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No son tus ojos vidriosos cuajados de lágrimas,

este silencio frío, mezquino, terco,

que en ocasiones nos cerca.

Las sombras que pueblan mi rostro y me fruncen el ceño,

esas no son chuchamel.



Ni la ira o la furia, el rencor o la envidia.

La cobardía en el rostro que devuelve el espejo,

cuando soy indigno de ti.

No. Tampoco esos son chuchamel.

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