El espantapájaros.
Llama mi atención no apreciar, en ninguno de los actores, la colección de gestos, miradas y lenguaje corporal que caracterizó más tarde a uno y otro y dieron lugar a su bagaje interpretativo, adoptando una personalidad reconocible de la que dotaron a sus personajes; pero ya nunca serían aquellos "muchachos" (en 1973 tenían 33 y 43 años, no eran tan críos) que parecían improvisar en cada toma, colocar en el film gestos y recursos recién aprendidos: Pacino jugando a las llamadas telefónicas consigo mismo, Hackman imitando el truco. Pacino haciendo de bufón para Hackman que se presta a sus bufonadas con aire de tipo duro, etcétera.
Dos personajes que, como en un relato homérico, parten de un punto para llegar a otro (donde no queda claro si son mejores o peores, simplemente diferentes). En su caso, recorren el país de las oportunidades sin tener demasiadas, en tránsito por los penales, los comedores benéficos y los trabajos de fortuna; saltando a trenes en marcha o haciendo autostop en las desoladas carreteras de Estados Unidos. Si alguna ayuda reciben, es de parte de sus familias; en el caso de Max/Hackman por parte de su hermana y en el de Lionel/Pacino de parte del propio Max, su única familia y siempre dispuesto a defender al más débil que él mismo, pendenciero y fanfarrón con buen fondo, sin embargo; aunque necesitado de un afecto básico que encuentra sólo en su hermana y... en Lionel: «porque me diste tu última cerilla y me haces reír», es la respuesta que da a Lionel a la pregunta de por qué le defiende. Los dos persiguen un sueño a través de la vasta América: Max, abrirá un lavado de coches; Lionel, será su socio; si trabajan duro, nada puede fallar: todo el mundo tiene un coche en ese país. Irán de una a otra ciudad, mostrando al espectador la dureza extrema de perseguir ese sueño en un país donde el débil no tiene lugar, sólo cabe triunfar o resignarse a ver cómo lo hacen los demás. «Estados Unidos no es un país, es un negocio», dijo en algún momento Guillermo Fesser.
A Max le mueve la ilusión de conocer a su hijo, a quien abandonó junto a su madre sin esperar a que este naciese. El desenlace es tan brillante como esperado, que no previsible. Como comprobamos cada día, el sueño es el camino y no la meta.
En el debate acerca de si la trama es quijotesca u homérica, personalmente me decanto por lo segundo: en el Quijote, los personajes se echan al mundo con la finalidad de "desfacer" entuertos, reparar injusticias y lograr amor y fortuna en el camino. En El espantapájaros, van de un lado a otro con un sueño por toda excusa.
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