Vampiro humanista busca suicida

 

La película de la directora canadiense Ariane Louis-Seize supone la constatación del trabajo de guion como herramienta de resolución de conflictos capaz de dotar a un relato de solvencia y dinamismo. Uno tras otro, de manera sutil y encadenada, los problemas se van sucediendo y los protagonistas deben hacerles frente en una permanente huida hacia adelante. De manera que, lo que al inicio de la película supone para el espectador una sensación de extrañamiento —una familia de vampiros se busca la vida, literalmente; esto es, sale cada noche a la calle para procurarse la sangre o alimento—, pasados unos minutos lo incorpora con naturalidad, como parte del juego que propone su directora: el relato de un colectivo “como todos” en el que, “como en todos”, hay una “oveja negra”, un elemento díscolo, una inadaptada o inadaptado. Es entonces cuando, desde el seno familiar, han de aunarse esfuerzos para tratar de reconducir al individuo descarriado hacia una pretendida “normalidad”  empleando, de ser posible, el amor. Todo sucede en un contexto adolescente, complicado en cualquier sociedad, más aún en una familia de chupasangres.

Pero, ¿qué hacer cuando la niña de los ojos de papá se niega a matar para comer? Su propia condición la obligará, tarde o temprano, a enfrentar esa realidad: no puede pasarse la vida entera dependiendo de las bolsas de plasma que le facilitan sus progenitores para subsistir y encuentra sin problema en la nevera —resulta una “asquerosa” delicia verla sorber, ruidosa y despreocupada, una de esas bolsitas mientras lee un libro y su madre trata de ver la televisión. Pero, entonces, ¿qué hacer? ¿Cómo reconducir a esa criatura para que pueda salir adelante en el futuro sin ayuda de sus padres? Tal es su obligación y ellos la enfrentan con valentía, sin saber que darán lugar a nuevos conflictos.

Nada se desvela que no haya hecho antes el título y el espectador no conozca antes de sentarse en la butaca: en la cinta hay un vampiro (vampiresa), y hay un suicida de aire wasp (white anglo-saxon protestant): el drama está servido, en adelante es trabajo de los guionistas convertirlo en comedia, pues el suicida es también adolescente y… varón. Dos jóvenes en plena pubertad, de sexos opuestos, aunque motivaciones convergentes, sólo pueden conducir a su encuentro en la misma noche. Pero, ¿dónde? Pues comenzando por el grupo de terapia contra el suicidio, claro está. Sabemos qué razón motiva a la muchacha, pero, ¿qué puede llevar al chico a mantener actitudes suicidas? Un clásico, el entorno hostil del instituto, donde el chico es víctima de acoso por diferente, sensible, apocado, coleccionista de gemas (!) y, tal vez, “nenaza” a ojos del resto.

Ambos luchan contra sus respectivos destinos: matar para vivir, morir para dejar de sufrir. Y aunque pongan de su parte el coraje necesario para llevar a cabo tal despropósito, no será sino a través del amor cómo lo logren. También el de sus padres, determinante para que los chicos consigan su objetivo y se cierre de ese modo el círculo de la crianza.

Y en este punto no puede desvelarse más sin destripar la película. Ingenio y sentido del humor a raudales en una historia que, por otra parte, no propicia siquiera una carcajada, pero donde el espectador está todo el tiempo con una sonrisa en la boca a la espera de la próxima ocurrencia de los protagonistas para dejar atrás su condición y adaptarse, “como todos”, al mundo hostil que nos ha tocado en suerte. El final es necesariamente feliz: completa un círculo perfecto de amor y muerte. La peli es una de vampiros y suicidas, pero con factor humano.

Es muy aconsejable verla hasta el final "verdadero", pues es de aquellas en las que una escena relevante se superpone a los títulos de crédito y el espectador se la pierde si se levanta antes. 

Como inconmensurable es una gema de humor patrio que quien escribe aún se pregunta cómo habrá llegado a manos de su directora: la canción, Drácula Ye-Ye, Andrés Pajares (EMI Odeón, 1972) y que muuucho más adelante versionarían Doctor Explosión en un arrebato de psicodelia gijonesa. Personalmente, me quedo con la de Pajares, aunque la otra tenga su punto.

Comentarios

  1. Pues si, parece interesante. Voy a ver si la consigo, gracias Miguel.

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