Fuegos artificiales

 

Fuegos artificiales bien puede ser lo que sienten sus protagonistas a medida que avanza la historia ; aunque el título original sea Stranizza d'amore Extrañeza del amor—, su traslación al castellano resulta igualmente adecuada para recoger el sentido de lo que se cuenta.

Relato aparte, una de los aspectos más brillantes de la película es su ambientación, tanto en lo referente al vestuario como a los escenarios en los que se desarrolla la trama, la Sicilia rural de finales de los años setenta y principios de los ochenta. No es preciso haber vivido allí ni conocido la isla en ese tiempo para verse reflejado en modas, costumbres y pasiones de un país, Italia, tan parecido al nuestro en muchos aspectos. La devoción por el fútbol —durante la película se celebra el Campeonato del Mundo de 1982, disputado en España y ganado por Italia—, la comida, la vida en familia, las fiestas patronales; la haraganería de una parte de la juventud en bares y plazas de pueblo, o su machismo recalcitrante, tan reconocible para cualquiera que haya vivido en España en esos mismos años. Una sociedad que olía a fritanga y sobaco, a sacristía y alcanfor, muchos de cuyos jóvenes se abrían la camisa hasta el ombligo o llevaban bien ceñido el pantalón en la zona genital. Donde la autoridad se ejercía sin objeción y el caciquismo estaba presente en cualquier manifestación de la vida pública, más en la rural. 

Respecto a los escenarios, destacan las calles, plazas y casas de unos pueblos que aún conservan cierto encanto decadente; unas construcciones que fueron bellas en un pasado no muy lejano y mantienen, entre desconchones y cables que cruzan de una fachada a la otra, hermosas portadas en sus iglesias, amplias azoteas desde las que todavía es posible ver el mar o, una vez se deja atrás la población, un paisaje que se cubre de naranjos, viñedos y olivos que invariablemente nos hablan de algún lugar al sur del país, siempre más empobrecido que el norte. Y estos son aspectos importantes para la historia, pues contribuyen a que el espectador se la crea; con ella regresamos a ambientes y situaciones que remiten a un pasado que imaginamos superado —el respeto por el diferente— y no hace otra cosa que interpelarnos. De manera inevitable, lo que ocurre en la pantalla lleva al espectador a preguntarse si un hecho similar ocurriría en su país en tiempo presente. En el nuestro tiene lugar, cuando escribo este texto, el juicio por Samuel Luiz, asesinado a patadas en una calle de Coruña en julio de 2021.

Lo que ocurre no es otra cosa que una relación homosexual entre dos chicos llevada hasta sus últimas consecuencias: el placer de conocerse y explorarse en el seno de una comunidad pequeña y hostil a cualquier manifestación de sexualidad fuera del canon. Una vez deciden apostar por ellos mismos y su relación son severamente castigados; reprimidos y hasta exorcizados —el cura bendice a uno de ellos como si viviese una posesión diabólica—; interrogados y juzgados por sus familias ante un hecho vergonzante y siniestro cuyo estigma son incapaces de asumir. La comunidad no es menos cruel. Humilla y acosa a la pareja desde todos los ámbitos: parientes, vecinos, y conocidos son copartícipes de una caza que se simboliza en el film con un niño que dispara una escopeta por vez primera en su vida, matando una liebre y venciendo el miedo a hacerlo.

Con todo, la historia es hermosa. La metáfora de los fuegos artificiales que sienten los dos jóvenes al conocerse, y estar en mutua compañía ; la aventura de trasladar en motocarro y “plantar” los fuegos en los pueblos vecinos para celebrar las fiestas patronales —la familia de uno de los chicos gestiona ese negocio en la comarca—, o los baños en un río incontaminado, bello y salvaje donde pasan las tardes justifica una forma de amar que conmueve. Además, el trabajo de los actores Gabriele Pizurro y Samuele Segreto resulta magnífico, crean unos personajes tiernos, bellos y fascinantes que atrapan desde el momento en que se conocen.

En realidad, ese hecho tuvo lugar en la villa siciliana de Guiarre, pueblo próximo a Catania, donde un niño asesinó, manipulado por las familias, a esa pareja en el año 1982. A pesar de haber sido portada en los medios de comunicación de la época el crimen quedó impune.

Franco Battiato, añorado vecino de Catania, contribuye a embellecer esta historia con sus canciones; Stranizza d’amore es una de ellas. Igual que Giovanni Caccamo, autor desconocido para mí , que pone un toque de cálida melancolía mediterránea al escenario donde sucede esta historia. El estupendo tema Mocambo da nombre a una canción y al bar del pueblo.

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