París, distrito 13

Jóvenes buscando el amor, y entretanto, follando sin prejuicios ni consecuencias. Camille, Emillle, Nora, Amber Sweet parecen ajustarse a este enunciado sin mayores contratiempos, aunque finalmente estos acaban por aparecer, no como ellos habían previsto, sino en la manera en que las relaciones de pareja se establecen: sin saber a ciencia cierta qué circunstancia acaba siendo la responsable de que te enamores de este y no de aquel, de aquella o esta otra. 

La película tiene en los escenarios en blanco y negro del distrito 13 de París un personaje más. Edificios angulosos, altas torres vecinales de un barrio funcional, próximo al Sena y la Universidad de la Sorbona, nada marginal, por tanto; que ofrece una cara distinta del siempre tópico París de bulevares o espacios turísticos. En esta ocasión el espectador sabe que está en esa capital porque es nombrada en la trama, de no ser así, sería muy difícil hallar referencia alguna a la ciudad. Y funciona. Porque uno de los elementos que sirve como nexo de unión entre estos chicos es, precisamente, la falta de vivienda, la carestía de esta: se ven obligados a compartir piso. Y es ahí, en la vivienda, donde surgen varios de los conflictos vinculados a las relaciones personales que después encauzan sus vidas por otros derroteros. 

Emille, de origen chino, habita un piso propiedad de su abuela (ingresada en una residencia aquejada de Alzheimer); Camille, profesor temporal en la universidad, busca alojamiento. Establecen condiciones, ajustan el precio, y pasan a hablar de la vida sexual o de pareja sin más ambages: "los chinos decimos, 'primero follar, después hablar". Así, sin muchas más premisas, establecen su primer encuentro. Sin ningún futuro sentimental: Camille no desea vida en pareja, continúa acostándose con compañeras del trabajo.

Aparece Nora. Viene de Burdeos. Allí trabajó junto a su tío en una agencia inmobiliaria, también mantuvieron una larga historia sentimental ("era tío político", matiza ella). Después de romper, decide instalarse en París y retomar los estudios de derecho. Casualmente, entra en contacto con Camille en la agencia que ahora dirige este (ha dejado la universidad para trabajar en el negocio propiedad de un amigo. Necesita dinero para preparar unas oposiciones). Nora es experta en este trabajo, Camille la contrata. También entre ellos acabará por saltar la chispa amorosa, a pesar de las reticencias de ella. Se nos deja entrever que trae el corazón roto desde su lugar de origen, y una mala experiencia (acoso) en la universidad, no deja espacio para la vida de pareja. Aunque ella esté a gusto con Camille en las escasas ocasiones en que se acuestan. Nora acaba por descubrir, también de manera casual, a la que habrá de ser su pareja en un chat de contactos sexuales online, Amber Sweet. Camille y Emille, después de jugar un tiempo al gato y al ratón, de ser amigos y confidentes sentimentales, caen en la cuenta de que se aman, e inician una relación en común. 

(Mi) corolario: el sexo sin amor es fantástico; con él, maravilloso. No creo descubrir con esta sentencia que la Tierra gira a diario en sentido Este, pero así es. Los protagonistas hacen lo mismo que ha hecho el conjunto de la Humanidad desde que aparecimos en el planeta: buscar el amor sólido, jugando al amor líquido. La cosa es jugar.

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