Adiós Madrid
Sí, y no. Sí, a la idea de Luciano Corsini y su coguionista Mariana Cangas a la hora de presentar una historia donde su protagonista debe dar el consentimiento para "desconectar" a su padre, enfermo terminal, de la vida.
No, al planteamiento que hacen de un Madrid nocturno, hoy irreconocible debido al turismo y la gentrificación, con resabios de la época de la Movida madrileña y en la que el protagonista se ve inmerso a su pesar.
Sí, a la cuestión que se le plantea a este: abandonar, durante dos días, Buenos Aires y a su familia para llevar a cabo algo que el protagonista considera un "trámite".
No, a esa nueva familia que encuentra a su llegada a Madrid: sus hermanos "artísticos", aquellos que evocan con pasión y gratitud la figura de su mentor y padre adoptivo, profesor de interpretación. Él, fue capaz de hacer de una pandilla de aspirantes a actores aquello que están en camino de ser —aún no han demostrado nada, más allá de la aptitud para moverse como peces en el agua por el Madrid más bohemio y trasnochadamente transgresor: toda la locura y frivolidad que la historia recrea tuvo lugar hace ya cuarenta años: la explosión de talento y los tugurios donde circulaban a discreción las drogas y los intercambios sexuales, son pasado remoto en un 2025 de capital tomada al asalto por el turismo que convocó ese "liberal efecto llamada"—.
Sí, a la decisión de viajar, de complacer la chantajista petición de un padre para que sea él quien lo haga y no otro, por ejemplo, su pareja de toda una vida: el progenitor abandonó a una mujer y su hijo de once años en Buenos Aires para vivir abiertamente su homosexualidad. Ahora, una vez enfermo, es su decisión que sea su hijo quien lleve a cabo la desconexión de las máquinas que lo mantienen artificialmente con vida.
No, a la excesiva gratitud e incomprensión hacia la figura del hijo por parte de la familia adoptiva. En Madrid, a su llegada, parece no haber concluido una fiesta a la que este se apunta, reticente: va encadenando bares, restaurantes, tugurios y personas que le cuentan que la vida no es fácil, pues también ellos tienen un pasado al que, de una manera u otra, han logrado sobreponerse. El padre ausente ha creado una orgullosa familia paralela, puesto todo su talento en aquella que no supo mantener en Argentina.
Sí, a la propuesta: ¿Qué hacer en una situación similar? ¿Acceder? ¿Rechazarlo? ¿Mostrarse comprensivo con la pareja y su circunstancia? ¿Sufrir el proceso de catarsis que supone ver a un padre en el último instante de la vida que le quitas, la que te dio?
No a la madre, quien, como una apariencia espectral, acaba por inspirar al hijo la decisión adecuada en mitad de una espantosa resaca sobre un banco de una plaza: el perdón, la comprensión, la asunción del error como consecuencia de la vida.
Luces y sombras, en fin, como planteamiento y desenlace de una historia anacrónica.
Irreconocible el Madrid nocturno, poblado de sombras, vacío de personas. Estomagante la camaradería artística, la promiscuidad y liberalidad de una capital vista desde el pasado.
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