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No es imprescindible, pero sí aconsejable, conocer qué son las briofitas antes de ver esta película; ese conocimiento dotará al espectador de un elemento de juicio que, de otro modo, quedaría algo cojo: enmarcado apenas —nunca mejor dicho, pues este es el formato por el que apuesta Bas Devos, su director, en la cinta— en la relación entre dos jóvenes dedicados a profesiones, cuando menos, opuestas.
Pero volvamos a las briofitas o, más comúnmente, musgo. A decir de la ciencia es el primer ser vivo asentado en el planeta Tierra, y procede de las algas marinas; sería, por tanto, responsable o promotor de la explosión de vida que vino después —ser humano incluido—, y que, muy posiblemente, «continuará en el planeta una vez nos hayamos ido», como dice uno de los personajes en el film.
Ese salto del mar a la tierra tuvo lugar hace 600 millones de años y, aunque de eso no se habla en esta historia, no está de más saber que nuestro planeta permaneció congelado durante los 100 millones de años previos a esos 600: completamente congelado entre uno y otro polo. Es la teoría "Tierra bola de nieve" que cobra cada vez más fuerza entre la comunidad científica. Si finalmente acabó descongelándose fue debido a la geología y a las enormes fuerzas magmáticas que subyacen la corteza terrestre en forma de erupciones volcánicas, que permitieron "asomar" la tierra emergida —entonces solo un supercontinente, Rodinia—, y desgajar y derivar a los continentes que hoy conocemos. Durante casi 4000 millones de años parece que el nuestro fue un hogar tremendamente "aburrido": «hasta el mismo Darwin se sorprendía ante la brusca aparición de la vida animal en un periodo relativamente tan corto, aunque conjeturase correctamente que toda ella procedía de 'una o unas pocas formas primordiales'» [Javier Sampedro, El País].
Eso es, pues, lo que vemos cuando comienza la película, el marcado contraste entre el mundo creado por los humanos y el que ha venido desarrollando la naturaleza a lo largo del periodo de tiempo mencionado. En una ciudad occidental —Bruselas, por más señas— la vida se sucede apacible entre las personas que la habitan, extremadamente cordial en las relaciones humanas, y muy diversa en cuanto a la procedencia de sus habitantes: personas de origen chino, rumano, africano o magrebí, también locales conviven en esa capital de forma armónica y, por lo que se deja entrever, muy amable. Uno de los protagonistas es de origen rumano y trabaja en la construcción; la otra, de padres chinos, es bióloga científica, e investiga y enseña la vida primigenia en la Universidad: las briofitas. La casualidad los junta y la una explica al otro la materia de su trabajo. La curiosidad, y el ecosistema en el que se hallan inmersos —la vida al completo—, harán el resto: son dos más de los seres que habitan el planeta que conocemos. El uno contribuye a levantar edificios, gigantescas cajas de acero y hormigón que habitaremos después; la otra a explicar y explicarse la vida que nos rodea y acabará por desgajar el asfalto, las ciudades y viviendas donde nos alojamos; todas las infraestructuras —se hace mención particular al tren— que nos sirven, acabarán comidas por la maleza.
Bas Devos nos habla, a través de una estructura tan simple como eficaz, de la falta de atención y cuidados que nos profesamos unos ciudadanos a otros: el obrero de la construcción deja la ciudad para irse de vacaciones a su país; antes, vacía la nevera de unos vegetales que de otro modo se perderían, hace con ellos una sopa que comparte con amistades y familia (una hermana vive y trabaja en la misma capital), de ese modo tan sencillo el autor nos muestra la ciudad y a quienes la habitan desde un plano comunal, cuidadoso. Tal vez, en ese comportamiento colaborativo resida la clave para mantenernos sobre la Tierra algunos milenios más, y sea ese magma que todos llevamos dentro, el que se exprese en forma de atención el que garantice nuestra supervivencia como especie.
Lejos del catastrofismo que podría sugerir el texto, ocurre más bien al contrario, la historia destila poesía en sus imágenes y actitud de sus personajes; llega a sugerir, antes que una sociedad distópica y desesperanzada, una armonía posible que está en nuestras manos.
La ausencia de banda sonora y los diálogos lentos, entrecortados, escasos, dejan espacio a unas sensaciones y ambientación que contribuyen al tono poético del film.
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