The human hibernation
Desde un primer enfoque, podríamos hablar en función de la poesía visual que sin duda desprende el filme: elaborados planos donde una naturaleza apabullante se hace dueña y señora de los destinos humanos que, al igual que el resto de seres vivos, si quieren sobrevivir han de adaptarse a unas condiciones meteorológicas periódicamente cambiantes —en recursos y alimentos, por tanto—, o también cuando estas son adversas o inconvenientes. Contar eso en imágenes no resulta fácil, acostumbrados como estamos al vértigo visual desde todos los medios, tanto los elegidos como los impuestos. De manera que, el primer reto de la autora consiste en mantener el interés del espectador cuando el ritmo narrativo decrece hasta casi ralentizarse, o los protagonistas no son —necesariamente— los seres humanos; o bien, cuando aparecen lo hacen vestidos, sin excepción, con ropas similares —diríase uniformados, en pantalón y blusón azul marino—, o empleando un lenguaje lacónico, donde todo lo que se dice es relevante. Necesario. Importante. No existen los diálogos huecos, sin sentido, destinados al puro entretenimiento. Todo intercambio de información tiene algún fin; sirve para algo. Con esos mimbres, mantener al espectador durante noventa minutos en su butaca se presume imposible. Pero Ana Cornudella lo logra. ¿Cómo? A base de secuencias de un lirismo sobrecogedor. De planos donde queda muy patente lo que de veras somos: unos seres muy frágiles que, contra todo pronóstico, hemos llegado hasta este siglo (al menos al XX: en la película se ven elementos bien característicos: mobiliario, electrodomésticos, útiles, herramientas). Así, el plano fijo de un grupo humano —hombres, mujeres y niños— descansando desnudos en la misma estancia, acurrucados como lo haría cualquier otra especie en su madriguera cuando las condiciones son propicias, es de una potencia turbadora. Ocurre igual con los, también, desnudos escenarios abiertos, donde la naturaleza se nos muestra cómo es, sin medias tintas, poderosa y hostil cuando corresponde o amigable y sutil cuando toca, mas nunca a nuestro servicio, como hemos logrado después de siglos de someterla a nuestro capricho y/o necesidades. Desde esa óptica, digo, la apuesta de Cornudella es ejemplar, nos pone frente al espejo de un entorno del que dependemos y, sin embargo, no respetamos. Aunque tampoco sea ese —creo— el mensaje que desea transmitir, es decir, un aleccionamiento, didactismo o tirón de orejas frente a nuestra manera de comportarnos en el mundo. Sencillamente, nos propone una ucronía desasosegante: ¿y si dependiésemos del grupo para sobrevivir y este del medio?
En un segundo enfoque, y aun aceptando el juego, la cuestión que a este espectador se le plantea es: ¿acaso no hemos sido ya así? Es decir, pobres diablos vagando por bosques, páramos y estepas; atravesando cordilleras y cruzando océanos insondables; sufriendo mil penurias por desiertos interminables —ay, el pueblo judío y su larga, para todos, diáspora—. Nunca hemos hibernado, eso es cierto, aunque, metafóricamente hablando, lo hayamos hecho durante la pandemia; recogidos en nuestras casas durante un período muy dilatado para nuestras costumbres, aquel resultó un ensayo sociológico al que nadie en su sano juicio desearía volver.
Pero, lo que me resulta más difícil de aceptar, y este es el tercer —y último— enfoque, es un mundo donde no exista la risa (ni una sola sonrisa se nos muestra en toda la proyección), ni frivolidad, ni ironía, ni segunda intención. Donde hayamos regresado a una animalidad donde todo se reduzca a seguir vivos, estación tras estación. Donde la deshumanización haya dejado paso (tal vez no se haya alcanzado aún en ese tiempo incierto en el que se desarrolla la trama) a la animalización. Es cierto que se deja patente la preocupación de unos por otros (un primer estadio evolutivo en nuestros antepasados remotos); que los cuidados y su origen no tienen por qué provenir, en exclusiva, de la familia; pueden partir del grupo, la tribu, el clan, pero, ¿basta con eso? ¿Con un "ir tirando"? ¿Sobrevivir siendo conscientes de que otros antes que nosotros han existido y ya no están? ¿A eso se limitaría nuestro conocimiento?
¿Dónde cabría, en un mundo similar, la sociedad, la cultura, el arte? ¡El humor!
En un lugar de mera supervivencia, ¿quién podría estar interesado en la historia que nos cuentas, Ana?
En todo caso, y este es un cuarto enfoque, no puedo dejar de alabar la valentía, la elegancia visual de una propuesta como esta. Me resulta heroico, casi milagroso, conseguir financiación para un ejercicio como este. Por eso tiene mayor valor si cabe. Enhorabuena.
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