Malaje del Vizcaino


Tras escuchar algún tema suelto en la radio (3) y empezar a flipar sin consumir otra cosa que música y buenos textos, me puse al chollo (trabajo en el argot vigués, somos gente pragmática). Comencé por la ContraÇeña (2021), aluciné algún tiempo hasta que decidí meterme algo más fuerte. El viaje me llevó hasta La puerta de la canne (2019) y de momento, aquí sigo: arrumbao ...Y feliz, porque sé que aún me quedan L'ambôccá (2018) y los EP En busca y captura, y Ruina (2020). Lo que está claro es que los tíos (¡y tía!) curran hasta reventar por las costuras el tópico del andaluz flojo. Véanse las fechas de publicación de sus trabajos. Decidí(dos) a completar nuestra formación califatera (arrastro a mi mujer en la misión, aún más ignorante que yo de la banda), acudimos al concierto Terraceo, en el Auditorio Mar de Vigo. Soportamos otra vez a nuestro inefable alcalde balbuciendo sus populistas patochadas, y nos disponemos para la descarga. De manera voluntaria (aunque con muchas ganas de hacerlo), me niego a leer nada al respecto del grupo hasta haber escrito esta crónica: deseo llegar virgen a esta ceremonia que espero dure, largos años. Así, todo lo que sé de la novia me lo han aportado la curiosidad y mi bagaje (vagaje también, por haber tardado tanto en descubrirlos) musical. Dicho lo cual, acudo enamorado a este altar, ignorante de otra cosa que no sean mis emociones y anhelo infinito de sorpresa. ¿De qué otro modo se puede acudir a la boda de uno?

Esperando a la entrada del recinto, entre aromas marroquís, reflexiono: podría ser el padre del noventa por ciento del público aquí reunido; descubrí tiempo ha que los porros me sientan fatal, a las anfetas renuncié hace décadas, al perico, ni se sabe y apenas tomo una copa tras cenar con amigos; no salgo nada —¡hasta madrugo con gusto! —; detesto el folclore barato, el populismo, las banderas de cualquier color, toda clase de nacionalismo; cualquier religión y, por extensión, la Semana Santa en todas sus manifestaciones —desde la siniestra zamorana, a la conmovedora andaluza—; tampoco soy, digamos, público al uso de la banda (son las once de la mañana del domingo y redacto mi crónica en bata y zapatillas), conozco sus discos desde hace menos de ... ¡un mes!, y, no soy, por tanto, capaz de cantar a voz en cuello los temas antiguos porque, sencillamente, los ignoro ... entonces, ¿qué hago aquí?, ¿qué cojones hago aquí?

Pues gozar, y aprender, acabo por responderme.



Sobre el escenario unas sillas de enea conforman una alta torre iluminada con dramatismo; en el extremo opuesto, un simpecado muestra una copa de fino bordada en oro sobre un campo morado; seis veces apuñalada, llora una lágrima de vino de Jerez. Toda una declaración de intenciones. En medio, dos tarimas con ... cacharros —prefiero asumir mi incultura a tratar de nombrar aquello que desconozco—. Señalar que, de lo que parece una sofisticada mesa de mezclas para un pinchadiscos (¡al loro con la expresión viejuna!, pero dj no va mucho más allá y me resulta paleto, además) y unos, ¿teclados?, brotan sonidos que conforman parte importante del sonido Califato y recogen sus discos: electrónica, voces y melodías pregrabadas, imposibles vientos semanasanteros, ruido ambiente (tráfico, bares, follón callejero, trifulca ...), etcétera. Luego están los habituales bajo y guitarra eléctrica, guitarra española (memorable ese muchacho tan sobrio, serio y magnífico al toque: su solo en escena bajo un foco de luz desnuda, de erizar los vellos), voces, baile y palmas. Las percusiones se logran con los cacharros. De nuevo disculpas.

Aunque lo soberbio es la propuesta. La mezcla descarada, desacomplejada, arraigada en la tradición musical clásica y contemporánea de Andalucía, puesta al día por vía electrónica; el tono gamberro, lumpen, politox, callejero, lúdico; la ternura, el amor —el patetismo a que este nos conduce en ocasiones—, la boutade tu amor es mayor que cuatro millones de euros» [cito de memoria]), ¡el surrealismo mágico andaluz!; la apuesta decidida por una expresividad genuinamente popular, recogida en la calle, en el habla de la gente, para la que exigen respeto, compresión (cuestión complicada a veces, la comprensión, no el respeto: los giros del habla no siempre son fáciles de seguir, mucho menos los localismos); la valentía al asumir propuestas nacionalistas que beben del mismo Blas Infante o reivindican Palestina: el humanismo frente al atropello, la barbarie, la vileza sistemática del poder ejercida sobre los débiles; pero su mejor baza, en mi opinión, es el sentido del humor: sutil, inteligente, acerado, cachondo, original y admirado del lugar y la gente entre la que nace. Esta gente —los Califato, ahora— es mucho más que un grupo que se fuma unos petas entre tema y tema, bolo y bolo. Esta gente es como su madre: cristiana, mora y judía, se pasa todo el día tocando. Esta gente es ... ¡Andalucía!




Creo recordar que abren con Indios del Sur, clamorosa y contundente apuesta eléctrica con texto exiguo —en su acepción de escaso, no de insuficiente— y definitorio. Es posible que continuasen con la Zambra del jueves santo, percusiones a ritmo de paso de Semana Santa andaluza, cargada de emotividad y, una vez más, declaración de intenciones: se bebe en la raíz de la tierra, que por haber sido de todos hoy es de nadie. Entronca aquella con el bellísimo, emocionado, y esclarecido texto del Mensaje del profeta (abre su trabajo La puerta de la canne). No se reproduce en el concierto por no venir al caso ni ser su ámbito —imagino—, pero, según me parece, la Zambra desarrolla el aviso lanzado en el Mensaje en tono melódico. Renuncio al orden para centrarme en las sensaciones: así, el público más puesto flipa con la Bulería del aire acondicionado, no es para menos: está al alcance de pocos meter en el mismo tema poesía con aroma de azahar y hachís; amor arrebatado y pasote extático (también estático) con estoicismo acalorado: estoy arrumbao ... Hermosa manera de ver pasar vida y aviones mientras se contempla la Giralda. Creo que no cocinaron Las lentejas de ayer, pero es tan lúcida, corrosiva y divertida que la eché de menos. Fue como si oliese a ellas en todo el auditorio. Sí recuerdo En busca y captura, otro pasote actual que aúna la picaresca de la Sevilla cervantina o la tradición del Lazarillo, con la asfixiante realidad contemporánea de hipoteca y precariedad. La puerta de la canne me pone los pelos como escarpias con solo rememorarla. Su sola evocación me lleva a esa muchacha menuda y delgada que parece sacarse la voz de los genitales —y el baile, y el coraje, y la fuerza y presencia escénicas, y la pasión y amor por lo que hace ... Incluido el toque de palmas (excuso participar, a pesar de que en ocasiones la banda lo solicite: se debe al respeto que me merece ese arte: «si tú no tienes soniquete, ¿pa qué te metes?», advertía hace años el gran Paco de Lucía —por boca de Potito— en Soniquete (Zyryab). Desde la primera vez que lo escuché lo sigo a rajatabla). Con Canelita en rama dan ganas de volver a intentarlo, de echarse una caladita, digo; si es tan bueno como afirman «para qué queremos más, hey». «Tú me odias porque ella me ama», otra genialidad. La vida en rosa es el tema que me llevó a Califato 3/4 hace ... ¡menos de un mes! En el directo, adquieren todo el sentido la voz del cantante y los coros que ella le hace. La puesta en escena (divertida en ocasiones, cargante por repetición e histrionismo desmesurado: siempre con respeto y en mi opinión, por supuesto) que "el Chaparro" ejecuta, acaba de redondear un tema que, desde el título al texto completo, amén de la música discotequera, es perfecto. Nos conducen con verosimilitud a ese estado de toxicidad que uno desearía olvidar al día siguiente. ¡Menos mal que existen las bolsas verdes! Y llegamos a Carmen Porter y su fandango. Debo decir que ignoraba la existencia de este personaje, pero —curiosity killed the cat—, antes de escribir sobre él decidí bucear en la interné. El argumento me encantaba entonces, ahora me parece fascinante: ¡la realidad supera a la canción! Y así van pasando los temas, cada uno sobrepasa al anterior en intensidad, buen rollo y conexión: Alegría de la alameda, Ruina, Pascual Márquez 33, La puerta —¡qué letrón, qué desgarro la cantante, qué emoción me lleva al escucharla de nuevo en casa!—, Fin de fiesta; y aquella en que aseguran, más o menos, «no nos vamos a ir porque somos andalusís y esta es nuestra tierra»: ironía y sabiduría manifiestas cuando saben —y reivindican—, que todos los pueblos pasaron antes o después por allí dejando su huella, ese es precisamente su rico legado vital.

En fin, mucho Califato. E igual que todas las culturas mediterráneas recalaron en Andalucía dejando una impronta inmensa, parece que ellos han pasado por Camarón, Veneno, Triana, Alameda, Medina Azahara, Tabletón, Lole y Manuel, Pata Negra, Arrajatabla, Paco de Lucia, Sabicas, La niña de los peines, Kiko Veneno, Los mártires del compás, Tomatito, Tomasito, Carlos Cano, Javier Ruibal, Martirio ... y otras muchas referencias que desconozco (aunque espero alcanzar de la mano de esta novia con la que hoy contraigo nupcias), además de toda la electrónica, para la que me considero ya, un caso perdido.

Resulta saludable —oxigenante— que unos tíos (y tía) de la otra punta del país, con infinidad de localismos y escenarios propios de su ciudad, conecten de esta manera: poniendo de manifiesto con cachondeo y sin complejos su acento, giros y costumbrismo al servicio de unas letras memorables y sabias. Vienen a recordarme que, cada primavera al menos, necesito Andalucía.




Nota 1: ¿Es posible que cantasen emocionados su himno al final del concierto?

Nota 2:  me voy con impaciencia a la red, a leer qué se dice de ellos por ahí. Por saber cómo se llaman, qué hacen, además de buena música.

Nota 3:  de nuevo pido disculpas por castellanizar los títulos de las canciones.

Nota 4:  ¡Nunca mais concierto enmascarao!

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