El suplente
El suplente es
una de esas historias que remueven a uno por dentro. Le hacen sentir lo azaroso que
resulta todo lo relativo a nuestras vidas, y lo afortunado que se es por el hecho
(involuntario, al menos en la infancia: uno no nace en, lo nacen en) de habitar
donde se habita; de haber tomado algunas decisiones correctas (estas sí: educación,
esfuerzo, trabajo, cultura), pero, sobre todo, de haber tenido suerte. Pues
esta juega también su papel en la vida de cada cual, aunque no siempre a favor:
a menudo, en circunstancias similares, viniendo de la misma extracción social y
familiar, dos personas pueden tener destinos bien diferentes. Quien ha vivido
un poco, lo sabe.
La película que comento se desarrolla en una barriada marginal de Buenos Aires, en nuestros tiempo, aunque nos haga mirar con displicencia hacia una sociedad, aquella, en la que ya no creemos vernos reflejados. La llegada de la social democracia a nuestro país hace casi cincuenta años, y la presencia en un contexto europeo, han logrado cierta justicia social a ojos vista. De modo que la primera tentación es comparar nuestra sociedad con esa que vemos en pantalla. Aunque lo que se nos muestre no sea Argentina, ni siquiera Buenos Aires, sino un barrio, una zona, un lugar degradado donde la vida es extraordinariamente difícil; también la de quienes tratan de cambiar ese destino escrito, con alimento y educación como pilares fundamentales.
Podríamos, sin
ir muy lejos, poner el foco en barrios igual o más degradados en esta España
de la modernidad y el desarrollo, contrastarlos con los que nos muestra el
filme. Es por eso que no deberíamos pensar que
estamos lejos de aquello que una vez padecimos y ellos, —"pobrecitos porteños, ay, argentinos en
general"—, aún padecen. Baste echar una mirada a las 3000 viviendas de Sevilla,
El Puche en Almería, o La Mina en Barcelona; no olvidar las áreas en torno a Madrid, donde las bandas de procedencia latinoamericana comienzan a aparecer de
forma tan incipiente como agresiva, para saber que ningún país es inmune a la
injusticia social. Que lo logrado nunca lo es del todo. Mientras haya bolsas de
pobreza o falta de acceso a la justicia más inmediata, el fracaso lo será de toda la
sociedad, no sólo de quienes lo padecen de forma directa.
El suplente es
el hijo de “El chileno”, antiguo profesor en un centro público en un barrio marginal
de Buenos Aires, quien comienza como profesor de literatura suplente, y acaba
liderando, igual que su padre, un centro social donde se trata de alimentar a
los muchachos para escolarizarlos después. Esas son las premisas
principales: comida primero, escuela más tarde. Única medicina eficaz, aunque lenta
y tediosa, para combatir la drogadicción, la violencia y, en último término, la
muerte prematura de unos chicos que no eligieron nacer donde lo han hecho, pero
sufren en sus carnes las consecuencias. Pues a la marginalidad y a la exclusión
social ya los han conducido unas instituciones y una sociedad que los arrincona
sin remedio.
En la película es el personaje del suplente el que nos muestra una paleta de contrastes
acusada: es el hijo de “El chileno”, una leyenda, y aunque tenga inquietudes
diferentes (poesía, literatura), acaba por tomar el testigo de su padre en una
suerte de destino escrito. Será el amor que siente por este, enfermo
terminal de cáncer, el que le llevará a continuar con su labor. El suplente es, además, separado; padre de una hija adolescente que no
valora como es debido los privilegios de que disfruta. Los problemas de esta, con
ser propios de su edad, están a años luz de aquellos con los que lidia su padre
a diario. Unas y otras son aguas que no se mezclan, pero se ven, confluyen en la existencia de ese profesor que confía en las herramientas de que dispone
para ayudar a sus alumnos a salir de la marginalidad y la exclusión.
Esta historia
deja entrever qué parte de nuestra vida se escribe como querríamos, y que otra
se va estableciendo poco a poco sobre la base del amor y las decisiones
que vamos tomando a diario. No siempre pues, suerte, determinación, casualidad
o distrito conducen nuestros destinos, sino que, más a menudo de lo que creíamos, median fuerzas que no imaginamos, ¿por qué? …
“¿Para qué
sirve la poesía, y la literatura?”, son preguntas que se cuestionan al inicio y
al final del relato: “para nada —no se comen, no se respiran, no se compran ni
se venden—, pero aunque no se vean en un mapa anatómico humano, son nosotros
más que cualquier órgano tangible”, eso es lo que trata de explicar, Lucio, este joven
profesor, a sus alumnos.
El trabajo de
los actores, Juan Mijuín, Alfredo Castro y Bárbara Lennie, así como los jóvenes
intérpretes que dan vida a los alumnos de este instituto de barrio, es notable.
Llevan verdad y honestidad a una historia difícil y arriesgada donde quedaría fuera
de lugar cualquier otro enfoque.
Es reseñable,
además, la localización del barrio en ese extrarradio tremendo de ranchitos y
chabolas, en una zona industrialmente deprimida que es, sin embargo, el ámbito
doméstico donde se crían esos chicos. Armas, drogas y lucha por la supervivencia
a edad temprana (“a los dieciséis años ya se es un hombre”, argumenta “El chileno”
a su hijo con acierto) en un entorno duro y miserable que el director sabe captar con
acierto.
La fotografía acompaña
al filme sin buscar protagonismo, mostrando tan solo: cielos cárdenos de
atardecer violeta y desesperanzado como en un cuadro de Mark Rothko; cámara ágil,
ansiosa entre paredes de chapa de las infraviviendas; luces íntimas, cultas,
acogedoras en las viviendas de Lucio y su ex pareja.
El suplente es
una historia que nos habla de dónde venimos, o dónde estamos todavía: basta con
cambiar el foco.
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