Una de porrazos

Lo mejor de Bullet Train es, sin duda, el bullet train. Ese tren bala que, como un personaje más de esta alocada narración, nos traslada a un mundo tecnológico y un punto infantil con aire de comic manga. Completamente ajeno a este imaginario, espero que los escasos seguidores presentes en la misma sala semivacía se hayan divertido con la propuesta: lo cierto es que no se oyó, durante toda la larga proyección, una sola carcajada o risa floja ante la infinita cascada de chistes malos, fáciles, previsibles y hasta políticamente correctos (¡lo peor!), aderezados con lenguaje soez y porrazos que se ven y escuchan durante toda la película.

Lo que pude observar —¿apreciar?— en la peli, es una ensalada mal aliñada entre el género kung-fu de mi infancia y adolescencia, con ecos de Bruce Lee, vengador de alguna afrenta pasada y sangrienta, adornada con mucho mamporro a lo Bud Spencer y Terence Hill. Estos últimos, sin embargo, inventaron esa puesta en escena simpática, rebosante de bonhomía, donde hasta los malos parecen buenos chicos descarriados a los que basta, para meter en cintura, algún bofetón a mano abierta; nunca hubo sangre, y sí mucha percusión acompañando cada golpe—. Otra clara referencia presente en este disparate es al peor Quentin Tarantino. Como un mal émulo de este, el director David Leitch —y su guionista Zak Olkewicz sobre el libro de Kotaro Isaka—, nos conducen a través de la increíble historia de un grupo de asesinos a sueldo contratados por la misma persona —La peste blanca: un sicario-yakuza-ruso-karateka (!) con acento de rrrruso de serie B y turbio pasado vengador—, que debe matarse entre ellos. En algún caso lo consiguen. A pesar de innumerables balaceras, una serpiente venenosísima, las espadas samurái, los golpes letales con puños, piernas y todo tipo de objetos contundentes, estos hombres (y alguna mujer) con frase pretendidamente “divertida”, no mueren ni debajo del agua. Literal.

Lo dicho, si juntamos en el mismo film, Mas fuerte, muchachos; Kill Bill, o El furor del dragón casi nos sale esta. Resta añadir el tren bala — al servicio exclusivo de estos asesinos de pulp fiction, sin más pasaje que ellos mismos y unos empleados que dan la réplica como japoneses tontos, a norteamericanos listos—, además de una sucesión de chistes de José Mota.

Lo que me llevó a la sala fue la propuesta de una película de acción protagonizada por el gran, Brad Pitt, y dirigida por un antiguo especialista de cine (doblador de aquel en sus escenas de riesgo). En el caso del especialista reconvertido en director (Fast & Furious, Deadpool 2), me cuesta creer que hayan puesto tanto dinero al servicio de esta patochada: ignoro cómo de bueno será Leitch en su anterior profesión, pero, desde luego, no escoge buenos guiones; aunque sí muy rentables, pero esa es otra cuestión. La dirección ya es otra cosa, no ha de ser fácil en absoluto dirigir todo este “cotarro” insensato. Respecto a Pitt, solo se me ocurre pensar que le está saliendo muy caro el divorcio si acepta participar en esta majadería.

Para colmo de males, al final nos sorprende Sandra Bullock con su aparición estelar, mala actriz como acostumbra —gracias al diablo por su cortito papel —, y tan operada y estirada que da gusto verla junto a Brad Pitt, bello entre sus arrugas. Bullock, "defiende" su papel como voz en off durante toda la proyección hasta su encarnación final. Allí, suelta su par de frases —malas—, y desvela su personaje: una Charlie en femenino, al estilo de la serie de los años ochenta, que empleaba a tres chicas detectives. Aquí tiene la facultad, además, de saber en todo momento qué le ocurre a su ángel, Mariquita, nombre en clave del sicario interpretado por Pitt.

La cinta es totalmente prescindible.

Nota: 

Benito Antonio Martínez Ocasio, conocido artísticamente como Bad Bunny, aparece también en este engendro. Con poca frase y mucho glamur de estilo sicario mexicano hortera encarna a, El lobo. Nos cuenta la deriva de su personaje antes de que lo deduzcamos por sus acciones o se desprenda de la trama. Una constante en todos ellos a lo largo del relato. Peor aún, es que el fragmento donde se cuenta la desgraciada vida que lo condujo al crimen se acompañe con una melodía como fondo de nuestro inefable, Alejandro Sanz. La cosa es meter la cuchara.

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