Toda la vida, un día
El disco, decía,
lo estructura en cuatro movimientos (acabarán siendo cinco, no entendí el porqué,
aunque se desprenda del nombre de este) que se asocian a otras tantas etapas vitales de
las personas: Mov. 1, Infancia (La flor); Mov. 2, Juventud (La inmensidad);
Mov. 3, Madurez (Mi jardín); Mov. 4, Vejez (El peso); Mov. 5, Renacimiento. Aporta
en cada uno de ellos su cosmovisión: una realidad en fuga, imposible de nombrar,
mas no de cantar. Acaso sea esa la única forma que ha encontrado para detener
el tiempo.
En Ayuda,
delicadísimo movimiento de Mi jardín, se hace acompañar a dúo (y a capella)
por Carlos Monfort, quien rasga cual guitarra su violín acompañando a la autora
al canto: tan cerca el uno del otro, que al fundirse sus voces en el micrófono trasladan
a quien escucha la sensación de compartir una sobremesa feliz: allí donde la
comida, el licor y el arte elevan los espíritus de los comensales y este último
se despliega en perfecta comunión. Excepto que, en realidad, es un auditorio entero
el que no respira, porque comulga. El tema concluye con una lluvia de
aplausos, el abrazo fraternal de los intérpretes y cientos de almas que levitan
conmovidas.
Emociona hasta
el llanto, Salir distinto. Sabia conjunción estelar de voces (en el
disco, en el directo la de Cruz es suficiente) que atesora algún que otro haiku
(si formalmente no lo es, lo parece); tientos que nos acompañan “desde
Japón hasta Turquía, y una siesta en tu huerto de oro y hierro-negro”.
Algunos de
ellos —no es preciso que tengan sentido o lógica para que evoquen imágenes,
sentimientos, vivencias— encontrarán eco en cualquier persona que no tenga un
corcho por corazón. Dicen así:
“quiero salir distinto,
yo prefiero el desastre,
y escucharte sin prejuicios”
o, en voz de Diego
Carrasco:
“Sin sombrero y sin cigarro,
con paciencia y manos recias,
estamos vivos de milagro”
Silvia remata esas
voces que conducen al éxtasis:
Duele soñar tan profundo
y vivir a la par,
de ciudad a ciudad,
noble de viña y de bar.
Como el buen marinero
Ni arrastrar ni empujar.
De capital a la costa y en los pueblos sin mar.
Claro —me doy cuenta tan pronto lo tecleo—, el texto apenas dice nada una vez escrito. Pero si al escucharlo a uno no se le eriza la piel, es bien posible que su depósito emocional se encuentre bajo mínimos.
Y de nuevo Carrasco,
a solicitud de Silvia, en el texto que sigue y ella comparte en anécdota memorable:
“ni a la altura del betún ni básico,
tú eres un clásico”
Consigue esta
bellísima mujer —de continuo ha de escuchar cómo le dicen “guapa” otras mujeres
desde el patio de butacas; me pregunto por qué los hombres nos cohibimos, pues es seguro que lo pensamos —, de voz prodigiosa y talento infinito, seducir al público;
hacer copartícipe a cada garganta de la melodía y el sentimiento que dimana de
estas. Consulto dimanar: dicho del agua, proceder o venir de sus
manantiales. Manantial. El término se ajusta preciso a la voz de Pérez Cruz. Aunque
nombrar sea imposible, aunque dejemos un universo fuera cuando le decimos al
manantial, manantial. Y así nos vemos: cantando versos de Ana María Moix que
—algunos— ni siquiera sabíamos por quién habían sido escritos. Pero hoy ya es ese
mañana que ella pensó. Profecía que se cumple. No hay tanta muerte si no hay
tanto olvido, recuerda la artista desde el escenario:
“cuando yo
muera, mañana, mañana, mañana,
Habrá
cesado el miedo de sentir que ya siempre estaré sola”
Nos pastorea
desde el escenario como a un coro de tímidos gandules. Emplea para ello el
cuerpo entero, el remolino incansable de sus brazos hasta hacer de nosotros una
sola voz con que llenar el espacio. Nos invita a hacer nuestro el texto de Ana
María porque, ay, también habremos de morir algún día.
Pone voz a otros
poetas: Fernando Pessoa (“Finge tan completamente [el poeta] que hasta finge
que es dolor el dolor que en verdad siente”), Idea Vilariño (“Sin arriba, sin
abajo, sin principio, sin fin. Sin este, sin oeste, sin lados, ni costados y
sin centro…”), William Carlos Williams … Y deja para el final, por consejo de
su hija, la nana que cierra el disco y nos habla del Renacimiento.
Cierro el escrito
una tarde más tórrida aún que la del pasado sábado. La provoca una nube canadiense
llegada de 5000 kilómetros de distancia. Viaja sobre las capas altas de la atmósfera.
Merced a los vientos que fluyen por estas, los devastadores incendios que
sufren allá se dejan sentir acá. El sol se ve difuminado, llega a ocultarse en
un candente ocaso de tonos anaranjados. Desde la administración nos aseguran
que la calidad del aire no se ha visto afectada. Sea.
En breve me calzaré las zapatillas y los auriculares para salir a caminar, para tratar de asimilar —todavía conmocionado— las canciones que abrasan mi cabeza desde el sábado pasado.
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