No te quiero

Una historia en las antípodas de la precedente en este blog, Bullet Train. Con medios ínfimos y mucho talento, la joven directora rusa, Lena Lanskih, nos cuenta un relato sobre la desgarradora situación de una madre adolescente en un país donde, paradójicamente, el aborto está despenalizado desde 1920, y, hasta el desmantelamiento de la Unión Soviética en el año 1995, fue el primer método de contracepción.

En cualquier caso, lo que en No te quiero se pone de manifiesto con respecto a la película de origen norteamericano, es que con el presupuesto dedicado a un solo plano de la anterior se filma toda esta. Con el agravante de que la primera cuenta una tontería, y la que nos ocupa, logra captar toda nuestra atención sobre un asunto delicado, espinoso.

Vika, una chica de catorce años, ha sido madre. El padre es su hermanastro, aunque la turbia relación de favores debidos, oscurantismo y vergüenza en el seno de la familia y su entorno, no acabe por dejarlo claro. La muerte de un abuelo reúne al clan. Allí se intentará sacar a la luz quién es el progenitor y cuáles las razones de la niña para ocultarlo. No la creen, la fuerzan a retractarse, la tachan de mentirosa; las mujeres la invitan a enseñar los senos para comprobarlo. Rechaza la propuesta, más por rebeldía y falta de aceptación de sí misma que por cobardía. Pero acaba siendo doblemente juzgada: por haberse quedado embarazada, por acusar “en falso”.

Aun con el drama que supone para ella y su madre sacar adelante a la criatura en una situación miserable —sus ingresos proceden de la venta de frutos del bosque en el mercado local—, del estigma social y familiar, la muchacha intentará, sin conseguirlo, llevar la vida que corresponde a su edad: acude a clases de baile moderno, intenta regresar al colegio, mantener una precaria relación con un chico del barrio, … todo abocado al fracaso a que obliga una maternidad que ni buscó, ni pudo evitar. Aunque el aborto es legal en su país, lo es solo durante las primeras doce semanas. Parece entreverse al inicio del drama, que intenta vender la criatura por mediación de una conocida. Se arrepiente. Volverá a intentarlo más adelante y acabará, también, por descartarlo. Se ocultan, pues, el embarazo, el parto, la figura paterna; se convierte a la chiquilla en única responsable de su deriva hasta el punto de que esta deja de aceptarse: aborrece su imagen en los espejos, oculta los rasgos de su feminidad e intenta borrar lo que supone la hija para ella.

La cámara persigue a Vika en una filmación honesta, cámara en mano, en la que intenta mostrarse cada suspiro, cada grito de furia, de rebeldía ante una situación injusta y agobiante.

El lugar en que vive, próximo a Ekaterimburgo, ciudad a la que piensa fugarse dejando todo atrás, es, además, un rincón sórdido, al más puro estilo soviético, donde parece que el tiempo se haya detenido y la miseria corra a sus anchas por descampados, centros públicos y viviendas paupérrimas. La película del año 2021, multipremiada en cuanto festival se ha presentado fuera de sus fronteras, compromete las ideas totalitaristas de sus gobernantes, deja muy en evidencia las prioridades desatendidas de estos en favor del militarismo y la guerra.

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