Más que una historia acerca de la metamorfosis -temática que
se aborda en las tres últimas películas- Matt y Mara sugiere un punto de
inflexión en las vidas de sus protagonistas: en Matt, con la pérdida del padre
tras una larga enfermedad que lo ha mantenido en cama durante los últimos años;
en Mara, con la llegada de su primera hija y la crianza en familia. Parece que
se nos quiera ofrecer el paso de la juventud a la madurez en un contexto
universitario y literario -Mara imparte clases de escritura creativa; Matt
acaba de publicar una nueva novela- donde aún queda recorrido para la
confidencia y la aventura compartida; los celos, la vida en pareja -Mara
comparte su vida con un músico experimental y la hija de ambos; en Matt se nos
insinúa una posible relación adolescente o juvenil, precisamente, con Mara-,
las ambiciones literarias, la socialización con la comunidad intelectual de una
ciudad canadiense próxima a
Niágara Falls (¿Toronto?) Si se
citan las cataratas, es porque allí tiene lugar un atisbo de romance entre los
protagonistas de camino a un encuentro literario: bajo las colosales brumas de
las aguas en caída del Niágara, se besan; dan a entender al espectador que su
historia podría ir más allá (recordemos, Mara tiene pareja e hija), aunque
luego sea Matt quien planta a Mara para irse a cenar con otra escritora,
desoyendo la cita que habían convenido los dos en el hall del hotel donde se
alojan. El hecho desencadena la lógica escena de celos que Mara hace a Matt en
el camino de vuelta, de la que este trata desembarazarse alegando
pueriles justificaciones. Pero hay más. Mara acompaña a Matt en la despedida y
funeral del padre de Matt. Matt acompaña a Mara a una fiesta que da su jefa en la
vivienda de esta. Se presenta en sus clases. Actúa como ponente en una de
ellas: anima a los alumnos a ser auténticos, honestos, osados... En cambio,
nada sabemos de Samir, pareja de Mara, y quien aguarda paciente en casa a
que esta llegue, atiende y entretiene a la hija de los dos sin hacer una
pregunta, un reproche; sin buscar un tiempo compartido o propio que ofrecer al
espectador. Será la nueva masculinidad.
Toda la narración sucede en primeros planos
donde el espectador permanece, mejilla con mejilla, al lado mismo de los
protagonistas; es invitado a una intimidad que, sin embargo, no acaba de
eclosionar. ¡Y debería! ¿A qué viene si no el beso robado bajo las cataratas? ¿A
qué la escena de celos de vuelta a casa? Ahí queda todo: en un final abierto
donde se adivina que la pareja acabará por converger, aunque... tal vez no. Si yo fuera Samir estaría preocupado. En cambio él parece llevarlo con sana deportividad.
Tampoco Mara le hace copartícipe de su inquietud, de esa metamorfosis que debe estar bulléndole por dentro y no nos muestra.
De ser francesa, diríamos que Matt y Mara es cine
experimental Nouvelle Vague; como no lo es, nos quedamos con la irritante
personalidad de Matt: joven arrogante que parece fuera a comerse el mundo
por haber publicado dos novelas mediocres.
Tal vez en este preciso instante Matt y Mara estén todavía
desojando la margarita; mientras, Samir cambia el enésimo pañal y rasga la
guitarra en busca de inspiración sin emitir una queja.
Bien las interpretaciones. Algo es algo.
(Voy a sumergirme en la crítica sesuda por tratar de
adivinar qué no entendí...)
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