Red Rocket
O el reverso del sueño americano,
o cuando la huida hacia delante de las personas es incapaz de sacarlas del
atolladero de mediocridad en que se han metido a sí mismas, o la cara de las
víctimas del consumo y la telebasura, o las falsas expectativas de éxito
rutilante y dinero fácil que empujan a muchos habitantes del país “más poderoso
del planeta” a una vida marginal sin salir del sistema.
Tráfico
de drogas a pequeña escala, pornografía y subsistencia precaria en los límites
de la sociedad ambientados en la ciudad de Galveston (Texas), “cagadero” —a
decir de Mikey Saber, personaje principal y sobreexcitado alias de un actor de
cine porno venido a menos— del que se hace imperiosamente necesario salir.
Aunque se convierta en el único lugar al que regresar una vez la vida en la
gran ciudad le ha dado a uno la espalda. En el entorno de una inmensa refinería
petrolífera, entre carreteras radiales y zonas verdes sin alma, en barrios
precarios habitados por aquellos a los que la fortuna mostrada en la pantalla no
ha tocado.
Todo
esto puede verse en Red Rocket de la mano de este buscavidas incapaz de asumir
su fracaso en Los Ángeles y tomar el rumbo de una vida convencional, emplearse
en la factoría de la ciudad que lo empujó a marcharse tras terminar el
instituto, y pasar a ver la vida a través del televisor. Como el resto. Antes
lo intentará una última vez. Se servirá en su propósito de una joven a la que
seduce y convence para dedicarse a la profesión que a él no lo vio triunfar: la
industria del entretenimiento o el cine para adultos, dicho de modo
eufemístico. Las ganas de escapar de la muchacha, la picardía unida a la falta
de escrúpulos del antiguo actor, su paciencia y maneras de perro viejo que aún
atesora, dejaran en tierra de nadie (final abierto) una historia que no llega a
ser hilarante por la pátina de sordidez que la acompaña todo el rato. Mikey, en
buena forma física todavía, conserva cierta locuacidad mediante la cual es
capaz de engañar a su exmujer, a su exsuegra, a su impresionable vecino —pobre truhan
que sobrevive haciéndose pasar por veterano de las guerras del golfo en un
centro comercial—, a los camellos que menudean un escalón por encima del suyo,
y a todo aquel que disponga de unos minutos para escuchar el relato de la
estrella que pudo ser y no fue.
A
pesar de los momentos divertidos y enredos a que conduce la trama, este
espectador no arranca a reír en momento alguno, tal vez debido a la pátina de
tristeza que todo lo impregna. Diría que casi es posible adivinar el siguiente
descalabro de Mikey Saber aún antes de que lo tenga delante, a pesar de que su
personaje destile cierta ternura que asociamos con el perdedor, de que a uno le
entren ganas de atravesar la pantalla para avisar “no vas por buen camino,
Saber”. En todo caso, merece la pena quedarse hasta el final para tratar de
vislumbrar ese éxito que solo el protagonista parece ver.
Advertir
que Saber —interpretado por una
verdadera estrella de la industria del cine para adultos, Simon Rex— hace
honor a su nombre, y con él se ha abierto camino en el mundo del espectáculo.
Personalmente, me queda la duda de saber en qué tipo de hombre se habría
convertido de haber triunfado: cuesta imaginarle distinta catadura moral si es
un canalla en la caída. En todo caso, siempre es saludable ver el otro lado
de make América great again, eslogan que planea sobre
toda la cinta y muestra la cara menos amigable de USA.
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