De paseo por Madrí


Pensando en alto.

El centro de las ciudades se ha llenado de jóvenes que arrastran un ruidoso trolley por las aceras, muchedumbres que hacen colas y grupos que siguen a un guía paraguas en alto. Todos hablan a gritos, van vestidos de cualquier manera -a menudo con la camiseta de su equipo de fútbol favorito- y observan hipnotizados sus móviles ¿Por qué iba a ser Madrid diferente? Como otras capitales europeas su espacio urbano se ve a menudo transformado, desposeído de sus señas de identidad, aquellas que paradójicamente -divulgadas a través del cine, la literatura, la televisión y las redes sociales- han contribuido a que dichos espacios resulten atractivos. En Madrid se puede beber a cualquier hora, ¡incluso cantar al mismo tiempo! Es posible callejear con seguridad. El alojamiento es asequible -la variedad fluctúa entre lo cutre y lo lujoso-. El clima es fantástico. Se come muy bien por poco dinero -las tapas son ya una referencia mundial- y el Museo del Jamón, ubicuo. La gente es, por lo general, amable, simpática y servicial. Madrid ha presumido siempre de acoger a todo aquel que llega de fuera: ¡Si vienes a Madrid, ya eres de Madrid!, rezaba un exitoso eslogan. No en vano es la capital europea más demandada por los jóvenes que solicitan becas Erasmus, después de Granada. Todo lo antedicho va en función de las expectativas que uno tenga y de la ciudad con que se compare. Ahora bien, el coctel Madrid hace mucho tiempo que es sugerente, no vamos a descubrir nada nuevo.

Día 1. Gran Vía.

A Gran Vía le ha llevado el espectáculo del cómico Berto Romero, Mucha Tontería. Salvando las atestadas calles del centro hasta dar con la sala Capitol un viernes tarde; cuando el ciudadano se da al consumo como si no hubiese mañana, usted se refugia en el teatro porque “forma parte de la élite de la sociedad cuya economía le permite apartar algo de dinero para el ocio”. Así durante dos horas. Divertido. No así las butacas de la sala, que se incrustan en sus posaderas como elementos de tortura. Paseando calle abajo -o walking down the street de esta ciudad por fin políglota- ahí continúa el Museo Chicote después de ochenta y ocho años ofreciendo bebidas elaboradas al momento, en un ambiente  de sofisticación y encanto que no dejó nunca indiferente a los cientos de celebridades -o no- que vivieron y viven la capital. Pero en Chicote, como familiarmente se le conoce, no sólo se bebe sino que también se come. Perdón, se cena. Y a buen precio. Siempre que se tenga la suerte de disponer de mesa. Un Entrecôte Bistrot de París y un postre, viendo la vida pasar a través de los ventanales de Gran Vía, 22 bien valen los 30€ que cuesta. Si una vez con el estómago a punto, se desliza hacia la barra con suave swing, ocupa un taburete, solicita el coctel más a su gusto y, mientras lo elabora observa al barman tratando en vano de retener su magisterio para reproducirlo más tarde en su casa, ya habrá cerrado esa jornada con éxito. Una vez lo pruebe y sienta el agradable cosquilleo del licor discurrir por el paladar, puede comenzar a dejar la mirada vagar por el local de luz tenue y decoración art decó; o bien, levantar la mirada hacia la zona superior del botellero frente a usted, para descubrir que Ava, Sofía, Sinatra y tantos otros antes, le contemplan con indulgencia como a uno de los suyos. En ese instante habrá tocado la gloria con la punta de los dedos. Mas si una catástrofe del destino le impide obtener acomodo esa noche, no se rinda y reserve. En cualquier caso el servicio le derivará amablemente al local contiguo, Mercado de la Reina, del mismo grupo empresarial. No es lo mismo. Pero así aprenderá.

Día 2. Letras.


De haberse pasado con los cócteles -uno está bien, two is enough, con tres le solicitarán discretamente un taxi- le costará levantarse de la cama al día siguiente. Si es el caso, cure la resaca en el Real Jardín Botánico. Por caminos de grava y vallados de mirto irá discurriendo la mañana como la seda: con el canto de los primeros mirlos de la primavera y entre aromas que en su memoria, le devolverán a la infancia. Estando en el centro, Madrid parece quedar muy lejos, apenas un murmullo de tráfico. Cuando alcance la cafetería-librería hágase con la primera cerveza de la jornada y unas olivas. Deje los libros, no es el momento. A pesar de que disponen de una interesante colección de títulos dedicados a la botánica y la vida natural: Walden, Mancuso, Mutis…Hidrátese, ajuste las gafas de sol, cálese la gorra y manténgase alejado de los niños. Una vez recuperados los niveles de agua y sal ya está en condiciones de visitar las estufas del botánico. Dos invernaderos orientados al sur que reproducen con fidelidad las condiciones desértica, intertropical y tropical. Observar crecer a las plantas en condiciones ideales mientras escucha el murmullo de una fuente, supone una caricia para los sentidos mancillados. Ahora sólo debe reunir valor suficiente para salir del jardín y atravesar el Paseo del Prado. No se acobarde, serán sólo unos minutos. Al otro lado le espera Balthus en el Museo Thyssen Bornemisza. Pintura figurativa, colores cálidos, composiciones oníricas, a veces surrealistas; niñas, mujeres absortas en su propia sensualidad. Lolitas indolentes que se interrogan desnudas frente a un espejo o dormitan en el seno de un hogar cálido y confortable. Acusado de pedofilia por la parte más pacata de la sociedad, este pintor que renegó de las vanguardias de su tiempo para seguir su instinto ha venido a enseñarnos que a la postre, la suciedad se encuentra al otro lado del espejo; del cuadro en este caso. Los Buenos Tiempos, El aseo de Cathy, La Calle, o Therese, conseguirán que se sienta de nuevo reconfortado y hasta con apetito. Mientras se interroga a si mismo sobre las imágenes que acaba de contemplar diríjase a Terramundi -apenas a dos manzanas del museo- y reserve una mesa. Es necesario. Recuerde la lección y piense que tomar un delicioso y abundante menú en pleno Barrio de las Letras por apenas 20€ es un lujo al alcance de los que saben. Y son ya muchos. Si desea hacer tiempo al sol en Los Gatos, La Fábrica, o El Diario estará a sólo tres minutos de su mesa.
Lleno de energía. Con los niveles en su sitio y la inquietante imagen de El Juego de Cartas dando aún vueltas en su cabeza, recuerda que un amigo le ha hablado de Jaume Plensa en el Palacio de Cristal. La idea no le convence. Acudir al Parque del Retiro una hermosa tarde de marzo supone encontrarse a buen seguro con ríos de gente que disfruta del sol. Pero la comida y el cigarrillo posterior le han llenado de optimismo y se ha dicho: ¡qué demonios! Sorteando cochecitos de bebe, patinadores, grupos de adolescentes ruidosos, selfis en grupo, runners, selfis en privado, parejas de novios, patinetes eléctricos,…comprende que no ha sido buena elección. Para colmo de males el palacio acaba de cerrar. Debe conformarse con observar desde la puerta, las enormes cabezas de alambre atravesadas por el aire que se vuelven evanescentes a pesar de su inmensidad. ¡A veces se pierde! se dice a sí mismo. La consigna ahora es huir. Toma un taxi y se planta en la plaza de Santa Ana. Cree estar a salvo entre el hotel Victoria y el teatro Español donde toreros y actores vieron pasar tardes de gloria o fracaso. Pero pronto caerá en la cuenta de que su memoria le ha engañado. Santa Ana no es ya aquella plaza lumpen llena de yonquis y vendedores de hachís que ofrecían “costo” en cada esquina o pedían veinte duros “pa quitarme el mono”. Por su mesa pasarán ahora la poetisa que se autoedita, el mariachi de Guadalajara (España), el paquistaní con las flores de trapo, un filipino con objetos de plástico luminoso… además pagará siete euros por un gin tonic. Aún sin ser nostálgico, añorará los ochenta. Con el ánimo encogido pone pies en polvorosa y se dirige a Antón Martín en la calle Atocha, último reducto de Madrid que resiste como puede a los envites de la gentrificación. Junto a la boca del metro está Stop Madrid. Vino y cañas bien tiradas, rabo de toro con patatas, anchoas con queso o tostas de jamón; suelos de baldosa hidráulica, sillas y mesas al modo tradicional. Un bálsamo. Sabe por otras veces, que doblando la esquina está la Sanabresa, cocina casera a excelente relación calidad-precio, pero no tiene demasiado apetito y además no ha reservado, así que lo descarta.

Día 3. Austrias y la Latina.


Comienza otro hermoso día, preludio de la primavera adelantada. Zumo de naranja, café con leche y tostadas con tomate y aceite. Acopio de energía para encarar la exposición sobre Tamara de Lempicka. Palacio de Gaviria. Arenal, 9. Le hará falta, pues para llegar debe atravesar el Madrid más populoso y turístico. El entorno de la plaza Mayor parece haberse convertido en el punto de reunión de las despedidas de soltero (¡y soltera!, parafraseando a Juanjo Millas: “pues el genérico no llega”) de media Europa. Un nutrido grupo bebe y canta ya a las  once de la mañana frente al palacio. Refúgiese en el arte. La muestra es más una ambientación sobre la época y objetos de la artista entre los años 20 y 40 del siglo pasado. El periodo de entreguerras, sus etapas parisina y norteamericana. Objetos de estilo art decó: lámparas, jarrones, mesas, figuras en bronce, joyas, ceniceros, cajas decoradas…De esta mujer libre y adelantada a su tiempo que vivió sin complejos su sexualidad y dejó fiel muestra en sus pinturas. Una personalidad arrolladora y un estilo perfectamente reconocible a través del tiempo. Figuras enormes que quieren salirse del marco, mujeres rotundas, voluptuosas, sensuales, extasiadas, elegantes, frías a veces. Multitud de bocetos a lápiz que muestran la calidad de su técnica como dibujante y retratista. Aunque uno de los cuadros sea un magistral bodegón de pequeñas dimensiones que sobrecoge por su refinada técnica: el frutero. De acuerdo, no están el Bugatti Verde, la Duquesa de la Salle, Andrómeda o Sant Moritz. Pero sí se puede disfrutar de la Bella Rafaella en sus versiones verde y roja, o una santa Teresa de Ávila cuyo éxtasis tanto recuerda a un orgasmo. Como guinda una curiosidad: el retrato nunca terminado de nuestro “parlanchín” Alfonso XIII, a decir de la artista. Nada memorable. Si ahora busca tranquilidad, cerveza, sol y buena comida, deberá acercarse hasta la plaza de Ramales donde una pequeña columna con la cruz de Santiago en lo alto recuerda el lugar donde fue enterrado Diego Velázquez. Si estuviera en Londres o París este hito ocuparía toda la plaza, pero ay, estamos en España. Confórmese con comer delicioso en cualquiera de los bares que circundan el lugar.
De la plaza de Ramales al teatro de la Latina apenas hay quince minutos caminando tranquilo, pero las distracciones son muchas. Es recomendable que trate de evitar el mercado de San Miguel o la plaza Mayor para no verse engullido por hordas de turistas que acabarán en segundos con su reserva de sosiego. Al otro lado de la calle de Atocha, entre las plazas de Tirso de Molina y la plaza de la Cebada, encontrará el café-restaurante-librería-bar-sala de proyección el Imparcial. Un espacio cultural y gastronómico donde tomar café y curiosear entre libros y revistas raros hasta el comienzo de la representación de Moby Dick, en el teatro de la Latina. Una adaptación de la obra de Melville a cargo de Josep María Pou, que estremece por la magistral interpretación del actor y la puesta en escena de ballena y ballenero. Es  extraordinario como han conseguido recrear la atmósfera del Peckod con apenas una balaustrada de atrezzo y un mástil, efectos de luces y proyecciones sobre un lienzo. Pou se mete en la piel del inefable Achab y desde el primer minuto se desgañita en pos de su obsesión: la ballena blanca, Moby Dick; que acabará por engullirlo -y a las primeras cinco filas del patio de butacas con él- mediante el simple e ingenioso truco de agitar una vela blanca sobre nuestras cabezas. Al final sólo quedará aquel marinero: “Llamadme Ismael…” Magistral. Se trata de un actor con cincuenta años de carrera a sus espaldas que piensa retirarse a descansar. De ser usted, no perdería la ocasión de verlo en escena. Incluso como espectador quedará abatido y con ganas de tomar algo ligero mientras piensa en el doblón de oro español aún clavado en el mástil. Una pizza artesana y una buena copa de vino en el elegante comedor de el Imparcial le dejarán como nuevo. La carta ofrece maravillas a muy buen precio en el luminoso y tranquilo espacio que ocupaba la redacción del periódico del mismo nombre.

Día 4. Lavapiés y Huertas.


Al asomarse brevemente al balcón para elegir su ropa, ha pensado que esta mañana recuerda más a la primavera que las anteriores, demasiado calurosas para el inicio de marzo. Hoy las nubes pasan veloces sobre el cielo de Madrid y una brisa ligera refresca la ciudad. Por fortuna. La capital debe hacerse mirar las altas tasas de polución que arrojan sobre todo sus vehículos, y aunque hay buenas iniciativas como los excelentes transportes públicos o el alquiler de bicicletas – BiciMad, 166 puestos que cubren el centro de la capital- lo cierto es que demasiado a menudo la ciudad se cubre con la llamada “boina” de contaminación atmosférica.
Las buenas sensaciones del teatro el día anterior le han llamado a conocer Lavapiés. Callejear por este barrio en lucha por conservar su carácter laborioso, acogedor, tranquilo y céntrico. Y es aquí donde la rueda se pincha y los vecinos de años, llegados de todos los lugares de España y el mundo para instalarse en la capital a precios razonables han visto como, de pocos años a esta parte, los alquileres han ido subiendo hasta volverse imposibles y cuando no, los edificios que ocupan como residentes habituales comparten espacio con inquilinos en tránsito por espacio de una semana, cuyas normas de urbanidad y convivencia no son siempre las más adecuadas. Poderosas plataformas como Airbnb compiten en precios que los vecinos no podrán nunca pagar. Lo que ya ocurre de forma imparable en barrios como las Letras (de las Huertas) o Chueca, donde espacios que antes ocupaban tiendas de barrio o negocios locales, han ido desapareciendo en favor de negocios orientados al turismo: impersonales, sin alma. Si a ello se suma el hecho de que estos barrios están muy cerca de las propuestas culturales y de ocio de la cuidad, el tema preocupa mucho.
En algún sitio ha leído acerca de una librería de intercambio en el barrio. Se llama TuuuLibreria y está al lado del Pavón teatro Kamikaze. Aprovecha para desayunar y conocer la programación y la línea del teatro. Sin duda hace honor a su nombre: cuatro kamikazes entusiastas lo impulsan tratando de llegar a un público reflexivo, participativo y sensible a temas de actualidad o clásicos revisitados. Se queda con ganas de ver Jauría, de rabiosa actualidad, donde se tocan e incluso incorporan fragmentos del juicio a la manada, pero su agenda se lo impide. Poco más abajo esta la librería, donde no dejan de llegar ofertas de libros durante su estancia. Gente que ofrece parte de su biblioteca a cambio de, ¡nada! Como después comentará la encargada se trata de un espacio abierto a la cultura, entendiendo esta como libre y gratuita, donde la gente que puede aportar libros lo hace y los que no, se llevan los libros que le quepan en una mano a cambio de una donación. También hay infinidad de películas en formato cd y libros en otras lenguas. Un hallazgo. Frente a la librería, en un solar, se ha construido una cancha con césped artificial. Es la sede del equipo Dragones de Lavapiés donde un grupo de chavales (y chavalas) de distintos orígenes y razas, fomentan la convivencia en valores ayudados por sus padres y con el patrocinio de diversas entidades más la administración de Madrid. No lejos de allí esta la plaza de Nelson Mandela –cuya vida es sobradamente conocida- o la de Cascorro donde cada domingo se celebra el Rastro madrileño. Toma asiento en la terraza del bar la Ribera y solicita una caña y un bocadillo de calamares bajo el rumor  de los álamos de la plaza y la estatua del héroe de Cascorro.  Mientras la camarera de origen cubano atraviesa la calle bandeja en mano para hacer el pedido, consulta la web para saber quién fue el personaje que da nombre a la plaza; para descubrir, curiosa coincidencia, que Eloy Gonzalo García titular de la estatua, fue un héroe de la guerra de Cuba en la localidad de Cascorro. ¡Que curiosa es la vida!, piensa mientras da cuenta del bocadillo. Un rápido café y prosigue camino hacia Desnivel, librería especializada en escalada y guías de viaje a los lugares más remotos del planeta. También a los cercanos. Para todos los destinos encontrará asesoría de primera mano entre los dependientes del local, apasionados conocedores de todos los entornos. Lo que le ha llevado allí es su amplia sección de literatura de viajes. En seguida la excitación crece frente a los anaqueles: este, aquel, este lo tengo, aquel lo he leído, cuanto tiempo buscando a este autor, esta edición…hay algo que el comercio electrónico nunca podrá arrebatar al físico, es esa emoción de encontrarse frente al objeto deseado, acariciarlo, olerlo, ojearlo; obligarle a decidir entre ese o aquel otro porque el presupuesto es finito. Si además el espacio es acogedor, la madera cruje bajo sus pies y las vigas metálicas en color crema sostienen una segunda planta llena de más tesoros: botánica, aves, senderismo, mapas…Si cuelgan de las paredes objetos usados por sus mitos, con sus firmas y fotografías dedicadas, entonces uno sabe que se encuentra en el paraíso. Si no, se lo recordará la factura una vez en la caja. No importa, se dice: “piensa en las horas de placer que todos estos tesoros te han de proporcionar, ¡pero si es baratísimo!” Impaciente por ojear su botín a solas se refugia en el café y restaurante Matute. Elegante, tranquilo y acogedor, donde a cambio de un té podrá jugar a solas con sus trofeos: leer medio capitulo con calma, confirmar que ha vuelto a acertar con ese autor o intuir las sorpresas que le pueda deparar aquel a quien no conoce, pero tiene tantas ganas. ¡Ah, leer! Matute depara además agradables sorpresas culinarias a muy buen precio aunque, honestamente, sólo pueda hablar de los Noodles salteados al wok con verduritas y salmón. Excelentes.

Día 5. Paseo del Arte (¡), Sol, Princesa y Letras.

Cualquier visita a Madrid debe incluir siempre el Museo del Prado. Da igual la excusa. En esta ocasión se trata del bicentenario de la creación del museo. La mañana es agradable y la cola -inherente ya a este tipo de citas- se soporta bien. La selección de obras que ofrecen en ocho salas tiene que ver con Sargent y esa hermosísima señora Hirsch de cuyo pecho emana luz; Fortuny reinterpretando al San Andrés de José Ribera; una pequeña selección de Goya: la maja desnuda, los duques de Osuna, o el albañil borracho…pero lo que más llamará su atención es la estructura de la muestra. Un recorrido cronológico desde las aportaciones de las colecciones reales que lo dotaron de fondos, pasando por la labor pedagógica que se llevó a cabo durante  la república -se hacían copias de las obras más significativas y se enseñaba a apreciarlas en pueblos y ciudades alejados de la capital, por personas que desconocían el arte- hasta una amplia muestra fotográfica de los desvelos que hubieron de sufrir cientos de personas anónimas, para trasladar los cuadros a Valencia y así preservarlos de los bombardeos fascistas. También se dedica una estancia a los pintores, es decir, estos acudían allí para estudiar y copiar a los maestros hasta convertirse ellos mismos -en ocasiones- en maestros también. Es agradable comprobar como la dinámica continúa y la gente joven, block en mano, se sitúa delante de un lienzo y lo interpreta. Pero una vez en el museo, y con la misma entrada, es aconsejable realizar un ejercicio de refinamiento egoísta. Seleccione dos obras, ubíquelas en la sala correspondiente y acuda a visitarlas, soló a ellas. No es posible abarcar todo el espacio en una visita: acabaría mareado de pintura. El Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros o Doña Juana la Loca ante el sepulcro de su esposo Felipe "el Hermoso", le dejarán sin aliento. Si puede, evite la cafetería. Todo es obscenamente caro.
Ha dedicado la jornada a las librerías pero recuerda que de camino a una de ellas está el palacio de las Alhajas con la exposición los Rostros del Genio, sobre la figura de Leonardo Da Vinci. Una vez dentro lo primero que llama insoportablemente la atención es un vídeo reproducido en bucle y con la voz de Christian Gálvez -presentador de televisión y oficioso experto en Leonardo- perorando sobre la vida en el Renacimiento. Será la primera decepción. Después se encontrará con facsímiles, proyecciones, luminosos, reproducciones, interacciones digitales, nada memorable salvo esa cuestionada Tabla Lucana que, francamente, si ya viene del Prado no le dirá mucho. Si algún amigo se empeña en ir, al menos sugiérale el martes, se ahorrará cinco euros. Gracias por nada. En la misma plaza de San Martín se encuentra Luis Bardón: compraventa de libros. Un enorme cartel reza sobre la entrada en letras de bronce: “librería para bibliófilos”, tal vez quiera decir “abstenerse lectores”. Basta acercarse al escaparate para salir de dudas. Ejemplares primorosamente encuadernados, estampas antiguas, ediciones selectas, y si lleva la mirada al interior, apabullantes anaqueles colmados de títulos con las cubiertas en piel que le disuaden de entrar. En el escaparate verá algún precio que ronda los doscientos euros por ejemplar. La Ciudad Invisible, la librería a la que se dirigía originariamente es todo lo contrario. Apenas alguna guía de viajes y algún ejemplar en las escasas estanterías. El espacio lo ocupan mesas corridas donde los estudiantes echan la tarde -portátiles, móviles y auriculares, todo al tiempo- tomando té y haciendo que estudian ¡Coolísimo! Los pies cansados le piden cine y recuerda que aún proyectan Carmen y Lola. Las salas Renoir, afortunadamente aún resisten el envite de los nuevos tiempos y no están lejos. De modo que tras adquirir la entrada, se acomoda en la butaca y se dispone a disfrutar de ese drama de amor lésbico entre mujeres gitanas. Descorazonador. Si el amor no siempre es fácil - ¡y debería! -  entre dos mujeres es más difícil aún por la estigmatización social a que se ven sometidas; si además son gitanas han de chocar invariablemente con la burricie de unas costumbres (o tradiciones, tanto da) familiares que las llevan a la desesperación. Es de no creerse. Siglo XXI, Cambalache. Afortunadamente a la salida nos topamos con Ocho y Medio, esta sí, librería especializada en cine donde encontrar, desde el guion de una película determinada, hasta libros sobre técnica de montaje o dirección. Libros de colección o cuidadas ediciones de clásicos. En un ambiente donde se respira cine y las paredes se cubren con fotografías dedicadas de actores y actrices que mostraron su cariño al local. Además se puede tomar algo en el interior. Remata la jornada en alimentación Quiroga, en el barrio de las Huertas (o las Letras) donde en un ambiente cuidadamente decadente recrean el aroma de las antiguas tabernas, donde se sirven embutidos, quesos y vinos de calidad; y también deliciosas tostas. Bonito y barato.
En fin, si París bien vale una misa, Madrid bien vale una escapada.





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