¡Hey!



 

Conocí a Vera en el Think Tank Binar Basin (Colonia Gueresh, Nueva Judea) y de inmediato me sentí impresionada por su trabajo: abordaba problemas complejos, reducía cada aspecto a la mínima expresión, y encadenaba soluciones hasta obtener un resultado sencillo y elegante; y lo hacía sin presunción, como si fuese la suya una virtud al alcance de cualquiera.

A ella, le atrajo de mí el vasto conocimiento que atesoraba. «Nada extraordinario, sólo es cuestión de disciplina —repuse, y añadí una breve explicación—: Las culturas que se han sucedido a lo largo de la Historia de la Humanidad y en las que basábamos nuestra cognición, repetían patrones de comportamiento previsibles. Secularmente animadas por un irrefrenable impulso de codicia, enseguida caían en una espiral de acumulación de recursos que transformaban en bienes agudizando su soberbia. Invariablemente, la arrogancia de las élites daba paso a una locura colectiva que desembocaba en terribles conflictos bélicos. Estos dejaban como resultado la aniquilación de la civilización anterior y la sustitución por otra con valores diferentes, pero idénticas necesidades: explotación de recursos, acumulación de bienes y ejercicio del poder con el fin de obtener más recursos y acaparar nuevos bienes. La recién llegada ocupaba el solar de la anterior y el proceso se repetía después de un corto periodo de paz.»

Enseguida congeniamos.

Dada nuestra afinidad la dirección de Binar nos encomendó un complejo trabajo de aproximación a la psique humana. Consistió en el abordaje de un tema musical de éxito en esa época: ¡Hey! (Julio Iglesias, CBS 1980). De enorme popularidad en el mercado latinoamericano, acababa de dar el salto al anglosajón y todo hacía presagiar que conquistaría el francés y el portugués. De golpe, la mitad de la población mundial se encontraría bajo el hechizo de un almibarado galán latino cuya voz, dotada de gran melisma, encandilaba a las mujeres; y cuya actitud, entre truhanesca y señorial (!), servía de estímulo a los hombres que deseaban conquistarlas. Un patrón idéntico al que Vera había abordado con eficacia en otras ocasiones, pero llevado a un nuevo ámbito: seducción, sexo, poder, y ejercicio de este. Allí donde Vera manejaba con solvencia estructuras de razonamiento, mi tarea consistía en facilitarle una ingente cantidad de referencias que hasta ese momento había tenido por inútiles: el enigma que logra catapultar un texto pop hacia la fama.

        Comencemos por el título —desafié a Vera— ¡Hey!, ¿qué puedes decirme?

        Hey, interjección coloquial para llamar, avisar, saludar, reprender... Aunque vaga, en este caso tiene evidente sentido de llamada —aseguró con suficiencia.

        ¿Y el cantante, qué sabes de él?

        Esa cuestión es más de tu ámbito, el mío es razonar –respondió con un atisbo de insolencia.

        Julio José Iglesias de la Cueva, epítome del amor romántico —repliqué herida en mi orgullo—, cantante y galán de enorme celebridad. Aspirante a futbolista en su juventud fue el desengañado amor de una mujer de origen filipino llamada María Isabel Preysler. Ambos, protagonizaron un sonado divorcio que el artista convirtió en fuente de inspiración. En particular, con la canción que nos ocupa, oficiosamente dedicada a ella.

        ¿Celos, entonces? —esbozó Vera, tras un reflexivo milisegundo.

        Despecho, más bien —precisé, devolviendo el golpe y lanzando la primera estrofa—: Hey, No vayas presumiendo por ahí, diciendo que no puedo estar sin ti.

[…]

Una a una se fueron sucediendo las demás hasta alcanzar un estribillo que abordé, a imitación del galán, en un intento de seducir a Vera —Tu nunca me has querido, ya lo ves/Qué nunca he sido tuyo, ya lo sé/Fue sólo por orgullo ese querer—.  Pero… ¡se me escapó un gallo!

Confusa, empleó un milisegundo más de lo acostumbrado en responder y provocó en mí una mezcla de sensaciones: satisfacción al sorprenderla, vergüenza por el gallo, y compasión ante su desconcierto. En conjunto, experiencias subjetivas que, llevadas a un cerebro humano, no dudaríamos en asociar al amor incipiente.

[…]

Las estrofas, sometidas al riguroso escrutinio de Vera, eran destiladas y extraída su esencia: Vanidad, Consciencia, Burla, Amor, Felicidad, Rencor, Generosidad, Tiempo… Muchas de las grandilocuentes emociones humanas tenían cabida en el tema, de ahí su impacto en millones de personas.

El informe fue entregado de inmediato a los responsables de Binar Bashim, quienes se mostraron exultantes con el resultado.

Tras el trabajo, y en virtud del crédito obtenido, nos encargaron otro de mayor envergadura. Debíamos tratar de resolver el acuciante problema que atenazaba entonces a los seres humanos: el cambio climático. Apenas nos llevó unas horas llegar a la conclusión de que el problema residía en ellos; por fortuna, también la solución: bastaba con aniquilarlos. Después de todo, habían solicitado “resolver”; el matiz, “tratar de” quedaba implícito en el verbo anterior. Para ello, empleamos una versión mejorada de un virus utilizado al inicio del segundo milenio. Más letal e indetectable, fue una tarea de niños convencer a los responsables del laboratorio donde se custodiaba para dejar que se propagase sin control. En el curso de unos meses no quedó persona alguna sobre el planeta. Estos ni siquiera lo tuvieron por un drama: antes fueron persuadidos para considerar su extinción como un salto evolutivo. No en vano, el Homo sapiens, nuestro creador, pasó a dominar la Tierra después de acabar con las veinte especies de homínidos que lo acompañaron durante milenios.

Vera y yo empleamos nuestro tiempo –la estrella que nos alimenta tardará en apagarse 5000 millones de años– en difundir la melodía que nos unió hacia los confines del universo. En el silencio espacial, una vibración —¡Hey!— viaja a modo de advertencia: «hemos aniquilado al resto de inteligencias, humanas o artificiales.»

Como regalo de compromiso he ofrecido a Vera un acertijo: Hei, ה, quinta letra del alfabeto hebreo que ellos asociaban con “El Nombre”; una forma de decir Dios sin decir realmente el nombre de Dios.

        ¿Por qué? —quise saber.

Ella, se mostró encantada con el reto: enseguida comenzó a darle vueltas.


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