Juan Perro, El Viaje, Boiro

No es fácil escribir acerca de Santiago Auserón, Juan Perro; no por nada en particular, si no porque su colosal y dilatada carrera hacen difícil saber por donde empezar. Por eso creo firmemente que lo mejor será comenzar, por el final. Por la aparente sencillez de un músico que se presenta en escena acompañado apenas de una guitarra y su voz, en una sala pequeña de un pueblo pequeño, una noche de verano: A Pousada da Galiza Imaxinaria, Boiro (A Coruña). Viste un traje entallado de cuadros verdes sobre fondo azul y una camisa blanca. Zapatos de charol en punta con hebilla plateada Se cubre con un sombrero estilo Heisemberg en Breaking Bad, que sólo se quitará durante los saludos inicial y final, luce un bigote ralo años cincuenta que, a mi juicio, sienta estupendamente a sus sesenta y cinco años. Santiago ha sido siempre y es, un hombre muy guapo y elegante.

Pero hablemos de su música. Desde el año 2016 viene defendiendo un puñado de canciones desnudas que ha recogido en un álbum titulado El Viaje. Sin más banda que su guitarra y su portentosa voz, llena de matices, requiebros y efectos -presentes ya en las primeras composiciones con Radio Futura- que con el paso del tiempo ha ido puliendo, haciéndo más graves, agudos o salvajes -sí, también aulla- a voluntad. Su voz da siempre con el tono adecuado a cada tema, a cada una de las historias que quiere contarnos, adaptándose a ellas con la intención de trasladarnos con precisión a los mundos que imagina. La voz es su instrumento más preciado. Con ella se quiebra, grita, susurra, cabalga a lomos de la melodía que sale de la guitarra, declama. Como el trovador en las plazas de los pueblos o el contador de historias ante la hoguera, presenta cada pieza con un largo relato donde, por intrincados laberintos narrativos nos va conduciendo al corazón de la canción. Y lo hace con voz impostada, grave, susurrante, vacilona, curtida, sincera a veces, fabulando otras, metiéndose en la piel de personajes reales o imaginarios, vivos o muertos, ¡que importa!, lo principal es el ensueño...Si no se conoce el disco, no es extraño quedarse unos instantes colgado entre los hilos de la historia previa mientras esta comienza a desarrollarse en música. Mundos íntimos, aires de son y frontera, nostalgia de ritmos ultramarinos, jovenes emigrantes desterrados, ay, en nuestros días; el Amor, la Nada, el Duero, el Viaje, en fin, donde lo único que queda es "intentarlo al menos, ¿no?", en palabras del músico.

Así, en un largo monólogo, nos habla de la literatura de Fiodor Dostoiesky para introducir Nada. De San Petersburgo y la avenida Nevski. De aquellos Nihilistas -nihil, nada en latín- que en tiempos de "ismos" comparecían armados con vodka helado en uno de los bolsillos del abrigo y cartuchos de dinamita en el otro. Rodeados de un paisaje blanco donde el Neva discurria entre magníficos palacios y lentos témpanos de hielo fluyendo hacia el Báltico. "La nada es algo misterioso, es un vocablo encantador" asegura Juan Perro llevando la temática al prosaico mundo de la pareja y el amor, pero habiendo partido antes del Universo y sus orígenes, poblados en su mayoría de nada. Por increíble que parezca, todo cabe en la misma canción.

Es un regalo la larga introducción a Me vi caer. En ella imposta la voz dotándola de tintes dramáticos para hablarnos de un trotamundos que, en las riberas del Mississippi busca a Satchmo -Louis Armstrong- para tratar de desentrañar los misterios del jazz. Se aloja en un tugurio del barrio francés y desde allí, bajando Bourbon Street hacia el río, pregunta a la gente por su casa. Toma un ferry. Cruza el río. "¡El río Mississippi!" Se interna en los barrios marginales, esos que el agua inunda a menudo con las crecidas; en un porche se encuentra a una vieja, oscura como una noche sin luna, fumando un enorme puro. La interroga acerca de la casa del genio y entre volutas de humo azul se va para allá, dispuesto a conocer los misterios del blues en la noche húmeda de la ribera. Y así se queda uno: desconcertado. Colgado aún entre cañaverales, mosquitos y calor mientras el tema comienza a sonar denso, profundo; desarrollando el relato de un hombre que transita el filo de la noche -"me metí en el Candela..."-, el trago, la mala conciencia; se ve a si mismo descendiendo de modo inevitable a un abismo, pero por última vez...

Hace ya ¡veinticinco años! que Juan Perro se fué por el Caribe a buscar la Semilla del Son. A investigar de donde procedían todos aquellos sonidos que, en un viaje de vuelta de quinientos años, iban a modificar nuestra lengua, nuestros ritmos y canciones, nuestras melodías y hasta nuestra forma de vivir; nos guste o no, no podemos olvidar que estamos en la era del reggeton, pero es que durante estos años hemos pasado antes por la salsa, el merengue, la cumbia, la bachata -Rubén Blades, Willie Chirino, Willie Colón, Celia Cruz, Tito Puente, Juan Luis Guerra,...- para desembocar en ritmos bailables de marcado erotismo como la kizomba...pero antes han sido la Trova, y la Nueva y Novísima Trovas, y el Son y la Guaracha, y Celia Cruz de nuevo, y Bola de Nieve, y Compay Segundo y Beny Moré...todo es Caribe. Casi todo es Cuba. Nueva York, Miami, Puerto Rico y Panamá. Y todo es África aún antes. Todo lo quiere conocer Juan Perro. Y llevárselo al rock además, origen de su formación musical, sentimental y generacional europea -una generación la española, que crece en la era del punk-. Y lo quiere hacer en castellano además. !Menuda empresa! Bueno, no podríamos decir que le ha costado todo este tiempo lograrlo, porque hace ya años que sabemos de la Negra Flor, de El Tonto Simón, de Llévame al Río,...o de sus aventuras con compañeros de viaje que transitan inquietudes similares: Kiko Veneno, DePedro, la Zarabanda, Victor "Coyote" Abundancia, el mismísimo Compay -a quién produjo y dió a conocer en España-, !La Orquesta Nacional De Cuba!...!Menudo viaje, como no iba a titular así este disco! si es una síntesis, pura esencia desnuda, voz y guitarra, sin arreglos, sin producción; ¡mentira!, a veces silba, o chasquea los dedos, o golpea la caja de la guitarra, o monta una banda con el público: coros graves ellos y agudos ellas, los de la derecha un ritmo y los de la izquierda otro y así, entre todos -público y músico- montamos un sarao. "Y es que esto no es un talk show" como no se cansa de repetir, esto es una fiesta y hemos de calentarnos, de dejarnos llevar, de quedarnos a gusto...y "A Morir Amores, que en un día se secan las flores".

Vuelve después a los relatos, a explicarnos la búsqueda antedicha. A meterse en el alma viajera del trovador que olfatea el aire buscando sonidos, melodías, ritmos, para acabar en la frontera entre Estados Unidos y Mexico, Tijuana, frente al Pacífico, el mar de Cortes, donde encuentra de nuevo el alma del son y compone En la Frontera: hermosa melodía con hombre que transita en tierra yerma y siente nostalgia de un querer. Y desde la platea lo ves, te vas con él a caballo entre los cactus, bajo las estrellas, suspirando melancólico por esa flor que esperas, tenga la vela en su ventana y cure de una vez tu padecer.

Y así una tras otra se suceden las canciones: Agua de limón, un tono festivo que agita las caderas de las mujeres bajo los hermosos vestidos de verano; Ámbar, la historia de un insecto con el que uno se va, inevitablemente, zumbando; Canción sin estribillo o Luz de mis huesos, de aire más grave y reflexivo, quizás para compensar.

Por último debe mencionarse el esfuerzo superlativo de Santiago como guitarrista, él no lo ha sido a lo largo de su carrera sino hasta este disco. Pero una vez más sale airoso y defiende con solvencia sus melodías, sin florituras pero con un rigor que para sí quisieran otros.

El concierto terminará con una maravillosa interpretación, ya en los bises, de la Estatua del jardín botánico, acompañado de una invitada de lujo, Uxia -prescindible- y una larga ovación a este músico que confío siga envejeciendo junto a nosotros con esa curiosidad, capacidad de riesgo y honestidad. Lo siento por quienes iban a escuchar a Radio Futura. Gracias, Juan Perro.

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