Vive Nigrán 2023

 

   Aunque en el cartel del primero de julio en Vive Nigrán 2023 figuraban otros artistas, la mayoría de los presentes acudimos a ver a Ojete Calor. Esa impresión me dio y así lo manifiesto, como en uno de sus temas memorables, Sinceridad no pedida.

De otra parte, resultó muy interesante, honesta y fresca la propuesta de Javiera Mena y su banda. Casi abriendo el cartel, y cuando el solazo frente a ella invitaba a ponerse las gafas de sol (los problemas con el aparcamiento me impidieron llegar a The Rapants), cumplió con creces su compromiso festivalero. Animó a un público todavía tibio a esa hora de la tarde y recorrió el escenario de punta a cabo sin desmayo. Dedicó —tras declararse vegana— una canción a la empanada de zamburiñas y se manifestó enamorada de Galicia: “un país tan parecido a Chile”. Sería injusto por mi parte hablar de sus canciones, pues no las conozco en profundidad. Pero sí me dejaron regusto a sinceridad y pasión sus propuestas: diversión exenta de frivolidad en sus letras y profundo compromiso con el amor y sus derivas: “que levante la mano quien haya amado a dos personas a la vez”, consultó. Curiosamente, se levantaron muchas. Tal vez ayudase el hecho de que esa tarde se celebraba el Orgullo y la gente estaba exultante, sincera y festiva a juzgar por la actitud y los atuendos. Reconocí Otra era y, por supuesto, Yo no te pido la luna, tema de Fiordaliso que pegó en España en los ochenta en versión de la mexicana Daniela Roma. En ese momento, el público de Mena enloqueció. Se despidió, luego de un par de bises, abrazada a su banda compuesta en exclusiva por mujeres; habiendo calentado el corazón de los presentes. El sol y el baile se habían ocupado de los cuerpos. Desde ya te sigo, Javiera.

No así a Samantha Hudson, a quien tampoco conocía. Lo siento. Me resultó pretenciosa, aburrida, pobremente transgresora, ordinaria y anacrónica. Su ¿música?, hubiera resultado interesante hace cuarenta años, cuando Pedro Almodóvar y Fabio McNamara lo petaban en Rock-ola, o Paco Clavel recorría nuestra hosca Eghpaña cañí vestido de maricón intergaláctico y reivindicando la copla. Tuve la fortuna de acudir entonces a uno de sus conciertos en Oviedo.  Leo que ahora es su mentor. ¡Madre mía! Cuarenta y tres años después, y desde la mirada de una persona que vivió ese tiempo, la sarta de consignas que escucho, los revolcones gratuitos sobre el escenario, las mujeres en braga encima de este (pobrecitas, resultaban patéticas en sus coreografías de “hacer bulto”, rellenaban la escena de… nada); pantallas sobreimpresas rebosantes de clichés baratos: forzudos “empotradores” en calzoncillo apretao, blancas tropas de Dart Vader ataviadas con la bandera de España, azafatas calentorras recorriendo el pasillo de un avión caleidoscópico… En fin, me devolvieron a los tiempos de Susana Estrada, de Pajares y Esteso. “¿Alguien está cachonda? ¡Quiero ver sexo!”, preguntó, exigió. Su propuesta me cogió (también en el español de Argentina) en el área de restauración, dando cuenta de un burrito con salsa picantísima que me escarralló el estómago. ¿O fue esa mezcla de chunda-chunda con mensaje de saldo vomitado desde el escenario? No lo sé. Sí, que me costó cinco vueltas al recinto pasear esa cena endiablada y disponerme para los Ojete. Mientras caminaba, pensaba en el libro sobre mi mesilla de noche: La hija de Marx, Clara Obligado. Año de edición, ¡1996! Erotismo elegante, transgresión de la buena. Sugerencia veraniega, Samantha: si es lo que deseas, leerás sexo y te pondrás cachonda como una perra.

Pero, sin duda, lo que más me asombró fue el recurso a la “excomulgación” (sic) de que fue merecedor siendo joven estudiante en León. Cuando presentó un trabajo en el instituto y desató una polémica tan de ocasión como su pose. Imagino que ser maricón y cristiano vende más que ser maricón y no serlo. ¡Pues vale! En todo caso, me comprometo a ver el biopicSamantha Hudson —al menos 10  de sus 61 minutazos: me entra en el abono a Filmin—. Me asalta la desazón cuando escribo estas líneas (tampoco aspiran al Pulitzer) considerar si soy o no homófobo —ese mantra que desde el universo arcoíris se estampa a quien no comulga con todas sus propuestas—. Honestamente, creo que no. Pero sí me resulta insufrible que traten de aleccionarme con cañonazos de mal gusto. En todo caso, vaya mi respeto hacia la persona de Samantha Hudson, no así hacia su propuesta artística.

      Con la aparición de Carlos Areces y Aníbal Gómez sobre el escenario, la noche dio el giro esperado. Comenzaron provocando al personal con ironía e inteligencia (si es que no son la misma cosa) al presentarse: “buenas noches, Nigrán. A nosotros nos dijeron que veníamos a Vigo; o a Coruña, pero en fin, aquí estamos”, cito de memoria. Más tarde, abundarían en esa línea al decir que “lo que los traía a Galicia eran sus productos típicos: el marisco en desayuno, comida y cena. También el más estelar, la fariña”, también de memoria.

Arrancaron con la ranchera de José Alfredo Jiménez, El rey en versión karaoke. Propuesta celebrada y eficaz que mete al público directamente en el espectáculo haciéndolo partícipe de la fiesta. Lo repetirían en otros temas con más o menos éxito. Aunque para ello sea preciso que funcione correctamente el encuadre en la pantalla situada detrás: en algunos temas no lo hizo y la llamada de atención de Aníbal al responsable no se hizo esperar. Ocurrió con su último hit, Agapimú, junto a la cantante Ana Belén; también en la presentación de su infalible-algoritmo-de-canciones-melancólicas-espantosas: imperdonable el recorte de cabeza y texto del sin par Alex Ubago con su Me muero por conocerte. Incapaz de recordar el orden de interpretación, fue muy celebrada Corre Sarah Connor (memorable el vídeo que proyectan tras ellos y contribuye a lanzar el tema hacia una dimensión descacharrante: Sarah Connor/Linda Hamilton recorre las calles vestida con un poncho mientras los artistas lo hacen con prendas… delirantes, por denominarlas de alguna manera). En Amiga en las estrellas nos invitan a “recrear las estrellas con la luz del móvil”. Propuesta estúpida como enseguida reconocen, pues sólo ellos la disfrutarán desde el escenario. Esa amiga, de nombre Brandy (me arriesgo a creer que de origen anglosajón), responde a esta letra sin par: “El informe policial, Dice que eras otra subnormal, Que saltó de un balcón, La piscina te quedó, Como a metro y medio, ponle dos. El alcohol no ayudó. El ‘balconing’ con moderación”; no puede ser más simpática e irreverente. Opino de qué si uno no puede reírse de todo, entonces no puede reírse de nada. Ni siquiera el mal gusto debería poner límites al humor. Hay ejemplos sobrados. La mayoría de nuestro país celebra un tipo de gracejo que personalmente me da por culo, pero la democracia tiene estas cosas y aberraciones, y es más que probable que un servidor forme parte de lo aberrante; sin embargo, es en este punto donde me encuentro cómodo. Viejoven, Vintage, Tonta gilipó, 0’60 y así hasta llegar a su canción más celebrada, Mocatriz, los temas se van sucediendo y el público despiporrándose. Celebrando entre risas y a voz en cuello cada ocurrencia de Carlos y Aníbal. Hilarante el momento en que el segundo pone en evidencia a los vecinos del casoplón contiguo al campo de fútbol: “ahí, viendo el concierto sin pagar, en primera fila y con la tortillita”. Estarán acostumbrados. No hay cómo disfrutar de buenas instalaciones. Cierran la noche con un bis o dos “pero ya en playback, ¿eh?”, donde todos coreamos con Mocedades, Eres tú (uhu uhu uuuuh). Por si alguno/a no recuerda la letra, lanzan octavillas al público desde el escenario. Antes se las pasan por el culo, los sobacos y los huevos (huelga saber cómo estarán esas partes de su anatomía después de dos horas de concierto). Sorprendentemente, el personal se las disputa sin rubor. Mientras, en pantalla aparece el nombre del grupo en letras violetas y Aníbal baja a la arena para hacerse selfis con la primera fila. ¿Por qué lo sé? Porque los conciertos han entrado en una dimensión televisada: también lo que ocurre entre el público se proyecta en las pantallas, no sólo lo que pasa sobre las tablas (es muy probable que esto ocurra hace tiempo y sea la primera vez que yo lo vea). Pero ya con Javiera Mena, cuando aún era de día, llamó mi atención el paso incesante entre la gente de un chico con una cámara provista de antena. Al otro lado, un realizador editará las imágenes y nos las servirá a todos. Está guay.

Extraña sensación, la de sentirse diferente en un lugar donde todo el mundo va de una onda distinta a la de uno: gay, lesbiana, travestida… Cuando compré la entrada ignoré por completo que este era el Día del Orgullo LGTBI. Fenomenal. Lo cierto es que hace una tarde espléndida y da gusto sentirse distinto entre distintos. Me emociona vivir en un país donde la diversidad es bandera. Esperemos que continúe así tras las elecciones. Ay, que miedito.


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