Casa Queimada

 

Los Trigo presentan nuevo proyecto en la biblioteca de la Escuela Municipal de Artes y Oficios de Vigo. Edificio hermoso y desierto este caluroso miércoles de junio, permanece en una umbría silenciosa, fresca y acogedora a la vez que rebosante de cultura accesible y gratuita. Me viene a la cabeza el Ateneo de Madrid, las maravillosas salas de los museos de Historia Natural de Nantes o La Rochelle que he tenido la fortuna de conocer recientemente. Como en aquellos, en la biblioteca de la EMAO crujen al caminar sus vetustos suelos, las salas desprenden aroma a madera, barniz y sabiduría. En sus paredes las estanterías se llenan de volúmenes que, aunque a menudo inaccesibles al profano, brindan una cálida sensación de abrigo en los días fríos y lluviosos de estas tierras, al frescor más delicioso si fuera arde el termómetro como es el caso. 


Hechas las presentaciones y antes de visualizar el breve documental que ilustra la obra o escuchar las explicaciones de sus autores, asistimos a la firma de ejemplares de un libro que se divide en cuatro apartados: Tatuaxe, Xénese, Lume y Cans. A modo de jalones entre unos y otros, extraños (y bellos) gráficos con que los pescadores de A Guarda (Pontevedra) y Vila Praia de Áncora (Portugal) distinguen todavía sus redes y aparejos de pesca. 

Blanca Trigo abre con su poema Tatuaxe este libro que es más que un libro: una palanca para reconstruir la casa que un día fue, después ardió, y hoy vuelve a ser. Ubicada en lugar hermoso —tempestuoso o apacible a capricho del viento, las olas y los temporales que la barrerán otra vez de sol, espuma y yodo— mira orgullosa al mar, al pedrero bajo sus cimientos. Tras la línea del horizonte viniendo desde América, abrirá otra mañana sus puertas y ventanas a un vasto espacio que invita a la imaginación o al deleite. La residencia se rodeó en otro tiempo de un bosque de pino y eucalipto, pero este ardeu una luctuosa jornada de octubre de 2015 en el que casi se vienen abajo sus paredes. Aunque no del todo. Como Branca nos recuerda en oportuno verso “Devora a casa el fuego que la devora”. Recita —se acompaña con notas de flauta y percusión que elabora al golpear el pie sobre el roble de la sala— su balada y rememora una infancia de fiebres y varicela, de brillo en los ojos de niña enferma entre aquellas paredes. Por suerte (y por Verkami), tras la reconstrucción, nos recuerda que “a casa e a mesma, reclutada contra a temperatura extrema da memoria”. Brava, Branca.

Pero quizá sea Xénese, el trabajo que Ramón Trigo se reserva para sí mismo en este álbum, el que llame más mi atención de cuantos ilustra en esta obra. Su propuesta, sencilla en apariencia, es capaz de concretar en catorce dibujos (monotipos) la historia del mundo. ¡Casi nada! Un ejercicio de concisión tremebundo que nos regala, además, un fantástico kraken. He tenido la fortuna de ver cómo lo pintaba (prodigios de la tecnología) sobre una laxe entre las rocas. Animal primigenio, estremece imaginarlo cualquier noche de invierno inmerso en las profundidades de ese mar tempestuoso; a la luz temblorosa de las velas, cuando los moradores de la casa murmuren con una vaso de ponche caliente entre las manos y el viento silbe fuera, el faro de cabo Silleiro perforará sin desmayo la oscuridad: resultará tan negra como la tinta que desprende el calamar al saberse perseguido por el leviatán.  

En Lume, tercer apartado de este trabajo, se trasluce la impotencia, perplejidad y urgencia —¡qué rondaría por vuestras cabezas en la magnífica viñeta con texto al pie, “a estrada que vai a Baiona pola costa”!— para regresar a un espacio en el que nada se puede hacer, salvo allegarse al mar rugiente para recibir el aguijonazo de la melancolía y la decadencia. Pero la suerte y los amigos también juegan. Y Aun “escarallada”, la casa se vistió de remiendos que la harán todavía más resistente que antes de la tragedia. Dylan, Guthrie, Beatles, la Creedence… —me recuerdan siempre al Nota en El Gran Lebowsky— tuvieron que ser buena compañía mientras remexíades a masa. Al final, lo que cuenta es esa pandilla de amigos dibujados a contraluz frente al ocaso, igual que en las cuchipandas de Astérix el Galo. ¡Si hasta os ha crecido un árbol dónde maniatar al bardo! Enhorabuena por ese dibujo esencial que habéis logrado: sol, océano, casa, árbol.

Abordo Cans con tristeza y amor. No hace mucho, nuestro gran Cody se ha sumado a esa enorme jauría que aúlla a la luz de la luna. Y aunque él era de poco auvear, también "estaría farto de esos cans da esquerda enfurruñada e chorona que so sabe ladrar". Sin querer, lo dibujasteis. Y hasta da la réplica — “GUAUU, GUAUU!!—” en una viñeta.

Formidable trabajo tras la cámara: elegante, emotivo y poético vídeo de presentación. Hace daño ver batir el mar silencioso a través de ventanas y puertas de la casa quemada; el borrón que dejaron las llamas en sus huecos al arrasar la vivienda. No es de extrañar que Durruti esté queimado. Me sonrío al extractar la declaración que hace en una entrevista —“era una casa con todas as comodidades posibles. Tenía camas, mesas, televisión y hasta nevera. En pocos minutos desapareció todo, quedaron sólo las paredes”—. ¿Por qué se me hace extraña la presencia de la televisión? ¿Cómo la alimentarían?

Casa Des-Queimada

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