Es más que probable que tenga
mucho que ver la serie Friends, y la presencia de la mediática actriz Jennifer
Aniston, con el planteamiento de esta película, pues, en efecto, ambas juegan con
el título y cuentan con la premiada actriz entre su plantel de actores. A esta se
suman Frances McDermond —no importa lo que haga, Frances siempre estará, como
mínimo, excelente—, Katherine Keener y Joan Cusack —honestamente, aunque
reconozco sus caras y valoro positivamente sus interpretaciones, nada sé de sus
trabajos anteriores—. En el reparto masculino, un ramillete de buenos actores bordan
sus interpretaciones en el papel de acomodados maridos de clase
media-alta-anglosajona-protestante y… woke (por expresarlo con el
término con que ahora se etiqueta a la gente proge; de izquierdas, aunque
acomodada, incluso existe un término en inglés de Norteamérica para nominarlos:
affluents).
Estas cuatro parejas —realmente son tres durante gran parte del film, aunque acabarán siendo cuatro— ofrecen un amplio abanico de “problemas” vinculados a la gente pijo-progre, y sin embargo insatisfecha, de la sociedad norteamericana. Bien sea por no saber a qué causa solidaria ofrecer el excedente económico familiar; por tratar de resolver una crisis conyugal con el peregrino ejercicio de ampliar la vivienda; o por sufrir una irritación permanente contra todo y todos sin motivo aparente. Pero, ¿cuál es entonces el conflicto que hace avanzar la historia y confronta a los personajes? Pues el desempleo y la falsa precariedad de uno de los miembros de ese grupo de amigos. Y subrayo falsa porque podría no serlo: el personaje que interpreta la actriz protagonista —Aniston— ejerce un empleo no exactamente bien remunerado, el de asistenta. Y no es porque carezca de formación u oportunidades, sino porque está quemada de su trabajo como profesora en un instituto, y está dispuesta a hacer cualquier otra cosa antes que desempeñarse de nuevo como enseñante alienada e insatisfecha.
En ese
contexto, se presenta a un grupo de amigos que periódicamente se reúnen para
cenar y poner sobre la mesa, problemas y circunstancias afines a una
comunidad angelina (residen en Los Ángeles) muy bien establecida, por
otra parte. Se trata de una pandilla no obscenamente rica, pero sí lo
suficiente como para vivir con desahogo, excepto en un caso. Aunque ninguna de ellas termine de encontrar esa plena satisfacción que podría derivarse de su estatus. Durante el transcurso de esas cenas mencionan, de manera distendida,
desinhibida, e incluso divertida la frecuencia de las relaciones sexuales de
cada pareja, la educación de los hijos, la necesidad de entregar fondos a
causas humanitarias y la conveniencia o no de hacerlo a través de carísimas
cenas solidarias; del uso del tabaco, la homosexualidad, etcétera. Todo ello
siguiendo el hilo conductor de los viajes de vuelta a casa de cada una de esas
parejas, en distintos momentos de la trama. Un elemento narrativo muy eficaz y bien
reconocible por el espectador, porque, ¿quién no ha comentado la velada que
acaba de tener lugar en el coche, de regreso a casa? El breve tránsito y la necesaria
desinhibición de quienes conversan, aportan el contrapunto a la reunión y ponen
de manifiesto que aquello que se ha puesto sobre la mesa no es, desde luego, todo
lo que inquieta al grupo de amigos. Está lo cercano, lo próximo, lo tangible,
lo que no ha salido a colación y es, si cabe, más importante que aquello que sí.
El espectador tiene en sus manos todas las cartas de la baraja, aquellas que
conocen los personajes y también las que no. Y ese aspecto crea situaciones cómicas,
reconocibles, canallas e incluso patéticamente tiernas: ¿Es posible explotar laboral
y sexualmente a una amiga?
Una
tragicomedia refrescante, divertida y muy bien realizada en todos los aspectos
donde se plantea la eterna cuestión: ¿da realmente el dinero la felicidad?
Nota: existe,
en el mundo científico, una neurona así denominada, Jennifer Aniston: «el gran
descubrimiento fue encontrar una neurona que está tan asociada a un
concepto tan concreto. De hecho, supone un importante hito en la comprensión
del funcionamiento de la mente y de la formación de los recuerdos», precisó
el neurocientífico argentino Rodrigo Quian Quiroga.
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