Fariña, por Tito Asorey
Contemplar la obra teatral Fariña deja una sensación agridulce: de un lado es dinámica y divertida, de otro provoca una oscura comezón e instala una sonrisa agria en la cara. No es necesario relatar a nadie el argumento de la obra, es de sobra conocido; desde quienes lo vivimos en primera persona hasta los nuevos "milenialls", y aun después, todos conocen las andanzas de aquella generación de contrabandistas mutados en narcotraficantes para terminar más tarde en patéticos delincuentes -véanse las últimas apariciones de Charlín Gama, Laureano Oubiña o Sito Miñanco en los noticiarios- nostálgicos de un pasado impune.
Tampoco es menor el fenómeno televisivo Fariña y loable su tirón mediático; desde aquella primera edición adquirida en una librería madrileña por sorprendente, bien editada y gracioso título, hasta enero de 2020 - todavía faltaban meses para su estúpido secuestro cautelar - han pasado tres años y su popularidad ha crecido tanto, como el consumo de las sustancias que denuncia. La orden judicial no hizo sino aumentar la curiosidad por dicha obra, y el exalcalde de O Grove que la había propiciado - "por atentar contra su honor" (sic) - salió rebotado del caso. También las ventas de esta. Al libro siguieron la serie de televisión, el cómic y, por último - de momento - la obra teatral.
Haciendo memoria recuerdo que el libro me defraudó. No porque fuese aburrido o falto de rigor - todo lo contrario, revivió en mi corazón viejos y dolorosos recuerdos - sino porque constituye un refrito de causas policiales, fallos judiciales y actuaciones ilegales - o alegales, como deja claro la representación teatral - qué a cualquier persona medianamente informada durante los últimos treinta años, no se le habrían ocultado. El mérito - enorme - de Nacho Carretero ha sido acudir a las hemerotecas, archivos judiciales y declaraciones de testigos directos para contar de forma rigurosa, amena y estructurada unos hechos que ya eran conocidos. De ahí mi frustración, esperaba alguna aportación novedosa sobre dichos hechos y sus protagonistas. Es más, me hubiera gustado que aquella información se hubiese dado cuando transcurrían los mismos, y no a "toro pasado", a modo de serial nostálgico al estilo de "Cuéntame cómo pasó" o "¿Dónde estabas entonces?". Ya lo he vivido, gracias.
Compre el libro porque llamaron mi atención el título y su portada, en forma de paquete abierto para la inspección policial. El texto de la contraportada acabó de convencerme. El título es cercano para el consumidor gallego - también de libros -, en otros lugares del estado no se conoce por ese nombre a la cocaína - o coca, o perico, o farlopa, o merca - pero es probable que, a partir sobre todo de la serie de televisión, comience a denominarse así de manera universal.
Si acudí al auditorio municipal de Cangas de Morrazo fue por la curiosidad de saber cómo se adaptaría el texto periodístico al lenguaje teatral. Y ahí sí me convenció. La obra se narra en gallego con incursiones en el "castrapo" - mezcla coloquial en las Rías Baixas entre castellano y gallego - y un marcado ambiente festivo, al menos al principio. La sala se contagia del éxito de aquellos contrabandistas épicos que pululaban por las rías, pagando con el dinero obtenido por el tabaco las fiestas populares y los favores políticos, que más tarde se cobrarían. En las butacas la gente aplaude a rabiar reconociéndose en los giros, expresiones y maneras, de aquellos Robin Hood locales que daban trabajo a los jóvenes del lugar y movían la economía de la zona. La impunidad estaba garantizada, las fuerzas del orden miraban para otro lado, o estaban en nómina. Las leyes no contemplaban este comercio como delito. Y eso se nos cuenta con agilidad, mezclando proyecciones con puesta en escena, en un frenético ir y venir de personajes que multiplican los actores y actrices que les dan vida. Lo mejor del montaje. La escenografía no queda clara, como no sea para expresar la separación de poder y pueblo llano: a la escalera y balconada que se muestran monolíticas al fondo de la escena, sólo acceden los narcos ya enriquecidos, y los políticos. Desde lo alto se nos muestra a las madres desamparadas que no saben cómo afrontar la pérdida de sus hijos o el dolor de verlos convertidos en espectros. Aquí, los aplausos de la platea cesan. Y eso es bueno. Significa que la obra tiene la capacidad de conmover y hace reflexionar. Aquella gran borrachera colectiva trajo consigo una resaca mortal que acabó con los sueños de una generación: equipo de fútbol sala Anarquía, Vilanova de Arousa, 1982. Lo demás es historia.
La alternativa cocaína o hachís aparece representada de manera burda en el escenario, haciendo copartícipe al público en el caso de la primera; la heroína se muestra como lo que fue: un mal sueño que amenaza con volver. Poca broma.
Hoy, casi cuarenta años después, las cosas no parecen haber cambiado significativamente: los narcos llevan sus asuntos con más discreción - no se hacen casas ostentosas en la Illa de Arousa, no conducen Ferraris por el Salnés, ni se fotografían con el futuro presidente de la Xunta de Galicia a bordo de una potente lancha (Marcial Dorado/Núñez Feijó) - por lo demás los narcosubmarinos continúan entrando en las rías, navidad 2019. En cuanto a los consumidores - sociales o habituales - sabemos que a estos y otros productos puede accederse con relativa facilidad a poco que uno se esfuerce. Tal vez la gran diferencia es que antes había que hacer el "vía crucis" de los bares y ahora te lo llevan a casa, como la pizza. Entonces la banda sonora la ponía Ana Kiro y en la actualidad Rosalía. Salvo en el verano de 1993, en que un grupo de amigos acudimos al Monte do Gozo (Santiago de Compostela) para ver actuar a Prince. Allí escuché la forma más original, cariñosa y anárquica de solicitar un bis a un artista: "Fariña pa o pequeno, Fariña pa o pequeno,...", gritamos contagiadas, veinticinco mil gargantas a coro. Desconozco si se lo tradujeron, lo cierto es que salió.
Tampoco es menor el fenómeno televisivo Fariña y loable su tirón mediático; desde aquella primera edición adquirida en una librería madrileña por sorprendente, bien editada y gracioso título, hasta enero de 2020 - todavía faltaban meses para su estúpido secuestro cautelar - han pasado tres años y su popularidad ha crecido tanto, como el consumo de las sustancias que denuncia. La orden judicial no hizo sino aumentar la curiosidad por dicha obra, y el exalcalde de O Grove que la había propiciado - "por atentar contra su honor" (sic) - salió rebotado del caso. También las ventas de esta. Al libro siguieron la serie de televisión, el cómic y, por último - de momento - la obra teatral.
Haciendo memoria recuerdo que el libro me defraudó. No porque fuese aburrido o falto de rigor - todo lo contrario, revivió en mi corazón viejos y dolorosos recuerdos - sino porque constituye un refrito de causas policiales, fallos judiciales y actuaciones ilegales - o alegales, como deja claro la representación teatral - qué a cualquier persona medianamente informada durante los últimos treinta años, no se le habrían ocultado. El mérito - enorme - de Nacho Carretero ha sido acudir a las hemerotecas, archivos judiciales y declaraciones de testigos directos para contar de forma rigurosa, amena y estructurada unos hechos que ya eran conocidos. De ahí mi frustración, esperaba alguna aportación novedosa sobre dichos hechos y sus protagonistas. Es más, me hubiera gustado que aquella información se hubiese dado cuando transcurrían los mismos, y no a "toro pasado", a modo de serial nostálgico al estilo de "Cuéntame cómo pasó" o "¿Dónde estabas entonces?". Ya lo he vivido, gracias.
Compre el libro porque llamaron mi atención el título y su portada, en forma de paquete abierto para la inspección policial. El texto de la contraportada acabó de convencerme. El título es cercano para el consumidor gallego - también de libros -, en otros lugares del estado no se conoce por ese nombre a la cocaína - o coca, o perico, o farlopa, o merca - pero es probable que, a partir sobre todo de la serie de televisión, comience a denominarse así de manera universal.
Si acudí al auditorio municipal de Cangas de Morrazo fue por la curiosidad de saber cómo se adaptaría el texto periodístico al lenguaje teatral. Y ahí sí me convenció. La obra se narra en gallego con incursiones en el "castrapo" - mezcla coloquial en las Rías Baixas entre castellano y gallego - y un marcado ambiente festivo, al menos al principio. La sala se contagia del éxito de aquellos contrabandistas épicos que pululaban por las rías, pagando con el dinero obtenido por el tabaco las fiestas populares y los favores políticos, que más tarde se cobrarían. En las butacas la gente aplaude a rabiar reconociéndose en los giros, expresiones y maneras, de aquellos Robin Hood locales que daban trabajo a los jóvenes del lugar y movían la economía de la zona. La impunidad estaba garantizada, las fuerzas del orden miraban para otro lado, o estaban en nómina. Las leyes no contemplaban este comercio como delito. Y eso se nos cuenta con agilidad, mezclando proyecciones con puesta en escena, en un frenético ir y venir de personajes que multiplican los actores y actrices que les dan vida. Lo mejor del montaje. La escenografía no queda clara, como no sea para expresar la separación de poder y pueblo llano: a la escalera y balconada que se muestran monolíticas al fondo de la escena, sólo acceden los narcos ya enriquecidos, y los políticos. Desde lo alto se nos muestra a las madres desamparadas que no saben cómo afrontar la pérdida de sus hijos o el dolor de verlos convertidos en espectros. Aquí, los aplausos de la platea cesan. Y eso es bueno. Significa que la obra tiene la capacidad de conmover y hace reflexionar. Aquella gran borrachera colectiva trajo consigo una resaca mortal que acabó con los sueños de una generación: equipo de fútbol sala Anarquía, Vilanova de Arousa, 1982. Lo demás es historia.
La alternativa cocaína o hachís aparece representada de manera burda en el escenario, haciendo copartícipe al público en el caso de la primera; la heroína se muestra como lo que fue: un mal sueño que amenaza con volver. Poca broma.
Hoy, casi cuarenta años después, las cosas no parecen haber cambiado significativamente: los narcos llevan sus asuntos con más discreción - no se hacen casas ostentosas en la Illa de Arousa, no conducen Ferraris por el Salnés, ni se fotografían con el futuro presidente de la Xunta de Galicia a bordo de una potente lancha (Marcial Dorado/Núñez Feijó) - por lo demás los narcosubmarinos continúan entrando en las rías, navidad 2019. En cuanto a los consumidores - sociales o habituales - sabemos que a estos y otros productos puede accederse con relativa facilidad a poco que uno se esfuerce. Tal vez la gran diferencia es que antes había que hacer el "vía crucis" de los bares y ahora te lo llevan a casa, como la pizza. Entonces la banda sonora la ponía Ana Kiro y en la actualidad Rosalía. Salvo en el verano de 1993, en que un grupo de amigos acudimos al Monte do Gozo (Santiago de Compostela) para ver actuar a Prince. Allí escuché la forma más original, cariñosa y anárquica de solicitar un bis a un artista: "Fariña pa o pequeno, Fariña pa o pequeno,...", gritamos contagiadas, veinticinco mil gargantas a coro. Desconozco si se lo tradujeron, lo cierto es que salió.
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