Tramo 1, etapa 14, Camino del Cid, el destierro: Berlanga de Duero—Retortillo de Soria

La última etapa de este primer tramo se extiende entre Berlanga de Duero y Retortillo, en el límite con la provincia de Guadalajara. Es una etapa extensa, pero aparentemente fácil, sólo al final habrá que subir una poderosa pendiente para, atravesando la sierra Pela abandonar el antiguo reino de Castilla y pasar a peligrosa de tierra de infieles como el rey Alfonso ha ordenado. Me excita la idea de atravesar el mismo lugar que atravesó el Cid hace mil años y tal vez pensar en lo que dejaba atrás: su mujer y sus hijas en Cardeña, su hacienda, molinos y trigos en Vivar, su bien ganado prestigio a las órdenes del malogrado Sancho, hermano de Alfonso. Todo se había ido al traste por la maledicencia del Conde de Carrión y una acción desafortunada en Toledo que sirvió de excusa al rey. Ahora, había que empezar de nuevo sin saber si tendría éxito en su empresa o perdería la vida en ella. Tales eran los tiempos.

Después de un descanso reparador en el albergue nos acercamos a casa Vallecas y desayunamos huevos fritos con jamón —Cody también— y una buena jarra de cerveza con limón. Un café para rematar y al camino. Comienza bien, pendientes suaves, llanos por pista de tierra con sol intenso pero brisa refrescante y señalización correcta. Todo parece indicar que la marcha será un largo paseo. A ocho kilómetros de Berlanga las marcas desaparecen por completo dejándonos en una bifurcación de caminos al pie de unos sembrados. El camino parece continuar por el barranco frente a nosotros. Toda esta zona de lo que hoy es España estuvo sumergida en épocas remotas bajo el mar. Las corrientes marinas excavaron profundos cañones donde, a menudo, el agua fluía con fuerza para salir de nuevo a otra llanura submarina. Los seres vivos se adaptaban a la vida en las laderas y así no es difícil encontrar grandes canteras de fósiles de todo tipo: mejillones, vieiras, almejas, fusiformes, trilobites y un sin fin de especies que demuestran que la vida estuvo presente en otros aspectos. Muchos de estos cañones se utilizan hoy como una reserva de pasto fresco —a la sombra de los cerros donde graznan águilas, cuervos y baten alas los buitres, discurren arroyos que dan lugar a arboledas y retamas de aromáticas— cuando ya el verano ha avanzado y las ovejas han agotado los pastos.

Nos internamos en el cañón. Cody abandona la vanguardia y me pisa los talones —literal— como siempre que la ruta no le convence. Al principio el progreso es rápido aunque las ramas de rosales silvestres —aquí llamados tapaculos por su acción antidiarreica— y vegetación baja comienzan a engancharse en la ropa. Pero pronto el camino se va cerrando, más cada vez, hasta que ya sólo es posible avanzar por las laderas del barranco. Cody aún me sigue de cerca. Desde una ladera en el medio de la cárcava hacemos un alto y reponemos fuerzas: agua, fruta, frutos secos... Trato de hacerme una composición de lugar y observo que, tras una vuelta, comienza a aparecer en lo alto vegetación de pinares y un acceso fácil hacia ellos. Por allí podemos progresar. Pero la salida no es tal. El barranco da un brusco giro de ciento ochenta grados y se dirige de nuevo atrás, al punto por donde hemos entrado. Caprichos de las corrientes submarinas. La alternativa es trepar por el barranco —con impedimenta y Cody— o bien bajar al fondo donde la vegetación es tupida ahora y cuesta mucho caminar. Me decido por el fondo pues las laderas son ahora pronunciadas y peligrosas. Avanzamos apenas quinientos metros palos en ristre, acabo de recordar que las víboras abundan también por estos lugares y no quiero que me sorprendan desprevenido. De hecho voy pensando en su aspecto para tratar de paliar el efecto sorpresa, lo hago siempre que salgo al campo, pienso que si llevo la imagen de una de ellas enroscada en la hierba o saliendo de entre unos guijarros con la boca ofensiva, conjuro en parte el mal que puedan llegar a hacerme. Fantasía. No sé qué haría si se diera el caso. Llegados a una pequeña vaguada el olor se hace de pronto insoportable. Bajo unas ramas tupidas yace el cadáver de un corzo completamente vaciado. Los buitres y la descomposición han dejado de él únicamente piel y huesos. Busco de nuevo una ruta alternativa y la hallo —eso creo— en lo alto del barranco donde con mucho esfuerzo, consigo llegar con bártulos pero sin Cody. Se ha negado a subir. Exploró el terreno desde lo alto y confirmo que el cañón da la vuelta entre vegetación tan tupida como la que hemos traído. Ahora no sólo tenemos que bajar, sino volver a subir de nuevo si queremos abandonar el barranco. Me gustaría desesperarme, pero no puedo permitírmelo. Llamo a Cody con las muestras de cariño más efusivas que puedo por ver si se anima a subir y no me hace bajar a por él. No lo consigo. Obtengo como respuesta el eco de mi voz rebotando en las paredes. Salvo esta, el silencio es absoluto, ni siquiera corre el aire por aquí y los buitres se han alejado advertidos de mi presencia. Me armo de valor y vuelvo a bajar de nuevo para subir con él, como El Buen Pastor: con su tripa en mi nuca y las patas sujetas con una mano. No es fácil, el perro nunca se ha visto en esta y yo tampoco. Con la otra mano me sujeto como puedo a las ramas confiando en que no partan y nos arrojen barranco abajo. Nunca pensé que agradecería tanto la fortaleza de una rama silvestre. A pesar de ser viejas crecen en las laderas y pasan la vida expuestas al viento, el frío, la helada y el sol intenso. Son firmes y recias como un soriano, a pesar de ser toscas nunca defraudan, después de haberlas tentado un poco sabes que soportarán tu peso y aguantarán sin ceder el tirón que necesita tu impulso. Así, poco a poco, vamos consiguiendo ascender entre jadeos y gemidos. Ya en lo alto felicito a Cody por su buen comportamiento y me digo que debo estar ya en Primero de Soriano, ¡Menuda machada!. Debo estudiar de nuevo la ruta para salir de la U en la que nos he metido y hayo un camino aparentemente fácil. Veremos a ver. Descendemos con cuidado extremo entre guijarros que se sueltan y viejas sendas hace tiempo transitadas por las ovejas. Pienso en un esguince, o en una caída fatal; acto seguido me viene a la mente el cadáver del corzo. Presto aún más atención. Ya en el fondo nos internamos de nuevo en la vegetación en busca de aquellos arbolillos por donde el ascenso parecía sencillo. Efectivamente lo es, al menos no tan complicado como los anteriores. Llegados a lo alto nos felicitamos con la mirada. Como diría mi amigo Güti, "el Maño": ¡Alá provee! Es de Barbastro, lleva en sus venas sangre árabe. Cody vuelve a tomar la vanguardia entre los trigos en dirección a un pinar donde se muestra una senda. Para alcanzarla todavía debemos rodear un amplio vallado que me hace maldecir. Cuando alcanzamos la entrada de la finca y con ella la senda un cartel advierte: "Muladar para el alimento de las aves salvajes. Prohibido arrojar animales muertos sin autorización". Así, doy cuerpo a una palabra que conocía, pero no asociaba a nada concreto: muladar. Es bonita, se paladea en la boca al repetirla. Tal vez los buitres nos hubieran respetado si estaban saciados.

La senda conduce a una amplia vaguada que primero baja pronunciada y luego sube de igual modo. En fin, a por Segundo de Soriano. Nos llega el olor inconfundible de una granja porcina en el fondo, a un kilómetro de distancia. Al paso por ella ya es nauseabundo. Los tejados de chapa donde los cerdos se cuecen al sol sofocante y los gruñidos que salen de allí, además de la balsa adónde van a parar sus excrementos, conducen a la idea de hacerse vegetariano o vegano, o cualquier cosa, antes de ingerir a esos pobres diablos sacrificados.

Alcanzado el alto la ruta continúa por carretera hasta un pueblo que se divisa en la distancia. Se va dibujando paso a paso por encima del asfalto. Parece un pueblo grande, seguro que tiene una buena fuente. A la derecha empieza a aparecer un castillo; aparece por completo. Qué curioso, me recuerda a otro, diría que es igual que otro. Tal vez fuese un modelo defensivo de éxito que copiasen en el medievo por su buena factura. Comienzo a bajar la suave pendiente que conduce al pueblo y a lo lejos distingo un gran cartel de fondo granate que reza: Berlanga de Duero. No salgo de mi asombro, estoy como al principio; dirijo mis pasos a enjuagar mi fracaso donde comenzó la jornada. Ya lo adivináis, www.casavallecas.com

"Soy hijo del camino, caravana es mi patria y mi vida la más inesperada travesía".

Amin Maalouf, León el Africano.

Comentarios