Cadejo blanco
Es cierto, la película cuenta con actores aficionados, el
sonido no es bueno en ocasiones, los diálogos no resultan, a veces, muy creíbles
— el argot de las maras guatemaltecas se pierde—, pero, por el contrario, el
relato conmueve. Remueve la conciencia del espectador, le aporta el punto de
vista de quien está próximo a unas calles que jamás —es muy poco probable*—
pisará. Cuya realidad se perdería de no ser por películas como esta. Porque el
cine es eso también —además de entretenimiento y negocio—, una enorme ventana a
realidades diversas que, de no asomarnos, difícilmente conoceríamos, mucho
menos comprenderíamos.
De manera que el simple hecho de que alguien tenga la
valentía, la inconsciencia o la necesidad imperiosa de llevar adelante un
proyecto como este, ya es motivo de celebración. Pero ¿qué es un Cadejo
blanco para los que no tenemos ascendente guatemalteco? Según la cartela del
filme, «un animal fantástico, cuadrúpedo, semejante a un lobo, que según la
tradición popular, se aparece en la calle durante las horas nocturnas a algunas
personas para asustarlas o llevárselas». Motivo suficiente para que su director
y factótum, Justin Lerner, nos hable de un problema lacerante en las
calles de Guatemala —también de El Salvador, donde son más conocidas, pero no
solo: comienzan a instalarse y extender sus tentáculos por los barrios periféricos
de Madrid y otras grandes capitales españolas—, las maras o pandillas juveniles
callejeras, extremadamente violentas, dedicadas al robo, la extorsión y el
tráfico de drogas.
Al margen de la mejor o peor materialización de la historia,
sorprende el coraje para internarse en unas calles de veras peligrosas. En ese
aspecto recuerda a la maravillosa Cidade de Deus, Fernando Meirelles 2002,
donde la trama argumental es similar, salvo que en aquella ocasión estaba
ambientada en las favelas de Río de Janeiro. Entonces hubieron de pedir permiso
a los líderes de las bandas que dirigen el barrio, para poder internarse en él
con cámaras y equipo. También extraordinaria, Elefante blanco, Pablo Trapero
2012, que tiene lugar en las chabolas del sur de Buenos Aires. Rodar, contar,
interpretar mientras la vida de esos sitios continúa su curso: persecuciones,
asesinatos, extorsiones, amenazas, tráfico, policía, delitos de todo tipo.
¡Imaginémoslo! Personalmente, veo una película paralela a la película. Y aunque
en las tres se intuye la contención en cuanto a “lo que se puede contar”, lo
que se ve es más que suficiente para hacernos una vaga idea de la vida al límite
de sus verdaderos protagonistas: lo son de verdad, pues acostumbran a ser actores
de una sola película. Esa que vemos. Caso aparte en nuestro país es el de José
Luis Manzano, quien a las órdenes de Eloy de la Iglesia, protagonizó siete films
que son historia del cine español. La relación entre ambos la recoge el historiador
Eduardo Fuembuena en su obra, Lejos de aquí.
Cadejo blanco habla en realidad de la familia. Tóxica,
pero familia al fin. La que te acoge cuando estás en la calle y no tienes otra
expectativa de vida más que la delincuencia, la que te brinda protección a
cambio de una lealtad inquebrantable: una vez se accede a la mara solo se sale
de ella con la muerte, no se contempla la deserción o la disidencia. Como,
además, la injusticia y el abandono de niños en familias latinoamericanas de
estos barrios marginales es habitual, las edades a las que ingresan en las
maras son muy tempranas. La organización supone la supervivencia para estos
chavales al límite, pero también la extorsión: se ha de pagar con violencia,
con favores debidos a la férrea jerarquía de la marabunta (término del que
procede mara) al cobijo que se les brinda. Un fenómeno altamente tóxico, una
espiral de brutalidad de la que es muy difícil salir con vida. Donde sus
integrantes asumen su trágico destino con una naturalidad que desarma: morirán jóvenes, pero no
serán bonitos cadáveres. Solo desgraciados.
* Braulio, camarada del Cineclub Lumiere,
tuvo la oportunidad de estar en Puerto Barrios, población guatemalteca donde transcurre la historia que se nos cuenta. En su experiencia,
«un lugar extremo donde la vida es tal cual se aprecia en la película: muy
dura, pero donde la gente tiene un corazón de oro».
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