Si esto es un hombre, Sala Ártika

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¿Y si nos apartasen de nuestras familias?, de nuestros seres queridos, de nuestros lugares de origen, nos despojasen de nuestro aspecto físico, de nuestras ropas para vestirnos con harapos. ¿Y si nos quitaran todo lo que tenemos?, nuestra vivienda, nuestros bienes, nuestros enseres y nuestros recuerdos. Nuestra idea de confort. ¿Y si nos confinasen?, nos encerrasen en campos – lager – llenos de barracones idénticos donde las necesidades más básicas: comer, dormir, orinar, defecar se hiciesen a la vista de los demás. Donde la higiene, el pudor, el alimento nos fuesen arrebatados casi por completo, reducidos a la subsistencia. ¿Y si nos obligasen a trabajar?, en jornadas interminables, en condiciones insalubres, con cualquier clima, de manera gratuita – el sueldo consistiría en seguir vivo – hasta desear la misma muerte. ¿Y si nos humillasen?, si el hecho mismo de existir, de ser, de tener un aspecto u otro fuese motivo para vejar a alguien, por su condición de........Póngase lo que se quiera sobre los puntos. ¿Y si todo dependiese del azar?, del humor de quien humilla, de un sorteo, de un pasatiempo, de cualquier condición por completo ajena a quien la sufre.
Entonces no seríamos hombres. Si aún así siguiéramos vivos, seríamos espectros. Seres vacíos que caminan.

Nada fue azaroso. En el proceso de despersonalización y posterior extermino a que se condujo a los judíos, gitanos, polacos, comunistas, discapacitados, homosexuales... durante la Shoah o “catástrofe”, como se nombra en hebreo, todo fue minuciosamente programado, calculado, premeditado. En realidad, bastaría el proceso de despersonalización para conducir a la muerte y, consecuentemente, al exterminio. Lo que nos lleva a pensar en la naturaleza humana y el arraigado - extremo -instinto de supervivencia a que esta nos conduce, pues se hace muy difícil entender que dicha supervivencia sea producto de la voluntad exclusivamente. Uno se pregunta entonces, ¿para qué ese proceso si el fin último era el exterminio?, ¿para qué toda esa laboriosa tarea de humillación y desposesión? Si únicamente se buscaba exterminar bastaría enviarlos a las cámaras de gas directamente. Así lo hicieron también, con probada eficacia. En cómputos generales se estima en seis los millones de judíos asesinados, once millones considerando el resto de grupos; nunca podrá conocerse la cifra con exactitud. Seres que perdieron la vida entre el asombro, la perplejidad y el miedo.

Carlos Álvarez-Ossorio nos interpela sobre estas cuestiones desnudándose en escena – emocional y físicamente - dando vida al turinés Primo Levi. En una escenografía tan desnuda como él: una silla, una caja con ceniza, una botella con agua - figuradamente - sucia, una iluminación austera; el actor pone todo el foco sobre sí mismo para trasladarnos al proceso físico y psíquico de la deconstrucción de un hombre, hasta dejarlo en el hueso emocional, reducirlo a su animalidad. Privarlo de la empatía: si para sobrevivir necesitas robar, roba; si mentir, miente; si delatar, delata. Privarlo de la salud: mal alimentándolo, vistiéndolo o calzándolo - los zapatos se exhibían en montones desparejos. Si necesitabas uno debías tomarlo del montón, en una única y rápida elección. Si el zapato te hacía daño acabarías con dolor e hinchazón, el pie terminaría llagado dando contigo en la enfermería, la puerta abierta hacia el infierno ... Privarlo de la libertad: como primera acción, hacinados en vagones de ganado, obligados a orinar y defecar en las vías, ante los soldados. Sin conocer su destino, en viajes de hasta cuatro días de duración. Cuando el ejército ruso liberó Auschwitz el 27 de enero de 1945 y dejó a los presos en libertad estos no sabían qué hacer, hacia donde dirigirse, cómo orientarse, cómo organizarse. No eran personas.

El gran monólogo de Álvarez-Ossorio nos pone en la piel – literal – de esos hombres; también hubo mujeres, y niños, y ancianos. Nos lleva a rechazar ese padecimiento, esa angustia de no saber; el miedo a sentir dolor, vejación, prisión. Su interpretación es la muestra del camino hacia la locura o la muerte en que el autor hubiese terminado, de continuar en el campo.

Un padecimiento necesario, hoy que se cumplen 75 años de la liberación del campo y el fascismo vuelve a Europa.

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