El honor perdido de Katharina Blum.
Todo, en el contexto de la ciudad de ¿Colonia?, en mitad de la Guerra Fría, a medio camino (1975) entre el final de la II Guerra Mundial y la caída del muro de Berlín. Entonces, la policía (se nos muestra sólo a la occidental, la democrática había de ser bastante peor) no se andaba con remilgos a la hora de obtener una confesión y, si bien no practicaba la tortura, sí adoptaba todo tipo de coacciones y abusos de autoridad para lograr una declaración favorable a los «intereses del Estado». Lo mismo da que los medios para lograrla sean el allanamiento de morada, el uso de información obtenida de manera ilegal, la coacción o el ocultamiento de la corrupción en atención a intereses de ámbito más elevado. En medio, la prensa amarilla, haciendo uso del derecho a la libertad de prensa y expresión, como un caladero donde todo vale, con tal de vender ejemplares; sin respeto alguno por las personas afectadas, y con una proximidad a la policía corrupta y el poder, en un pasteleo apestoso.
En síntesis, se persigue a un criminal acusado de crímenes anticapitalistas (!). Este se enamora de una empleada de hogar que sirve en casa de hombres poderosos y, en su huida, ella le da cobijo en la casa de campo de uno de ellos, vinculado a la Democracia Cristiana alemana, y perdidamente enamorado de ella, que a su vez lo está del criminal. Con estos mimbres policía, prensa y política se saltan todos los límites que no debe rebasar una sociedad democrática, que aspira a continuar siéndolo.
Mención aparte, el anacronismo que supone ver en pantalla la cantidad de actitudes machistas, violencia verbal e institucional en una sociedad que entonces era, en apariencia, mucho más avanzada que la nuestra en ese aspecto. ¡Pues no, eran igual o peor que nosotros; con más dinero, eso sí! Sin embargo, no sé si anacronismo es el término adecuado, pues tal comportamiento sigue vigente, ¡en toda Europa!, cincuenta años después: aquí, allí y acullá. Y los casos de corrupción, sobreactuación policial y manipulación informativa que se dan en nuestro tiempo harían enrojecer a sus directores por tibios. El capitalismo, en cambio, simplemente ha cambiado de nombre, ahora se llama neoliberalismo.
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