El sexto hijo
La trama resulta artificiosa, digo, porque desde el principio cierra la posibilidad
a cualquier otra forma de resolución que no sea el acuerdo alcanzado entre las dos
mujeres y al que los hombres parecen asistir como convidados de piedra. De modo
que sólo la decisión que ellas toman, aun resultando ilegal en su país —Francia—,
parece la única salida para los dos matrimonios. Las posibles dudas que al
espectador le van surgiendo en relación con los conflictos planteados para resultar creíble —los anteriores partos de la madre gitana y que el pediatra "decide" no detectar: por necesidades del guion se presenta como primeriza; la imposibilidad de adoptar por parte de la pareja de abogados al
ser descartada por la psicóloga; el conocimiento de la ley y, a pesar de ello, su
incumplimiento por parte de los abogados— resulten como agua que el director achica de forma permanente para que el barco de la
película se mantenga a flote. Acabe por abocar a un intento desesperado porque
todos se entiendan. Consecuentemente, el dinero termina por afluir y viene a
ser el bálsamo que cura todas las heridas y permite a los unos sobrevivir y a los
otros cumplir sus deseos. Queda así planteado el debate ético. ¿Puede este comprar la paternidad? ¿Existe o puede existir el derecho a ser padre en el
cuerpo de otra persona? ¿Se trata de altruismo o es transacción económica? ¿Puede
descartarse el feto si este presenta síndrome de Down o es múltiple? ¿Puede una
misma mujer concebir dos o más embriones para otros tantos clientes? ¿Se
cosifica el cuerpo de la mujer?
Con todo, uno de los mayores conflictos, a mi entender, es el que se da
en la pareja de abogados cuando la mujer decide ir adelante y fingir su
embarazo —pone un almohadón sobre la tripa— plantándose ante amigos comunes y
compañeros de bufete. De ese modo arrincona al hombre, antes reticente a
llegar a acuerdo alguno con la familia gitana —representaría veinte años de
prisión—, y lo sitúa ante una encrucijada: la mujer a la que, a pesar de todo,
ama, o la cárcel. La pregunta que le plantea a ella es determinante: «el
problema no es el hijo, el problema eres tú», viene a decir frente a una mujer
dispuesta a todo por conseguir el bebé que desea. Tal circunstancia viene a dar
la razón a la psicóloga que la incapacitaba como potencial madre adoptiva.
Las interpretaciones de Sara Giraudeau como abogada y potencial madre, o Benjamín Lavernhe como pareja de esta, son encomiables. Lo mismo que la dirección de Léopold Legrand: aun constriñendo la trama al punto de llevarnos donde él quiere, logra que el espectador se haga preguntas capitales que forman parte del debate social de nuestro tiempo: ¿puede la tecnología ir por delante de la ética?
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