Tres mujeres Magnum: Centro Niemeyer Avilés

En ocasiones, cuando uno asiste a la actualidad a través de los medios de comunicación o la habitual trifulca parlamentaria, puede parecer que el empoderamiento —inquietante palabra según el ámbito donde se diga— femenino es cosa de hace días; que apenas hace meses o años las mujeres reivindican su espacio legítimo: el que va desde el hogar al poder, desde el desempeño de las tareas domésticas y la crianza de los hijos, a su presencia creciente en parlamentos y empresas, ay, occidentales. La Segunda Guerra Mundial sacó a la mujer de su casa —es cierto que por interés del Estado (masculino): necesidades bélicas de producción y atención a los heridos— y ya nunca volvió a entrar. Es decir, hace setenta y seis años que este verbo inquieta a los varones. Empoderar. Veamos las definiciones de dos diccionarios de referencia: "coger alguien para sí una cosa sin más razón que su voluntad y, a veces, violenta o ilegalmente//Adueñarse. Apropiarse (María Moliner). Hacer poderoso o fuerte a un individuo o grupo social desfavorecido (DRAE)"—, parece entonces evidente que para que unas alcancen parte de ese poder otros deban perderlo; hasta llegar a un ideal igualitario entre ambos géneros (que no sexos, estos forman parte de otro debate no menos sesudo). De ahí el nerviosismo entre los hombres, quienes renqueamos o no dejamos de sorprendernos ante las demandas crecientes de la mujer en todos los espacios sociales.

Traigo a colación esta inoportuna digresión en relación con la exposición Tres mujeres Magnum, que hasta el 30 de enero de 2022 permanecerá colgada en el Centro Niemeyer de Avilés. Ya desde el ambiguo —y divertido— título de la muestra comisariada por Rosa Olivares, se nos invita a profundizar en lo expuesto: mujer y Magnum en la misma frase podría llevar a equívocos, … si se desconoce que esa es la mítica agencia fotográfica fundada en París por seis leyendas del fotoperiodismo (una mujer entre ellas), y no el popular helado con cubierta de chocolate y palito para sujetarlo. Antes de la aparición de Magnum el fotógrafo no era el dueño de su obra más que hasta el momento de venderla a periódicos o revistas, que pasaban a reproducirla tantas veces desearan sin contrapartida económica para su autor. Tras la creación de la agencia, entre otras que dieron cobertura informativa al convulso siglo veinte (y lo que va del veintiuno, no menos convulso), son estas quienes se encargan del legado y distribución de las obras a los editores de prensa.

Pues bien, formar parte de ese selecto club de reputados fotógrafos (entiéndase también fotógrafas) nunca ha sido tarea sencilla, basta asomarse a su página —www.magnumphotos.com— para comprobar los altísimos estándares de calidad y temática exigidos si se desea ser miembro o colaborador disponible en la agencia, que todavía afirma “permanecer fiel a sus valores originales de excelencia intransigente, verdad, respeto e independencia”. Por eso es tan significativa esta muestra, porque ofrece la extraordinaria posibilidad de contemplar y contrastar el trabajo de tres creadoras con intereses dispares, biografías y épocas distintas, siempre atentas a un mundo cambiante y conflictivo sin el cual no sería fácil interpretar la realidad presente y pasada, construir la futura. Muchas de las imágenes que vemos en las paredes forman parte ya de nuestra iconografía, de nuestra manera de entender la vida, aun cuando no lo sepamos.

Asomarse a través de la mirada de Eve Arnold a los mitos del Hollywood dorado: la sensual Marylin, desnuda bajo una sábana que apenas la cubre; al rostro tenso, concentradísimo de un juvenil Paul Newman asistiendo a una clase en el Actor’s Studio cuando el calcetín blanco no era sinónimo de mal gusto. Observar el elegante —e inquietante— perfil de Malcom X en el apogeo de sus reivindicaciones en favor de los Derechos Civiles, pocos años antes de su asesinato en Manhattan. O contemplar el caos vital de la Gran Manzana entre el tráfico, la muchedumbre y la policía patrullando a caballo las calles, es privilegio que nos otorga la primera mujer en pertenecer a la prestigiosa firma.

Inge Morath ofrece una curiosa mezcla de reporterismo y sofisticada vida social. La extraña asimetría de esqueléticos trabajadores rumanos descargando un camión frente a un edificio, tras el Telón de Acero en la Europa de posguerra, contrasta con las divertidas escenas de sociedad en el apartamento del caricaturista Saul Steinberg. El retrato de una llama en el interior de un coche junto a su entrenadora en Times Square o del que fuera su marido, Henry Miller. También su mirada privilegiada al grupo de “inadaptados” (The Misfits) que formaron parte del rodaje de Vidas Rebeldes. Y no por su relación con Miller sino por el contrato que Magnum firmó con la productora de John Houston, director de la película, y a quien Inge conocía ya antes. En aquella época —está bien presente en la exposición— la relación entre fotógrafos y estrellas cinematográficas era habitual y estrecha. Morath fue la segunda mujer en formar parte de la Agencia y mantuvo su actividad hasta el año 2002 en que murió.

Cristina García Rodero es desde el año 2009 la primera integrante española, y siempre es un lujo acudir a cualquiera de sus exposiciones. Las temáticas que aborda desde el principio de su carrera —pegadas a lo cotidiano, a lo que hay de surreal en este; a lo extravagante o testimonial—, hasta apuestas más exóticas donde incursiona en los ritos y la santería haitianos, las color parties o la explosión de color de su trabajo en India (no presentes en esta muestra); siempre desde una visión respetuosa, mimetizándose en cualquier lugar al que acude con su cámara, para pasar desapercibida y obtener unas imágenes que no se conciben sino desde la cercanía. También hay denuncia —o testimonio— en la mirada exhausta de un niño buscando el aire en lo que parece un camión de refugiados, en el beso entre dos streapers en imagen especular; la joven viuda ante el cadáver de su hijo o la niña montada sobre un burrito peludo en la desolación de un campo yermo. Cristina es la vida en todas sus manifestaciones, todos sus extremos, muerte incluida.

Tema aparte son los positivados. De una calidad formidable, donde la gama de grises que van del blanco al negro profundo lleva a pensar que estamos ante un volumen en vez de un plano. Los encuadres, el instante, la paciencia infinita que se adivina hasta eclosionar la emoción que sus escenas recogen.

Sea como fuere, estén o no en la Agencia, la presencia de mujeres detrás de las cámaras permite llegar allí donde a los hombres les es mucho más difícil, sino imposible: un funeral, la habitación de una novia, la intimidad del hogar en los miles de zonas en conflicto … espacios que forman parte de la vida y a menudo quedan en un plano secundario, aunque no menos interesante. Una sociedad que aspire a ser libre no puede permitirse el lujo de prescindir de su mirada.

En Magnum, un veinte por ciento de sus integrantes son mujeres. 

 

 

 

 

 

 

 

 

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