La hija, relojería de precisión emocional

 


La
hija, del director y guionista, Manuel Martín Cuenca, consigue llevarnos en crescendo desde un inicio desasosegante hasta un final imprevisible y brutal donde nada resulta ser lo que parece. La historia de sus tres personajes –una joven adolescente y una pareja adulta- que esperan en calma tensa a que la primera dé a luz al hijo que espera, se va retorciendo, complicando con elementos inesperados en mitad de un paisaje de postal: inaccesible como el nido de un ave rapaz, cálido hasta  la enfermedad, cargado de una tensión eléctrica que solo al final se desata en forma de violencia y drama.

La mujer adulta no puede ser madre, la joven lo es demasiado para atender adecuadamente al hijo que espera. Tiene además un pasado de delincuencia y hogar desestructurado que la ha llevado a un centro de internamiento de menores. Con esos mimbres, ¿qué hacer con la criatura? ¿Por qué no darla en adopción? Las circunstancias se confabulan cuando un profesor del mencionado centro resulta ser pareja de la madre estéril. Todo parece encajar. Sólo es cuestión de esperar con paciencia y suplantar la identidad de una madre por otra hasta que,… la Naturaleza resuelva el problema de forma satisfactoria para todos. Una madre no desea al hijo que viene, la otra lo desea más que a nada en el mundo: el choque está servido. Más si cabe, cuando en nuestro país no existe la posibilidad de la maternidad subrogada, llevando al espectador a analizar la conveniencia o no de los llamados “vientres de alquiler”: ¿dónde está el límite de la biología?, ¿es todo posible de mediar el dinero y la necesidad? Más conflictos.

En medio de un paisaje idílico, agreste, accesible sólo desde una pista de tierra y vigilado por amenazantes perros, el entorno juega un papel crucial. El que en circunstancia distinta sería un lugar apacible, maravilloso, se torna en esta en territorio hostil, a pesar de su marco de postal. Es esa otra Naturaleza, la real, la que nos permite desarrollarnos como seres vivos, la que empuja a estos individuos hacia sus pulsiones más ancestrales, primarias: todo parece posible en los planes que las personas nos hacemos en el interior de nuestras cabezas, pero salta en pedazos una vez la vida se abre paso y exige posicionarse. Entonces dan igual edad o condición. Es el instinto el que elige por nosotros, tanto si la elección es la adecuada como si no; esto, se verá más adelante.

El trio de actores encabezado por Javier Gutiérrez –intérprete que parece no tener límites-,  Patricia López Arnaiz –cara reconocible de nuestro cine, aunque poco pródiga en papeles de altura como este, donde se muestra intensa, contenida y solvente-, y la debutante Irene Virgüez –borda su interpretación de adolescente desorientada-, llenan de credibilidad una historia de suspense rural que para sí quisieran muchos filmes foráneos. Todo en ella funciona como un mecanismo de relojería: la evolución de los personajes, sus silencios, las palabras que se dicen y llevan más tarde al espectador a justificar sus actitudes, el comportamiento de los animales, el propio escenario como lugar imprescindible en la historia. La irrupción de una subtrama policial aportando mayor tensión, o un novio que viene a romper un equilibrio precario, débilmente cimentado entre todos, vienen a afinar el funcionamiento de esa máquina precisa que es este guion.

Otras películas proponen seguir a los protagonistas una vez finaliza su historia, especular con qué será de sus vidas cuando se encienda la luz en la sala. En La hija no ocurre tal. Uno sólo se plantea qué hubiera hecho en su lugar, ¿cómo hubiera jugado sus cartas? Después de todo,  La vida es eso que ocurre mientras se piensa en otra cosa”, permítase la cita.

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