El ombligo de Gui’edani
nos muestra la lucha por la supervivencia de la población indígena en ese monstruo urbano llamado México Distrito Federal: un dédalo de autopistas, accesos, edificios gigantescos, barriadas o ranchitos insalubres en que se ha convertido la capital azteca.
Gui’edani, una niña de doce años, se ve obligada a abandonar
su aldea entorno a la ciudad, para irse a trabajar como asistenta junto a su
madre en una casa acomodada. Esta acepta el trabajo a condición de poder vivir
allí con su hija. En el pueblo carecen de recursos, sencillamente, no pueden
comer.
Desde el momento en que acceden a la vivienda quedan patentes
el racismo (son cholas, indígenas que aceptan los usos occidentales, aunque no todos:
entre ellas hablan su idioma) y paternalismo de los “señores”. Estos desean
tratarlas con respeto y comprensión, siempre que no abandonen su ámbito: el de
sirvientas o chachas. Les molesta que hablen en lengua indígena cuando están a
solas (en cambio, la familia lo hace en inglés cuando no desea ser entendida),
comen en la cocina con vajilla y cubiertos diferentes, ocupan una habitación
exigua cuando la casa es enorme; deben utilizar, por imperativo de la señora, una
serie de dispositivos electrónicos cuyo uso no dominan (robot de limpieza,
cafetera de cápsulas, lavavajillas, etcétera) en una suerte de artificio que a
la postre resulta ineficaz. Por supuesto, carecen de seguro social y el sueldo
es miserable: ¡bastante tienen los señores con darles de comer o la ropa que le sobra!.
Los intentos de la familia por educar a Gui’edani según su ideal se demuestran inútiles: desean formarla en castellano, que adopte el aspecto y costumbres
occidentales, cuando ella tiene un deseo vivo de regresar a su pueblo, con su
abuela, donde está su origen y se siente feliz. No desea ser esclava, sumisa como su madre, y lo manifiesta de continuo con su mirada hierática y su actitud rebelde.
La referencia al ombligo es creencia según la cual cuando un
niño nace, ese apéndice es enterrado en tierra, para que una vez crezca
regrese a ella. En el caso de nuestra protagonista no se desvela su decisión,
aunque se intuye un cambio tras un hecho singular e inaplazable: el parto de la
“señora” en casa. La naturaleza frente a la impostura, la sabiduría ancestral
ante la parálisis moderna.
Con una realización más bien sobria (acorde al presupuesto
de su director, Xavi Sala), un único escenario y actores noveles, Sala es capaz de contarnos con solvencia una historia de injusticia y colonialismo
económico —¡cuál sino!—, perpetrado tras siglos de opresión. Las élites son blancas,
hablan castellano (inglés en su defecto), habitan el centro de las ciudades,
ostentan el poder y viven encerrados en urbanizaciones vigiladas veinticuatro
horas al día. Los indios están al servicio de aquellos, su cultura y valores suponen
fracaso, atraso, pobreza.
Nada parece que vaya a cambiar, al menos en el medio plazo.
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