La nuit des rois

Cuando un rey enferma debe quitarse de en medio y dejar paso a un nuevo líder. Uno capaz de gestionar los turbios asuntos en una siniestra y peligrosa cárcel de Costa de Marfil (MACA), donde los presos se autogestionan. “Es la única prisión en el mundo cuyo alcaide es un preso”, viene a decir el encargado de llevar a cabo los ingresos en el centro. Allí va a parar Roman. Lo vemos acceder al lugar esposado en el volquete de una camioneta, custodiado por un guardia que carga con él un intimidante fusil de asalto; rodeando la alambrada de la prisión entra al patio del recinto donde el resto de presos le increpan desde las ventanas. Hasta aquí todo igual a cualquier película carcelaria: nos preparamos para asistir a la violencia explícita, las violaciones, la sangre, el abuso de poder, la testosterona, la tensión, las revueltas y la represión consiguiente —Celda 211—. La primera sorpresa se da cuando nada de eso ocurre, por más que uno lo espere —hasta que deja de hacerlo y se mete en la historia que le están contando—, para dejarse llevar por el relato de Roman. Él es el señalado por el actual líder con el objeto de ganar tiempo antes de inmolarse. Debe contar una historia —la que sea— para mantener despierta a toda la comunidad, desde la salida de la Luna Roja sobre la jungla,  hasta el amanecer. En el transcurso de ese tiempo Barba Negra, el cabecilla, desaparecerá.


Como un Sherezade masculino, un griot negro como la noche que se dispone a atravesar, contará su propia historia y, … la de Zama King, el jefe de la banda que lo condujo hasta los muros de ese recinto. La estira, la reenfoca, vuelve al comienzo, aporta nuevos matices, añade personajes diferentes, tensiona la paciencia de quienes le escuchan haciendo al espectador temer por su existencia. Y uno termina por ponerse en su piel: ¿de qué manera contaría la historia que salvase su vida? Aunque, lo sorprendente del relato es como con el único ejercicio de la imaginación, de la improvisación, subido a una lata por todo estrado, no sólo consigue llevar a su terreno a los presos, sino también al espectador. A mitad del monólogo todos nos hemos olvidado del contexto original para seguir al orador hacia la selva, a los orígenes tribales de King, a la lucha de clanes enfrentados en un ambiente surreal: los poderes de la Naturaleza y sus seres magníficos, cuál superhéroes de un tiempo antiguo. Acompañaremos a su protagonista en un bidonville, este sí, perfectamente real: con sus casas miserables, coches reventados, aguas fecales entre las calles y basura por doquier. Allí Zama King será ajusticiado de forma sumaria: prendiendo fuego a un neumático colgado de su cuello. Acusado por una mujer albina —los albinos son rechazados en muchos países africanos: se los persigue, mutila, asesina o maltrata por sospechar sobre su origen o relacionarlos con la brujería— de un delito que no deja muy claro.

La paradoja es que el protagonista resulta ser descendiente de una dinastía real, donde su organización social, linaje, y poblado que habitan —aun siendo de humildes cañas y barro, no son miserables— no hacen presagiar un futuro de delincuencia y barrio de lata.

La película transforma en un relato de Las mil y una noches una vivencia que podía haber discurrido por los cauces trillados de la narrativa penitenciaria; en La noche de los reyes asistimos, en cambio, al poder evocador de los cuentos, a la necesidad ancestral de reunirnos bajo una acacia y escuchar a alguien contar, dosificar sus recursos, magnificarlos en la remota tradición de los bardos africanos, de ahí procedemos los demás seres humanos. Lo de menos es qué contar.

Nota: la banda de delincuentes de Zama King, Los microbios, toma su nombre de la espléndida película de Fernando Meirelles, Cidade de Deus. La nuit des rois es un fantástico complemento a aquella.

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