Maudie, el color de la vida


Siempre resulta fascinante ver a una estrella como Ethan Hawke embarcada en un proyecto pequeño, en apariencia intrascendente. Porque, seamos realistas, un biopic sobre la vida de Maud Lewis, pintora naif —parece que el término adecuado es folk, antecedente de este—, nacida en 1903 y que padeció artritis reumatoide, llegando a ser autora de éxito sin salir de Nueva Escocia, no acostumbra a reventar la cartelera. Pero la historia sencilla que plantea su directora, la irlandesa Aisling Walsh, consigue llevarnos por los oscuros —y en ocasiones también brillantes— aspectos de la convivencia de dos personas muy diferentes; a quienes el aislamiento, la necesidad, y un suerte de ternura creciente —crepitante como el fuego que los calienta e ilumina—, acaba por cautivar.

Everett Lewis, el personaje de Hawke, es huraño, desconfiado y violento. Vende pescado y leña, además de ganarse la vida haciendo pequeños portes con una desvencijada camioneta. De aspecto astroso, su pequeño hogar junto a una carretera en mitad de los bosques, semeja una pocilga. En la tienda local cuelga un torpe cartel en el que solicita “una mujer de la limpieza que disponga de sus propias herramientas”. Y allí está nuestra protagonista, deseando emanciparse de una gruñona y controladora tía en cuya casa la ha dejado su hermano, tras vender el hogar familiar para saldar deudas.



Después de presentarse en el domicilio de Everett y ser rechazada, su terquedad (y ausencia de alternativa) acabará por imponerse. Un amor incipiente se transformará con el tiempo en una realidad que, sin ser nunca apasionado, colmará las expectativas de ambos hasta verse truncado por la enfermedad. Hasta aquí no dejaría de parecer un drama ligero con desenlace feliz de sábado tarde, pero lo que la hace especial es el mundo interior de Maud, ese que la empuja a pintar sin descanso todo aquello que imagina o ve desde las pequeñas ventanas de la vivienda que los dos comparten. Con un estilo infantil, colorido, que no atiende a las leyes de la proporción, y empleando colores puros (no los mezcla); sus naturalezas encandilan con la fuerza de la inocencia, la carencia de pretensiones, la llamada interior a expresar una vida que la conmueve hasta sentir la necesidad imperiosa de plasmarla. De no mediar una vecina de Nueva York veraneante en el pueblo, jamás habría sido conocida por el público norteamericano, al punto de adquirir alguna de sus obras el vicepresidente Richard Nixon. Cuando esto ocurre la vida de la pareja se ve trastocada. Lewis es machista y necio —a pesar de que la artista incluye su apellido en la firma de los cuadros—, incapaz de sobrellevar un éxito que ella nunca buscó, pero del que él se sirve una vez renta dividendos. En cierto modo lo habría “tolerado”, sobrellevado, de no haber salido en televisión dando una imagen en que es incapaz de reconocerse. Tal circunstancia los lleva a separarse algún tiempo, hasta que a él le es imposible permanecer sin su compañía y acude en su busca.

En su relación practican un sexo cándido, atravesado por la necesidad del calor de otra piel, el cual lleva a Maud a precaverse ante la posibilidad de quedar embarazada: “si vas a hacer eso que vas a hacer, creo que deberíamos estar casados”, le advierte en el lecho que comparten en la parte superior de la diminuta vivienda. Su intención es acallar los cotilleos del pequeño pueblo pescador, pero, antes que nada, salvaguardar a la criatura que pudiera llegar. Una pasada experiencia llevó a su tía —de acuerdo con su hermano— a vender a un matrimonio mayor a la hija que concibió. Entonces le dijeron que había nacido muerta.

Las interpretaciones de Sally Jenkins y Ethan Hawke están llenas de verdad, ausentes de artificio, plenas de una ternura que siempre estuvo presente en la vida de ella —además de una dignidad y un coraje sin fisuras—, y que día a día va calando en Everett hasta colmarlo, para descubrir que no necesitan nada más que a ellos mismos. Y, tal vez, "la vida discurriendo en ese marco tras la ventana, sobre la costa ventosa, entre los bosques nevados".

En ocasiones los astros se permiten caer del cielo y habitar entre nosotros: es cuando más brillan.  

En la plataforma Filmin, para quién guste de pequeñas joyas.



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