Tramo 3, Camino del Cid, las tres taifas: Pilar.

 

Me cuenta que le permitieron llevar agua en un termo para poder bautizar a su hijo en la catedral:

—¡Pero la bendicen, antes de utilizarla, eh! —asegura, ante mi cara de sorpresa.

En Albarracín los niños se cristianan en la catedral, y si el tuyo tiene la "suerte" de nacer en invierno, las temperaturas pueden llegar a alcanzar los -24 °C, de ahí la inquietud de las madres, la pila bautismal es amplia y al niño lo sumergen por completo. 

Sería mi segunda sorpresa durante nuestra visita al templo. La primera se produjo cuando me mostró el claustro, completamente cerrado, contradiciendo su definición —galería que cerca el patio principal de una iglesia o convento—, aquí el patio no se ve, por razones obvias. Aún habría de hacer más referencias al frío extremo: los vitrales no son tales, la función de iluminar se deja al alabastro, como en las linternas de algunas casas notables de la ciudad. 

Me sorprende que hable en plural en cada una de las capillas, naves o corredores de la catedral al describírmelos: "en esta pared surgieron frescos del XVIII cuando levantamos el yeso", "el suelo de esta capilla estaba enterrado hasta un altura de un metro: apareció como la ves, después que sacamos los escombros", "tenemos certificados (!) de autenticidad de San Fausto, escondido tras el retablo del Pilar —dice entre risas—, ¡cosa que no tienen en Toledo!"... y así para edificios religiosos o civiles en toda la localidad. Le pregunto si es restauradora, además de guía, "no, pero aquí todos colaboramos en las obras de mejora y restauración". Se percibe el orgullo que siente por su pueblo —perdón, ciudad, aunque sean pocos— y por eso no le parece adecuada la candidatura a Patrimonio de la Humanidad: "has tenido mucha suerte al conocerla así, Albarracín ya desborda cualquier fin de semana, si somos Patrimonio nos moriremos de éxito, como tantos lugares que ya lo son", sus palabras denotan impotencia y rechazo.

Me habla de las fiestas de mediados de septiembre, de la pasión por las vaquillas, de la suelta de reses bravas por las calles a las que hay una gran afición. Una vez más, sorprendido, miro a un lado y a otro en las estrechas calles y pregunto "¿pero dónde os refugiáis?, aquí no da para poner un burladero". Se ríe y me explica: nada de burladeros, ¡a correr como los gamos, calle arriba y abajo! Mi hijo lleva haciéndolo desde que tiene seis años. "¿Y le dejas?" —¡Esta mujer no para de sorprenderme!— "¿Qué voy a hacer?, en una ocasión un animal le dió un topetazo y lo ocultó para que no se lo viese, ¡es pasión!". El treinta de abril, en cambio, celebran los Mayos, en ellos ensalzan la belleza femenina, espero que el chaval cuya madre llevó agua tibia a su bautizo lo tenga en cuenta.


Comentarios