Bagger drama

La falta de comunicación puede revelarse como el mayor de los problemas cuando no se aborda a su debido tiempo. Entonces, cualquier suceso, desde el más trivial al más terrible, termina por desencadenar una imparable cascada de acontecimientos que conduce inevitablemente al desastre. 

Piet Baumgartner, director de esta exquisita producción suiza, lo pone de manifiesto al narrar los desencuentros de una acomodada familia mediante una puesta en escena de lo más original: la coreografía de un grupo de excavadoras - sí, coreografía, excavadoras - que "bailan" o ensayan ante un público cautivado y entregado. No es para menos. La apuesta por la aparente brutalidad de unas máquinas que se mueven y desplazan en el espacio como bailarines que ejecutan una danza ritual, enfrentada a las cuitas que atraviesa la familia propietaria de la empresa de estas, no puede ser más afortunada. Contrapone, a mi modo de ver, la fuerza del acero, las orugas y los inyectores con la fragilidad de unas personas que han de enfrentarse a la cotidianidad sin las herramientas de aquellas. Y aunque, aparentemente, demuestran un manejo prodigioso de la fuerza al operar esas "bestias" colosales, semejantes a animales prehistóricos cuando elevan las enormes cucharas al cielo - son capaces de abrir una botella de gaseosa con el cazo de la máquina -, se muestran impotentes a la hora de gestionar sus propias emociones.

No en vano, la familia que forman - formaban - padre, madre, hijo e hija en la primera juventud de los chicos, debe afrontar la muerte de esta última; fallecida en un estúpido accidente deportivo mientras practicaba piragüismo en el río que atraviesa su pueblo. Los parientes parecen enfrentar esa muerte con entereza. Acuden al lugar, plantan un árbol, se dan cariño mutuo... Al tiempo, la empresa de venta y reparación de maquinaria pesada de la que son propietarios y emplea a los tres, parece ir viento en popa. Pero subyace en el seno de todos la incomunicación manifiesta: la madre ha tenido algún intento de suicidio que el hijo desconoce, el hijo es homosexual e ignora si su madre está o no al corriente, y el padre inicia una relación extramatrimonial que comunica a la madre una año después de iniciada. En el transcurso de ese tiempo, añoran a la hija fallecida y tienen para ella cumplidos recuerdos, hasta que todo acaba por saltar por los aires con la marcha del hijo a la universidad. La sucesión de ocultaciones mantenidas hasta entonces desemboca en la agresión física y el fin de la empresa. Cada uno parte por su lado, tratando de encarar unas vidas incapaces de gestionar la aspereza de las emociones con la diligencia que han sabido poner en las máquinas que comercializan.

Originalidad, gestión actoral y puesta en escena llamativas y muy fuera de lo común. Una manera diferente de narrar lo importante. Vincent Furrer como el hijo, Phil Hayes en el papel de padre y, especialmente, Bettina Stucky dando vida a la adorable madre de esta familia, regalan tres trabajos dignos de todo elogio y difícilmente olvidables.

Nuevos directores, 72 Festival de Cine de San Sebastián.

 

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