Yacimiento Arqueológico de Tiermes (Soria)
Lo cierto es que no hay mucha gente por aquí. Apenas un
grupo de diez personas que escuchan atentos a un guía en la distancia. El
viento fino y fresco acerca de vez en cuando sus voces desde un anfiteatro
próximo al lugar en que nos encontramos: una pared de roca arenisca con
canalizaciones y huecos -mechinales- excavados a varias alturas. Comienza
diciembre y el cielo raso dibuja la serranía con nitidez fotográfica. Junto a una mata de rosal silvestre
-tapaculos le dicen en la zona, por sus propiedades antidiarreicas- observo el
contorno y lo que veo es tiempo, el tiempo detenido.
Entorno levemente los ojos y hago visera con la mano
tratando de seguir una bandada de
buitres que vuela en círculo sobre algún punto, en la falda de la sierra Pela.
Probablemente haya una oveja enferma a punto de morir. El pastor la ha dejado
allí a pesar de estar prohibido, porque ama a los buitres: demasiado a menudo
son su única compañía, ovejas mediante. Al bajar la mirada observo el macizo
punteado de modernos molinos de viento que lo recorren de este a oeste. El sol
de mediodía se eleva en una diagonal perfecta entre mi coronilla y mis pies. La
piedra arenisca a mi espalda me devuelve el débil calor que recibe, mitigando
un poquito el invierno en el cuerpo. De súbito, una ráfaga helada nos trae de
nuevo las voces del grupo que asciende ladera arriba, hacia las ruinas de la villa
romana de Tiermes; el frío me saca de mi ensueño y entonces comprendo lo que estoy
viendo. Una gran falla, un hundimiento del terreno entre la montaña y la
llanura dieron lugar a esta cortada, dejando al descubierto una piedra fácil de
trabajar para excavar viviendas, perfectamente orientada al sur. Situada entre
el nacimiento de dos pequeños ríos
-Tiermes y Pedro- que garantizan agua fresca y pura, incluso en el tórrido
verano. A los pies de la falla, junto al río, una pequeña vega donde cultivar
algún cereal: trigo, escanda, cebada…Pero sobre todo bosque: carrascos,
encinas, robles, nogales, castaños y retamas donde recolectar frutos
silvestres. Leña abundante. Y caza. Mucha caza. De modo que, teniendo cubiertas
las secundarias – abrigo, comida, y agua- sólo les restaba a los primeros
pobladores satisfacer su necesidad primaria: el espíritu. Así, tallaron en la
piedra junto a la Puerta del Este y el frescor que asciende del río Tiermes en
verano, un graderío, donde la luna de agosto transforma la noche en día, y los
sueños en vida.
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Graderío rupestre y Puerta del Este |
Entonces, llegaron los romanos. Una vez vencido el cartaginés
Anibal durante la Segunda Guerra Púnica, estos se trasladaron a la península
con el fin de seguir extendiendo el imperio hacia occidente y de paso hacerse
con los preciados minerales. No contaban con los numantinos. ¡Ni con los
termestinos! Pueblos Arévacos de origen celtibérico, llevaban habitado estas
tierras desde el siglo VI a.c., opusieron
una resistencia feroz a la invasión romana. En Numancia sufrieron asedio
durante diez años y en Tiermes hizo falta la presencia de dos cónsules para someterlos:
Quinto Pompeyo firmó con ambos pueblos un tratado que invalidaría más tarde el
senado en Roma por poco ventajoso -para
Roma- y Tito Didio rindió Tiermes y pacificó Celtiberia entre los años 97 y 95 previos a la era cristiana,
con un alto coste para sus moradores. Hasta 20.000 hombres, mujeres y niños de
Colenda -localidad soriana hoy desaparecida- fueron vendidos como esclavos,
quedando así abierto el tapón que impedía el avance hacia el interior. Comenzó
entonces un lento y largo proceso de expansión que habría de durar dos siglos,
hasta que el emperador Augusto acude al frente de sus legiones y pacifica por
completo Hispania.
Sólo si acudimos al humor de los Monthy Pthyton podemos
entender la romanización sin acritud: “Sí, pero aparte del acueducto, el
alcantarillado, las carreteras, la irrigación, la sanidad, la enseñanza, el
vino, y los baños públicos, ¿Qué han hecho los romanos por nosotros?, pregunta
el rey, “nos han dado la paz” responde un esclarecido convocado a la reunión
clandestina. Hay que admitirlo trajeron la Pax Romana, y cesaron las luchas
entre distintas facciones tribales; a cambio de imponer su cultura y su
sociedad profundamente reglamentista (algunas figuras del derecho romano
continúan aún vigentes) como contrapartida; fueron grandes usuarios del sistema
esclavista, empleando a los pueblos conquistados como mano de obra gratuita
para llevar a cabo los procesos de extracción de minerales, construcción de
calzadas, acueductos, impulsar las galeras, o como empleados en el hogar de
acaudalados terratenientes o gobernadores. Las familias se separaban mediante
esta práctica: las mujeres ya desde niñas entraban en el servicio doméstico, y
los hombres y niños -debido a su reducido tamaño- eran especialmente apreciados
para el trabajo en las minas: las Médulas, Riotinto, Almadén… En muchos casos
los trabajos en estas explotaciones eran a perpetuidad, en condiciones
absolutamente tóxicas por el polvo en suspensión, los derrumbes frecuentes, la
falta de luz -la medida de aceite en la lámpara determinaba la jornada laboral-
y la mala alimentación, provocaban una altísima mortandad. El sufrimiento de
aquellos hombres extrayendo agua del subsuelo, hundidos hasta la cintura en el
lodo y empujando mediante sus brazos un “tornillo de Arquímedes”, debió de ser
inconcebible. En la mina de oro de las Médulas, la más grande del imperio
romano, hubieron de suspenderse los trabajos al final del siglo II d.c. por la
dificultad para conseguir esclavos. Plinio el Viejo, administrador de la mina
en su juventud comenta “es menos temerario buscar perlas y púrpura en
el fondo del mar que
sacar oro de estas tierras”. De manera que no era extraño que muchos de los
condenados a trabajos forzados en las minas terminasen por suicidarse. La
romanización fue brutal -y tenaz- a lo largo de todo su desarrollo, de modo
que, impuesto o no, muchos pueblos como los termestinos terminaron por adoptar
el modo de vida romano e incluso aspiraron a conseguir la ciudadanía latina,
garantizándose para ellos y su descendencia unas mejores condiciones de vida.
Los romanos consideraron que el espacio que habían habitado
los Arévacos durante siglos era propicio también para ellos y se establecieron
en el mismo asentamiento. La fisionomía del lugar cambió sustancialmente merced
a la edificación romana. Los naturales continuaron conservando su emplazamiento
en las viviendas excavadas en la falla pero los romanos se ubicaron sobre esta
y comenzaron a desarrollar su ingeniería. Dado que la zona estaba en paz no
eran precisas las instalaciones de una guarnición -como sí ocurrió en Lucus o Aquis Querquennis cerca de Bande en Ourense- y lo
que aquí levantaron fue una villa con lujosas edificaciones: termas, caldarium,
frigidarium, impluvium, tabernae…; pero sobre todo un foro (hoy día se tiene
conocimiento de dos) donde se celebraban intercambios comerciales, ideológicos
y legales. Mejoraron el aporte de agua construyendo un acueducto desde el río
Pedro a 3,6 km al oeste, hasta el lugar donde se situaban los baños de la lujosa
mansión que lleva su nombre: Domus o Casa del Acueducto - impresiona
introducirse armado con una linterna por lo que fue en su día el canal de agua:
se conservan un centenar de metros excavados en la roca, donde cabe
perfectamente una persona a pie y desemboca en una cisterna situada cinco
metros más arriba, a ras de suelo, ya en los baños-. Con una superficie de 1800
metros cuadrados, pórtico, patio interior, áreas privadas y de servicio;
decorada con mosaicos y frescos y perfectamente orientada al sur -como ya intuyeron
los Arévacos- hubo de ser una casa magnífica y bella.
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Zona comercial bajo el Foro Flavio |
Próxima a la villa de Tiermes pasaba una de las calzadas que
unían Ponferrada y Zaragoza camino de Roma. Se han encontrado miliarios que así lo atestiguan.
Y si de Ourense venía el oro -y el vino de la ribera del Sil- que pagaba a las legiones del imperio más grande del
mundo y atravesaba estas tierras, es de suponer que la importancia estratégica
de la villa fuese significativa. El yacimiento recuerda más a un lugar de solaz
y centro administrativo del territorio, que a una guarnición. Pensemos que
entre Ourense, Las Médulas o Tineo -localidades auríferas próximas en el
noroeste ibérico- y Tarragona, donde embarcaría el oro hacia la capital, hay
algo más de 900 kilómetros. Imaginemos las largas jornadas caminando con carretas de bueyes que cargasen el oro,
soldados a pie y a caballo que lo custodiasen e impedimenta militar y logística.
No es aventurado pensar que se agradecería un descanso en un lugar como Tiermes.
Allí los oficiales podrían tomar un baño caliente, ponerse al día de las
noticias de la metrópoli y practicar la caza; la tropa dispondría de ríos donde
refrescarse y cantinas donde beber y apostar, a medio camino entre origen y
destino.
Sobre las pasarelas que recorren la excavación es fácil
apreciar el conjunto majestuoso del foro Flavio. Elevado sobre una terraza
artificial a los lados de la cual estaba la zona comercial y de ocio (tabernae),
comunicada mediante una escalinata que salva un fuerte desnivel; lujosamente
decorada en tiempos con estatuaria y columnatas, cuyos vestigios se observan
claramente entre los restos de la excavación. En la parte delantera de las tabernas
se colocaron bloques de piedra caliza con un rebaje longitudinal en forma de
canal que permitiría introducir en él
los tablones que ayudaban a cerrarlas. Algunas de estos comercios estaban
dispuestos a modo de dúplex donde la vivienda se situaba en la parte superior y
el negocio en la inferior. No hay que ser muy imaginativo para escuchar el trajín
de la vida entre estos muros: el comercio, la algarabía, las risas jocosas de
una cuadrilla de soldados o el cruce azorado de miradas entre dos muchachos que
comienzan a amarse cualquier tarde de la primavera.
Aún hay restos de un segundo foro al norte del anterior,
denominado Julio Claudio y ornamentado también con una estatua que honraba al
emperador Tiberio. Es sobrecogedor comprobar como hasta el último rincón del
imperio llegaba el aliento y la mirada de Roma. Como emanaba de la metrópoli el
poder hacia unas tierras tan distantes, y a su vez, como estas rendían honores
y respeto; además de minerales, vino, trigo, aceite, garum… Junto a este
segundo foro se formo también un pequeño barrio, en una de cuyas casas se
hallaron mosaicos con teselas. Hasta este edificio llegaba la rama norte del
acueducto. A unos metros hacia el oeste se haya la cávea o construcción en
graderío de un pequeño teatro de origen romano, donde seguramente fuesen
recibidas con regocijo las obras de Plauto, Terencio o Séneca, autores contemporáneos.
Ya hacia poniente se encuentra las Puerta del Oeste que conducía a campo
abierto y al tramo de acueducto sustentado en arcadas -hoy desaparecido, sus
piedras se usaron para construir y cimentar otras viviendas- y a una
construcción denominada Castellum Aquae o torre de bifurcación de agua, también
desaparecida y que distribuía el agua hacia el barrio norte y los foros, o bien
hacia la Casa del Acueducto y las termas.
Resulta asombroso cuando se visita el centro de interpretación
próximo a la excavación comprobar que, de alguna manera, todos estos centros
son el mismo. Da igual que uno se halle en Córdoba o Cortona, Lugo o Ampurias;
da igual en que siglo o época histórica: siempre se muestran restos de armas -escudos,
lanzas, espadas, puntas de flecha, hachas de sílex…zonas de conquista y
asentamiento de unos pueblos y “los otros”. Lo mismo da en qué lugar del mundo
o región, la tierra nunca ha sido lo suficientemente grande para todos. Siempre
hemos codiciado la del vecino. Luego, sí es verdad, nos muestran otras cosas -ánforas,
vasijas, vasos delicadamente decorados, tallas, utensilios; objetos para
adornar y embellecer el cuerpo: fíbulas, pendientes, collares, aceites,
ungüentos, bellas vestiduras-. Y finalmente dioses, amuletos, figuras votivas… el
miedo a la muerte, a trascender, desparecer, a preguntarnos que habrá más allá
de aquella sierra, del horizonte o de la negra noche que se cierne cada día
sobre las cabezas. Por eso asombra que como especie, tengamos el mismo talento
para arrebatar la vida que para gozar de ella. El centro de interpretación de
Tiermes no es una excepción.
El tiempo implacable pone en jaque también al todopoderoso
imperio romano. Ya las hordas germánicas comienzan a hacer su aparición desde
el norte y centro Europa y Tiermes (o Termancia, o Termes) no va a quedar al
margen. Comienza rodeándose de muralla hacia el siglo III en los puntos más
accesibles de la villa: norte, este y sur; al oeste el propio farallón la
defendía de manera natural. Algunas de las calles y construcciones que la
conformaban deben ser entonces derruidas o atravesadas. Con la llegada de los
visigodos la población sigue habitándose aunque las noticias acerca del modo de
vida son escasas. Construyeron una iglesia románica bajo la advocación de Santa
María de Tiermes de bella planta y rico atrio, con capiteles decorados con encestado
o nido de abeja, luchas entre caballeros, la cacería de un jabalí; la puerta de
acceso en la fachada sur muestra a Adán
y Eva con la serpiente en el lado izquierdo, y dos cuadrúpedos y un individuo
con turbante en el derecho (¡) En el interior del pórtico y dentro de una
hornacina se sitúan tres esculturas decapitadas portando cartelas que anuncian
en latín “Dad y se os dará. Domingo Martín me hizo. Año de 1182“. Comienza después
una larguísima noche de cuatros siglos en que desaparece todo vestigio de población
y referencia a la villa. Durante el período que media entre los siglos VIII y
XI toda la zona próxima al río Duero es tierra de frontera entre cristianos y
musulmanes, con escaramuzas constantes y etapas de pertenencia a uno u otro
bando.
Conmueve pensar que esta tierra y sus moradores, a quienes
tanto costo doblegar, este hoy día pobremente habitada, mermada de recursos e
infraestructuras, con una bajísima tasa de natalidad y una población envejecida
y desencantada; apenas asoman en sus rostros nobles y austeros las sonrisas y
el regocijo del escaso verano, cuando los que aún conservan casa en la zona
acuden a las fiestas patronales.
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Sierra Pela desde Tiermes |
Después todo se vuelve de nuevo olvido y silencio.
Sólo el viento que vio pasar a el Cid en su destierro pervive
para inspirar los versos del poeta en el Cantar:
“Dispónense a andar de día y de noche,
A siniestro dejan a Atienza, una
peña muy fuerte;
La sierra de Miedes pasáronla
entonces;
Por los montes Claros aguijan a
espolón;
A siniestro dejan a Griza que
álamos pobló;
Allí están los caños do a Elfa
encerró;
A diestro dejan a San Esteban,
mas a lo lejos quedó;
Entrados son los infantes al
Robledo de Corpes;
Lo montes son altos, las ramas
pujan con la nues;
Y las bestias fieras quedan
alrededor.”
Griza: Lugar con
agujeros;
Termes, Tielmes, Tiermes: raíz indoeuropea term-, taladrar,
una raíz que ha dado también las palabras termes y termitas (insectos que
excavan galerías).
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