Rehana
A mi entender, la cuestión principal que subyace al relato de esta
película de producción bangladesí es, ¿qué hacer ante el conocimiento de un
abuso sexual ejercido en el entorno más próximo? ¿Denunciarlo y complicar con
ello la propia vida y la de los seres queridos, o permanecer en silencio y que
las cosas continúen su curso igual que si nada hubiera ocurrido? Rehana, profesora
adjunta en una facultad de medicina en Dakha, opta por lo primero; a pesar de
que la víctima de ese abuso, atenazada por el miedo a que el asunto se conozca en
el campus, se muestre contraria a la denuncia. Incluso amenaza a Rehana con
el suicidio si este llega a conocerse.
Contada con una encomiable economía de medios provoca, durante toda la proyección, una fuerte sensación de claustrofobia: en ningún momento se aprecian exteriores y las tomas, por lo general cámara en mano, se suceden entre planos medios y primeros planos con una mínima apertura de campo para mostrar una oficina, un aula o los pasillos de la facultad. Al acento cerrado y por momentos asfixiante del film, contribuye la tonalidad azulada que puebla el recinto, la vestimenta de las protagonistas y la luz fría de oficinas, despachos o aulas. Es de suponer que es intención del guionista y director trasladar, con esa puesta en escena, el ambiente de opresión en que se mueve su protagonista. De ser así, lo consigue con creces; pues lo que se juzga no es sólo el hecho de un abuso de poder y autoridad de los que se deriva una agresión sexual, sino las consecuencias que acarrea para la denunciante. Al actuar en conciencia y tratar de impedir que nuevas alumnas pasen por esa misma situación, se granjea el rechazo de compañeros, directora del centro y hasta de los propios alumnos, aunque por una razón distinta (expulsar de un examen a una alumna que copiaba). Tampoco la esposa del acusado, a quien pone en conocimiento de los hechos, le expresa su gratitud; más parece que preferiría seguir siendo ignorante.
En medio de esa tormenta emocional, la figura de la profesora se
encuentra, además, inmersa en una vida personal complicada: a su condición de
viuda que cría sola a una niña de cinco años, se suma una extenuante vida laboral
y la dependencia de un hermano zascandil que cuida a menudo de su hija. Este, la
cuestiona al conocer la denuncia; plantea si la lleva adelante más por egoísmo que
por un sentimiento de justicia altruista: “¿estás haciendo esto por ella o por
ti?”. El círculo opresivo se cierra con la relación que mantienen madre e hija,
el de una educación represiva y exigente en extremo, basada en el castigo y los
frecuentes ataques de ira por parte de su madre.
Inflexible, lleva hasta las últimas consecuencias la denuncia al
punto de fingirse ella misma la abusada si el agresor no confiesa. Fatalmente, es
esa sociedad corrupta la que sale airosa: una planta dejada al extremo de un
balcón parece certificar la amenaza de suicidio de la verdadera víctima.
Magnífico trabajo de la actriz Azmeri Haque Badhon en la
que recae la casi totalidad del trabajo interpretativo. Como curiosidad, su
formación no es la de intérprete, sino la de dentista.
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