La era de León Benavente


Ha de ser algo cercano al delirio, eso de tocar en la ciudad donde has nacido y lograr conectar con un público entusiasta. Quizá demasiado. Personalmente, no comprendo por qué se ha de aplaudir a los músicos así llegan a escena, tal vez obedezca a las ganas de fiesta de la gente, la posibilidad de volver a compartir algo —aun enmascarados— en un teatro.  Otro matiz: el r&r en el teatro se lleva porque no hay alternativa: vas o te lo pierdes. Pero no es fácil ese estado de contención impuesto al no saber si estar de pie o sentado; en qué momento toca hacer uno o lo otro: como quien solo acude a la iglesia en bodas y entierros. No domina el ritual. Copia al resto. Con la salvedad de que en este rito, si no te levantas, no ves (además de parecer ridículo). Al menos en algo hemos mejorado, no hay restricciones respecto a la distancia entre personas.

Llama mi atención el concepto de la puesta en escena como espectáculo concebido para la imagen: la batería elevada sobre una plataforma junto a percusiones electrónicas; tras los músicos, una pantalla cinematográfica proyecta sus sombras a medida que avanza el concierto. Se suprimen los chivatos que solía haber en el escenario para que el músico escuche aquello que toca, sustituyéndolos por pinganillos. El lugar de los altavoces lo ocupan potentes —aunque discretos— focos que rodean la escena y acompañan con su “danza” la evolución de la música. El escenario se llena de color, luz estroboscópica, contraluces, intimismo o movimiento sincopado según requiera el tempo. Hasta la setentera bola de espejos hace aparición cuando corresponde.

Pero yendo a lo primordial, la música. Asistimos a una generosa descarga alternada con momentos de enorme intimismo lírico. Abraham Boba lo aclara en el texto de El eco de mi memoria, “Y así llegó el rock & roll/Que como etiqueta es muy amplia/Pero estrictamente en sentido vital/Es ir a lo que dé la máquina”, donde describe su biografía sentimental, y sienta las bases de esta cosa cambiante desde su origen que es el rock and roll. León Benavente combinan potente electrónica y programaciones con la estructura clásica de batería, bajo y guitarra acertadamente. Esto mismo lo hacen otros grupos, sí, aunque no con las escenas que ellos desvelan en sus textos: desencanto, escepticismo, revoluciones fallidas, hartazgo, consumo, capitalismo tecnológico; pero también amor y su reverso —desamor escarmentado—, fragilidad —La canción del daño: “Y mueves varias piezas del rompecabezas/Pero no consigues ver la imagen al completo/Que va mal/Nada en concreto”—, perplejidad —o así quiero ver yo La gran muralla de su actual, Era: como esa visión bufa de Marina Abramovic, donde dos amantes se cruzan tras un viaje de dos mil kilómetros en sentidos opuestos y se van sin decirse nada uno al otro. Además de ácida crítica mordaz en Viejos roqueros viejos, cosa harto curiosa porque, tal como lo veo, sería lo deseable: que envejeciesen haciendo esto mismo (siempre que la creatividad los acompañe y estén en disposición de seguir arriesgando, claro). Di no a la nostalgia puede ser un buen antídoto para combatir ese eterno retorno que parece guiar a algunos compañeros de profesión. Entiendo que a estos Viejos se refieren con ese … “Hay que saber irse de una fiesta”, lo comparto. Mítico, “solo me miras así cuando me canso de ti”, y los culos comienzan a moverse entre las butacas a ritmo ansiolítico —poco, debido a la limitación de espacio— hasta que el tema termina para ... volver a sentarse: el teatro y sus servidumbres.


Una vez en lo alto temas de otros álbumes que coreamos, sepamos o no la letra con certeza, tras la discreta mascarilla —alguna ventaja había de tener—: la emocionante Estado provisional; Disparando a los caballos, siempre actual y absurda por reiteración de nuestra clase política; mano de hierro el texto, guante de seda la melodía de La ribera: “Esto y esto se vende”, la guerra en el momento actual. O la enamorada “Amo, tu lado más tierno/También el más hijo de puta”. La pesadilla del día después, la frivolidad exacerbada de la noche antes, el hedonismo hueco del instante; el tiempo que se esfuma y, sin embargo, nos llevará a repetir un día o semana más tarde en busca del nirvana escondido en las drogas; tal vez algún cuerpo al que abrazar esa noche en la cama: Ayer salí, “vi a personas abandonando sus cuerpos”.

Un concierto memorable, que deja el deseo de un viaje de cientos de kilómetros donde repasar en bucle todos sus discos. Aún no he encontrado forma mejor de disfrutar la música: tal vez por eso la popularización del automóvil y el rock han ido siempre al lado de la carretera.

Nota: “He visto a Rafa Berrio irse antes de tiempo/Y ahora el mundo es más prosaico, artificial”, solo el recuerdo al malogrado autor merece el disco entero. Una nota más de elegancia.

 

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