Gloria y turismo en Compostela

No se contaban por docenas los peregrinos que visitaban la Fundación Eugenio Granell (Santiago de Compostela, Praza do Toural 8) la mañana del 24 de septiembre de 2022, apenas algunas parejas de curiosos o despistados. Año Santo compostelano por obra y gracia de las autoridades eclesiásticas (el papa Francisco consintió), y políticas (milagrosa y oportunamente de acuerdo), tal celebración hubiera debido llevarse a cabo el pasado 2021, pero la pandemia lo impidió. Aunque, como no siempre se cumple ese refrán que reza “pasado el día, pasada la romería”, los fastos se han ampliado a este curso; de ese modo miles de peregrinos que visitan la ciudad cada año tendrán ocasión de ganar indulgencias y, de paso, regar de millones de euros la ciudad de Compostela. Todo en orden.

Lo primero que llama la atención una vez se llega a Santiago es el río de turistas (a menudo peregrinos mochileros) procedentes de todas las partes del mundo que, siguiendo las estrechas calles del casco antiguo, convergen en la plaza del Obradoiro. La algarabía de idiomas, razas, atuendos, medios de transporte-peregrinaje, mendigos y excursiones —más o menos pastoreadas paraguas en alto—, es indescriptible. Este día ocupaba gran parte de la plaza un muestra de coches antiguos de la firma Citröen, modelo Dyane, además de un vetusto autobús de línea (!). Enhorabuena a los responsables, salud para Víctor Manuel Vázquez Portomeñe, autor espiritual del milagro santiagués: entre todos han conseguido transformar la ciudad en un bellísimo circo en piedra donde la gente acude durante todo el año; el entorno se ha transformado en una feria del pulpo a la ídem, el souvenir y la restauración mal encarada, además, cara: al menos en dos de las experiencias de la jornada, desayuno y comida.

El día amaneció espléndido, aunque frío y ventoso. Las nubes barrían de cuando en cuando la ciudad tomando, en ocasiones, tintes oscuros; sin llegar a descargar en ningún momento su agua y transformarse en suaves bolas algodonosas que pondrían, más tarde, el contrapunto mágico a una visita al Pórtico de la Gloria.

Tanto la Fundación como el pórtico eran objetos de visita este día. La primera por conocer la vida y labor de un hombre enorme, capital en la historia de la cultura gallega. La segunda por apreciar esa grandiosa obra en piedra esculpida tras la minuciosa restauración de que fue objeto entre los años 2008 y 2018.

La sola visita al palacio de Bendaña, sede de la Fundación Eugenio Granell, justifica el desplazamiento a la capital. Por lo que a mí respecta, lo ignoraba todo de este gigante de la cultura antes de la visita a este espacio, apenas había escuchado una referencia en la radio. Una vez allí, es apabullante la riqueza artística y vital de un hombre que se vio obligado a exiliarse tras la guerra civil española, pasó por varios países y ciudades americanas (República Dominicana, Puerto Rico, Guatemala, Nueva York, etcétera) y regresó a Madrid mediados los años ochenta. Durante su exilio tuvo ocasión de relacionarse con los intelectuales que la guerra en España primero, y en Europa después, iba arrojando a las costas caribeñas y americanas (el músico Casal Chapí, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Juan Ramón Jiménez, Marcel Duchamp, André Bretón, Max Ernst, y un largo etcétera). Se empleó como músico al principio (primer violín en la orquesta que dirigió Casal Chapí), aunque ejerció diversos oficios, todos relacionados con la creación: pictórica, fundamentalmente, pero también literaria (novelista, poeta, ilustrador). Adscrito a la corriente surrealista, enseguida firmó el manifiesto redactado por André Breton —a quien entrevistó— y se sumó al movimiento que, bajo la influencia de la obra de Sigmund Freud, permeaba las vanguardias artísticas tras la Primera Guerra Mundial. Una de las salas de la Fundación está dedicada al conjunto de su obra. Grandes, coloridos lienzos donde el autor refleja el surrealismo, como lo define el diccionario de la RAE, ese "movimientos artístico y literario que intenta sobrepasar lo real impulsando lo irracional y onírico mediante la expresión automática del pensamiento o del subconsciente”. Hoy forma parte del imaginario colectivo: cualquiera es capaz de asociar la obra de Dalí o Magritte al movimiento, aunque posiblemente no fuera así en sus orígenes y los autores serían incomprendidos, minusvalorados. Todos soñamos, llevar esas imágenes y sensaciones a un lienzo no deja de ser complejo: ¿Por dónde empezar? ¿Qué plasmar? ¿Cuál es el sentido?

Aunque la inquietud artística de Granell comenzase antes incluso de la Guerra Civil, editando publicaciones y revistas donde defendía las bases de un socialismo militante en los años previos a la confrontación militar. Participó activamente en el frente a favor de la República para llegar después a los campos de concentración franceses, y al exilio en el Caribe tras ser rechazados en Chile los refugiados españoles. O impartiendo clases de literatura española en el Brooklyn Collegue de Nueva York.

Gran coleccionista, máscaras, tallas, esculturas y objetos de las culturas y lugares por los que transitó constituyen un lujo expuesto en el mismo centro de la ciudad, junto a la fuente del Toral, donde los peregrinos aprovechan para “remendar” sus lastimados pies.

También su mujer, Amparo Segarra, autora de collages, dispone de una sala en la fundación junto a su amiga y artista, Esperanza Durán. Ambas ofrecen obras de una gran precisión técnica e intención de denuncia; en tiempos donde las herramientas existentes las formaban tijeras y cola, recorte, imaginación y talento, estas dos mujeres trascendieron su mundo de simples consortes para crear obras de significativa belleza y plena vigencia.

Philip West, autor surrealista afincado en Zaragoza hasta su muerte, donó a Eugenio Granell parte de su obra. Se expone en una sala del mismo centro y nos interroga acerca de la vida, la muerte, la injusticia, la mujer, el deseo, la pasión. Destaca su última cuadro, dedicado a su mujer, Marián; terminada días antes de su muerte, muestra una gran M y una W, siglas del nombre de esta y apellido del artista sobre fondos de color intenso con casas y cruces en el interior.

En las salas superiores una gran biblioteca con todos sus títulos, y otra sala dedicada al pintor gallego, Carlos Maside, “el pintor más colorista en su arte de los que había en Santiago”, según reza el folleto explicativo. Esclarecedor en su personal visión de los trabajos del campo, los mercados, pescaderías o labores urbanas.

Respecto al Pórtico de la Gloria, mención especial para sus trabajadores —trabajadoras, en este caso—, que desde la reja de acceso o bajo la misma piedra tallada, tratan de lidiar con la multitud y su propósito particular; en todas las lenguas del mundo, todos los días de la semana: “para esto hay que valer”, asegura una de ellas. La primera impresión que uno se hace es de antipatía: a velocidad de vértigo comentan gran cantidad de cosas que no puedes hacer, pero cuando, después de algunos minutos uno las observa responder a cuestiones triviales —«por allí, dando la vuelta, eso no es aquí, debe obtener una entrada, descargue este código QR, no puede hacer fotos, no se apoye en las columnas, cuidado con los escalones…»”—, determinantes para quien visita el lugar quién sabe desde dónde, acaba por darse cuenta de que el surrealismo antes mencionado debe ser aquel que aparece una vez cierran los ojos estas mujeres cada noche; por un sueldo escaso, casi con seguridad.

Una vez arriba, y tratando de tener en cuenta cada una de las solicitudes y prohibiciones, nos disponemos a, “estar bajo la Gloria”, como aconseja con ironía la guardia jurado a la pregunta de qué es lo que se puede hacer. Seguiremos su consejo para apreciar, bajo la oportuna luz cambiante que aportan las nubes esta tarde ventosa del primer día de otoño, la maravilla en piedra que es el pórtico. Evangelistas, apóstoles, profetas, angelotes, condenados y salvados tras el juicio final; Santiago apóstol, el maestro Mateo; Jesús, o los músicos de ese coro celestial dispuesto para tañer sus instrumentos de un momento a otro, se ofrecen al visitante bajo un delicado rubor en piedra que los humaniza y encarna. Los detalles más inverosímiles se muestran tallados igual que si las figuras fuesen de cera blanda. Un conjunto que apabulla, se hace sonoro, aunque también doloroso debido al tiempo dedicado a mantener la cabeza erguida y el cuello atento a cada detalle.

Nadie dijo que fuera sencillo alcanzar la gloria.

 

 

 

 

 

 

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