It must be heaven, ¿genialidad o patochada?
En su lugar de origen, pasea y escucha a sus vecinos (en
general, tan parcos en palabras como él mismo); intenta sorprenderse con
situaciones pretendidamente hilarantes que no terminan por llegar a este
espectador (tampoco a los otros treinta que me acompañan en la sala. Aunque, sería
más preciso decir “las”: dos terceras partes del aforo son mujeres. No se
escucha una sola risa en dos horas de proyección). Persecuciones, extrañas amenazas,
pequeños latrocinios… todo desde la “cara de acelga” de su actor y director: tal
que un José Sacristán en sus inicios, pero sin diálogos.
Más tarde toma un avión y se planta en un París
extrañamente deshabitado donde pulula por cafés y bulevares (también productoras) tratando de financiar su proyecto. Ha de ser catorce de julio, pues se hace
rara esa ciudad vacía de personas: en céntricas calles y parques se
suceden gags propios del cines mudo (robo de sillas, carreras, mendigos atendidos
por unos servicios sociales dispendiosos), pero con tecnología del siglo XXI.
Quizás lo más atractivo sean las secuencias de bellas modelos evanescentes caminando
por La ciudad de la luz, ajenas a ese voyeur oriental que las
observa fascinado.
A continuación hace algo similar en Nueva York. Aunque en
esta ocasión le resulte más difícil despoblar vías y jardines para
llevar a cabo sus “tropelías” visuales. Sigue contándonos anécdotas inverosímiles
desde un absoluto mutismo, en escenarios de lujo y desde entornos privilegiados.
Incluso cuenta en uno de los fragmentos con la participación de la estrella mexicana,
Gael García Bernal.
Me resulta del todo imposible dejar de pensar, a lo largo de todo el metraje, que detrás de esas imágenes hay operadores de cámara, iluminadores, maquilladores, montadores, foquistas, microfonistas y, finalmente, ¡productores! Todo un presupuesto al servicio de esta extraña idea. Se ha detenido el tráfico en grandes urbes (no en Nazaret, allí todo transcurre en el interior de una vivienda, algunos jardines, un par de cafés); se han hecho tomas de carros de combate atravesando avenidas parisinas; se ha implicado a algunos transeúntes, actores (pocos) al servicio de un pretendido film reivindicativo de Palestina como nación. Dinero y recursos, en fin, para contar una historia que, es seguro, encantará a los críticos más despiertos. No en vano ha sido mencionada o premiada en diversos festivales europeos. A este espectador le deja perplejo.
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