¿Quién diablos era Jon Secada?

 

Jon Secada era (es) un músico de origen cubano que pegó fuerte a principios de los noventa: llegó a ganar tres premios Grammy. Aunque, honestamente, soy incapaz de recordar ninguna de sus canciones.

En cambio, las letras que propone Ángel Stanich, su ironía fina e inteligente, el sentido del humor que guardan, la infinidad de referencias literarias, cinematográficas, televisivas, geográficas, musicales, etcétera, hacen del suyo un mundo al que se debe permanecer muy atento, si uno no quiere perderse nada de su riqueza; y, aun así, siempre dejan un espacio de bruma donde habitan el misterio y los guiños a su planeta infinito.

Como entusiasta tardío de sus textos —gracias, Pili, por insistir: «pues a mí me gusta», repetías risueña; «¡quita!, no soporto su voz», respondía airado—, hoy debo reconocer que, cuanto más escucho sus discos, más me conmueve ese universo propio donde se dan cita el amor con las filias y fobias de Stanich. Me veo yendo hacia atrás con la prisa del (casi) nuevo converso (ya van dos discos de filia, y me suena algún tema del “ácido camino”) cuando, todavía, no era santo de mi devoción. Esta noche siento el deseo de alcanzar esa estimulante sensación de estar del todo al corriente de sus letras, de corear y bailar sin dejar hacerlo al artista: la misma que se da en los apóstoles de su estilo desde el primer EP. Esos temas que, generalmente, se interpretan como últimos: Carbura, Metralleta Joe.

Ahora, repasándolos y repensándolos, trato de recordar los que hizo el pasado sábado veintitrés, en Rock in río Tea, Pontearas (Pontevedra): «villa de Reveriano Soutullo, célebre compositor de zarzuelas y pasodobles (!); de las alfombras de flores y el castro de Troña; de los tres ganadores de la Vuelta a España», como recordó con apabullante conocimiento del entorno; mayor incluso que el de algunos ponteareanos “de toda la vida”. Pero ¿quién podía sospechar que el autor es tan aficionado al ciclismo? ¿Lo será también a las alfombras, castros, pasodobles y zarzuelas? Un misterio. Solo sé que, leyendo Le Tour 95, se dibuja en mi cara una sonrisa cómplice. Porque es entonces cuando reconozco todas esas menciones a lugares familiares que se escapan cuando escucho: «y yo voy a correr, por ti sin transfusiones, en la vuelta esta». ¿Se puede ser más bizarro, más divertido? ¿Cómo hacer una canción dedicada a la “serpiente multicolor” sin caer en tópicos? Genial le viene pequeño.

En Polvo de Battiato asegura que La historia es fácil, cita al Jon Secada del inicio y revela que «la gente normal se podría morir». No puedo estar más de acuerdo, ¿quién quiere ser normal? Al menos, de serlo, escapemos de pensamiento, ya que no de obra u omisión.

Y voy de Nazario, al Rey idiota o El cariño, y vuelvo a disfrutar como si las escuchase en este momento… Para descubrir que, Nazario, no es el dibujante, como creía, sino Ronaldo Nazario de Lima («que se fue de seis») ¡el colmo de la filigrana! O la generosa cantidad de citas televisivas de una época donde había tantas, y tan disparatadas; y el medio no era tan burdo y brutal. Desde mi edad provecta (1965), me cuesta imaginar que un chico del ochenta y cinco tenga tantísimas vivencias —tiernas y divertidas, además— de esa época; sea capaz de hacerme reír y conmover con frases como «todavía dormiría en las tetas de Sabrina».

Escupe fuego, Mátame camión, Galicia calidade, Un día épico se suceden empujadas por una banda cómplice, entregada. Enfundados en pantalones pitillo, luciendo lustrosos botines setenteros, bigotazos y chalecos propios de la Era de Acuario —antes que nada, enormes músicos—, arropan, corean y visten cada una de las composiciones de Ángel como si fueran propias: sudan la gota gorda en la noche tropical del río Tea. Hasta con sus greñas y troglodítica barba Stanich insufla calor al respetable, no solo con su banda y empatía desbordante. Para terminar, se descuelga la guitarra y se echa al público, que mantea encantado a este pequeño Rasputín —¡es clavado al personaje del Corto!— y, dos días después, todavía me tiene rumiando sentimientos en forma de canciones que hago míos; escribiendo una crónica que nadie leerá. «¿Piensas cuándo fumas? ¿O fumas cuando piensas?». En mi opinión, solo faltó Casa Dios, esa maravillosa odisea manchega que pone cada uno de mis vellos (y son muchos) de punta.

Hasta la próxima, Ángel, que si sigo por aquí se me va el “Oyambre”.

Enhorabuena a la esforzada organización del festival por permanecer ahí todo este tiempo y brindarnos este regalazo. ¡Gratis, además!

Nota:

Empiezo a comprender y no sé qué hacer con esta cantidad desmedida de apuntes, allí donde mis conexiones cerebrales se juntan con las suyas. Me parece que las procesaré entre risas y paseos: «llévame a tu ombligo en astrolabio; Motel Consuelo, Jardines de Man e Iveco, está completo el aparcamiento, no es difícil ser mujer en "truck”; La ira te mató y no eras irlandesa (!); Leo libros prohibidos, no me entero de nada; La cosa es que te vas, pues falta compromiso, el caso es que a las diez, aún no te habías ido…»

Y todo así.

 

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