Mikado

 De veras no acierto a comprender que tienen que ver el Mikado—juego japonés que consiste en tratar de sacar un palillo de un montón sin que se mueva el resto— con la película que nos propone el rumano Emanuel Parvu. Como no sea la asociación forzada de unos hechos con otros en una suerte de efecto mariposa entre humanos. Me temo que la vida es infinitamente más compleja y caótica de lo que Parvu nos presenta. El autor, al tratar de sumergir —aislando— a sus intérpretes en una realidad acotada, termina por encontrar aquello que busca: unos personajes que necesariamente interactúan entre sí y dan lugar a acciones y reacciones previsibles. Un hecho sencillo, aparentemente inocente, desencadena una secuencia de hechos que culmina de forma trágica en virtud de la casualidad y la necedad de uno de los protagonistas.

Con todo, no es lo peor del filme. El caótico movimiento de la cámara —¡en mano! — a que el realizador nos somete es infernal. No contento con mantener a hombro firme la cámara ante los diálogos —bastante anodinos— de sus personajes, la desplaza buscando la réplica en los diálogos. En vez del plano-contraplano tan común, descriptivo, y tal vez soso o poco artístico a juicio del director —obliga al montaje, claro; también a ejecutar uno y su contrario a medida que los diálogos se suceden; entiendo que más dinero, por tanto—, al bueno de Parvu le parece mejor idea barrer el set con la cámara buscando a los actores cuando exponen o replican. De ese modo, sigue los diálogos hasta dar con los rostros de los actores y el decorado pasa como una exhalación ante la pantalla provocando una borrachera de imágenes que deja a este espectador mareado como un pato. Si a esto se añaden los subtítulos (la película es en rumano), mejor cerrar los ojos y atender a la trama como quien asiste a una radionovela. No acaba ahí la cosa. Cuando las escenas transcurren en el exterior, o se suceden por los vericuetos y pasillos de una exigua casa de barriada popular, el operador de cámara igualmente persigue a los actores, mostrándonos con “innegable sentido artístico” las espaldas de estos hasta dar con el siguiente implicado en la trama. Es un alivio cuando lo encuentra, al menos la cámara se detiene unos segundos, hasta el siguiente barrido en la réplica del otro actor.

Si a esto suman unos diálogos chuscos, unos actores mejorables y una trama cuestionable tendrán Mikado:

El relato de una adolescente un tanto malcriada a la que regalan por su cumpleaños una cadena de oro blanco, y esta se la regala a su vez a una amiga, paciente oncológica. El padre de la adolescente —represor, controlador y agresivo—, monta en cólera hasta dar con la pulsera. La ha encontrado una limpiadora, quien la devuelve y se disculpa por haber tardado en hacerlo. El padre de la chica entiende que ha querido robarla y la despide. La mujer de la limpieza, al regresar a su casa en medio de una ola de calor, sufre un infarto y muere. Uno de sus hijos (amigo íntimo de la chica que recibió la cadena) decide denunciar al padre por un supuesto acoso que provocó la muerte de su madre. Embaucado por una abogada trepa consiguen llegar a un acuerdo económico verbal y no ir a juicio. El padre entregará al chico 12000 €. Cuando el chico acude a recoger esa cantidad en su coche, atropella en un accidente por negligencia (cambiaba la música en el salpicadero del auto) al padre de la chica. Punto final. Mikado (!)

Lo mejor, el aspecto de las instalaciones hospitalarias de Bucarest. Lo peor, ya lo saben.

Comentarios