Saint Frances

Luces y sombras para Saint Frances, pues eso es el cine en definitiva: narrar una historia en imágenes contando con el público en la complicidad de una sala a oscuras, al menos de momento. Para quien esto escribe más sombras que luces, a pesar de que la propuesta sea tan interesante como sorprendente.

Una mujer en la treintena enfrenta la falta de empleo y el desconcierto ante una vida con la que no sabe muy bien cómo lidiar. Tiene parejas ocasionales y relaciones sexuales donde fía a la “experiencia” —vulgo marcha atrás— el resultado de estas: no toma pastilla alguna y no rehúye el encuentro si ella o su pareja no tienen un condón. Previsiblemente, se queda embarazada. Se hace practicar un aborto al tiempo que encuentra trabajo como niñera en casa de una pareja lesbiana y multirracial —Mamá, de raza negra; mami, de origen latino—, embarazada de su segunda hija. La primera es Frances, una niña de cinco años muy madura para su edad, hija biológica de la primera de ellas. La segunda, un bebé recién nacido de la mujer latinoamericana. Muy ordenado, coherente, razonable. Todo en esta familia es, en teoría, perfecto: la enorme y hermosa casa en un área arbolada y ajardinada, los carteles a la entrada de la vivienda rechazando cualquier forma de odio, la reivindicación “black lives matter” sobre el césped; la comida sin azúcar, la religión practicada en la mesa como tradición compartida; el respeto y la esmerada educación que se aprecia en su hija mayor: a través de ella vamos conociendo los pormenores de todas, por las confidencias a la niñera… Y todo en contraste con la “desastrosa” vida emocional de su cuidadora (desde el estándar norteamericano, donde parece que el éxito ha de acompañar a la vida como consecuencia natural de esta). Traslada la impresión de que si una mujer no se ha quedado embarazada antes de los treinta y cuatro años —se pasa a hablar entonces de, … ¡embarazo geriátrico!—, no posee una bella vivienda y una pareja estable, todo lo demás constituye un fracaso. No hay lugar para la realización personal o cualquier otra forma de identidad que no pase por estos lugares comunes. Así ocurre que, cuando la naturaleza irrumpe de modo natural, como así sucede en un embarazo, todas estas mujeres entren en pánico: la una porque da a luz y se ve incapaz de superar la depresión pos parto; su pareja, que lo ha vivido ya y debería estar en situación de ayudarla, pasa tan poco tiempo en casa que canaliza su desconcierto sufriendo un ataque de celos hacia la niñera; esta última, en cambio, rechaza la maternidad como opción, pero sufre la presión externa que ello conlleva —su madre insiste de manera muy gráfica (y tozuda) al respecto: “cuando tú y tu hermano nacisteis, Ronald Reagan amenazaba cada día con bombardear la Unión Soviética”—. Entonces sus padres no se plantearon qué mundo iban a dejar a sus hijos, sencillamente los tuvieron. Nuestra protagonista opta por abortar, aun habiendo concebido de una pareja a quien parece querer; esta, a su vez, respeta su decisión, aunque no la comparte. Hasta la pequeña Frances parece más preocupada por la relación sentimental de sus madres (a unos niveles del todo impropios para una niña de su edad, entiéndase), o el día en que tendrá su primera regla. La situación alcanza el tono de delirio cuando Joan, otra madre que merienda en un parque público junto a sus hijos, llama la atención de “la nuestra”, por llevar a cabo “eso que sea que está haciendo. ¿Es que acaso no ve que aquí hay familias, no puede hacerlo en su casa, o, en el coche?” Sencillamente, estaba amamantando a su bebé. Pero será la reacción de empoderamiento, consecuencia de enfrentar con aplomo la situación frente a esa otra madre, la que canalice positivamente la depresión que padece. La armonía regresa a ese hogar estructurado según otro modelo. La “feminista agnóstica” —así se define la niñera—, parece que opta por replantearse la maternidad después de quedar prendada de Frances y confesarse —en juegos— con ella.

¿Consideran que les he contado la película? En absoluto, si tienen ocasión de verla es seguro que sacarán conclusiones bien diferentes a la mía. Por lo que a mí respecta, y considerando la tasa de trabajo y pobreza infantil en el mundo —160 millones de niños no acuden a la escuela, carecen de infancia, o ambas al tiempo— estos me parecen problemas de la sobre protectora sociedad norteamericana y sus cuitas de clase media alta en zona residencial. La pena es que tardamos más bien poco en hacernos eco de sus costumbres.

La película ha resultado multipremiada en diversos festivales y su guion es una delicia, a decir de la crítica. Es posible que yo no haya entendido nada.

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