navidad con su orgía de consumo desaforado. Menos mal que ya nos están echando una mano desde AliExpress y Amazon. Estos últimos ofrecen fraccionar el pago de nuestras compras hasta en cuatro plazos. ¡Así no dejo de ver sus furgonetas por las calles!, modernos renos de este Papa Noel calvo y obscenamente multimillonario.

Por mi parte, ya más tranquilo a esta hora vespertina, me refugio en la lectura de Sapiens, Yuval Noah Harari, por tratar de comprender algo, aunque ya en la página doce soy advertido: "hace 200 años, con la revolución industrial, familia y comunidad son sustituidas por Estado y mercado. Extinción masiva de plantas y animales".

Aun así, continúo con terquedad.


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