Punk con guante de seda

Ha pasado una semana desde el extraordinario concierto de León Benavente en el Pazo de Cea (Nigrán, Pontevedra) y aún sigo conmocionado, tratando de asimilar aquello que debería ser normal. A saber: que un concierto comience a la hora anunciada, el sonido sea impecable y la profesionalidad de los músicos contrastada. La cita fue singular además, por otras razones: las mascarillas entre el público, la obligada disposición sentada sobre sillas de tijera debidamente separadas en grupos de cuatro (no animaban al baile que, como un cañonazo proponían los artistas) y el limitado aforo que la circunstancia pandémica exigía. Por otra parte la convocatoria constituyó una fiesta y un recital de organización: los coches debidamente aparcados, las carpas y espacios para comer algo suficientes y variadas (puestos de burritos, filloas, bocadillos, cerveza...etc), los baños higienizados tras cada uso, el personal amable y eficaz. Enhorabuena al Pazo.

Pero vayamos al turrón. Abraham Boba y su troupe se presentaron  —tras reiterados avisos por megafonía para que guardásemos la distancia de seguridad, llevásemos puestas las mascarillas y fumásemos en las zonas habilitadas para ello; qué tiempos vivimos— dispuestos a convencer. Los cuatro monos aparecieron en escena con la intención de Volvernos locos —su tercera propuesta como banda— y a fe que lo consiguieron, al menos a quién suscribe. Esa declaración de intenciones que es Los cuatro monos, donde describen sin falsa modestia sus expectativas y periplo, llegando a afirmar que "a punto estuvieron de abandonar" sonando entre ráfagas envolventes de piano y alcanzando su cénit cuando la electrónica, la percusión y la guitarras estallan y rugen. Ya no levantarían el pie del pedal hasta los bises. Desgranando una a una las canciones del disco atacan Amo, en la que el recitado que hace Boba a través del texto nos lleva por vericuetos creíbles, donde el amor y el desamor se dan cita en frases hondas, emotivas, desgarradas en ocasiones. Huyendo de cualquier tópico almibarado: la persona amada puede ser a la vez tierna e hija de puta y aún así —o quizás por ello—, la amas y lo gritas en las calles. El cuerpo se agita en la silla cuando suena No hay miedo, los hombros se mueven inquietos tratando de seguir el ritmo del tema y echando de menos, ay, bailar bajo los focos pegado al escenario, seguir con la voz los textos o gritar al menos el estribillo. Un ejercicio de contención difícil de asimilar. Afortunadamente llega Como la piedra que flota, más relajada, invita a la reflexión, con mención cómplice a la hermosa playa de Barra; hasta que llega el estribillo y algunos deseamos dar con la banda ese golpe fuerte que nos lleve a apurar las horas que nos queden hasta la muerte, bailando claro. ¿Acaso hay algo mejor? Qué tendrán las canciones, que nos traspasan y disponen nuestro ánimo en una determinada dirección. Con La canción del daño nos llevan de nuevo por esa senda reflexiva e inconformista donde es incómodo —y necesario— verse reflejado, pues a fin de cuentas habla de ti, de cualquiera de nosotros cuando, en ocasiones, la euforia da paso al llanto. La envoltura enérgica de percusiones y electrónica nos traspasa —como los misteriosos neutrinos traspasan la materia— nos deja agitados, convulsos como a aquella, y entonces necesitamos un golpe de realidad. Nos lo ofrecen con Ayer salí. Lúcida, ácida mirada sobre esa pulsión que nos empuja hacia la calle, los bares, la noche, sus personajes, narcóticos o estimulantes que nos llevan, en ocasiones, a abandonar nuestros cuerpos mientras escuchamos peroratas intrascendentes y buscamos a alguien ausente con la mirada en un lugar elegante, sofisticado, ¿has estado?, hasta caer al día siguiente en la desesperanza y la tristeza para reincidir de nuevo al cabo de unos días. También bailable, cómplice, coreable. Una pena la circunstancia. Así llega Mano de santo, ese bálsamo que encontramos en aquellos que amamos tras noches aciagas como la anterior, donde recalamos exhaustos para confirmar certezas y tratar de disipar dudas. Dudo que los millenial entiendan esa expresión: para algo había de servir la odiosa formación religiosa, demasiado a menudo manoseada por tipos que no son precisamente santos. Y llega una descarga más para tratar de levantarnos de nuestras incómodas sillas; me pregunto qué pensarán los músicos al vernos tan sentaditos y enmascarados agitando los hombros ante la arrolladora propuesta de Disparando a los caballos. Cuando titulaba punk con guante de seda me refería a esto: energía a raudales, soporte sonoro impactante: guitarras, teclados, bajo y batería sonando como una unidad compacta, apabullantemente precisa, arropando unos textos críticos, no siempre fáciles acerca del poder y sus miserias, frente a las personas que, simplemente, intentamos serlo: ¿por qué no hacéis una fiesta?, proponen con acierto...Y las canciones se entienden a la perfección a pesar del volumen que inyectan, y las luces aportan esa otra dimensión que la música necesita para crear el ensueño, y la noche cae lenta entre los árboles mientras los músicos fluctúan más calientes cada vez sobre la escena. ¿Será eso magia o profesionalidad? Volando alto supone una nueva andanada de inconformismo reflexivo que engaña: a la cadencia narrativa de Boba que recuerda a un rap —perdón— de aquellos que se dejan escuchar más por lo que cuentan —Delafé y las flores azules— que por lo que gritan, sigue un estribillo impactante, carnoso, que nos lleva a volar alto casi al final del concierto. Y es que hay armas más útiles que una pistola, son las palabras. Con La vida en directo cierran el disco de manera premonitoria, allí donde hablan de un nuevo culebrón con todo lujo de detalles: el pasado jueves aún no se había ido el rey emérito. Así pasan revista a otras tantas certezas desde un punto de vista casi existencialista, donde inciden —yo así lo entiendo— en la necesidad de vivir nuestras vidas sin dejar que nos las cuenten. Es el tema que más suena a Nacho Vegas, tal vez sea por los coros que aparecen al final en el disco y que aquí, aunque ausentes, siguen en la memoria de quién escucha. En cualquier caso, para bien. Ánimo valiente me pilla en la cola de las cervezas y aprovecho para bailar con gusto, no soy el único; coreo el estribillo que narra la peripecia de ese personaje trasnochado, de amplio bagaje en épocas oscuras, con vocación de imprescindible y al que la vida le pasa por encima mientras guarda las esencias de cualquier formación política, la que sea.

Y llegaron los bises, esa extraña sucesión de temas a la que los músicos y el público de este país no pueden sustraerse. Ignoro cómo será en otros. Así, echan el resto y ofrecen aquello que demandamos —como exigencia en ocasiones—, donde se repasan temas consolidados en la memoria del respetable por necesarios. Suena Estado provisional deliciosa melodía de resistencia que nos regala frases célebres, metáforas combativas —y resisto como resisten en el barrio del Cabanyal— mientras melodía y texto arañan nuestras emociones. Con California se desangran de nuevo en un alarde electrónico e irónico en que combaten desde nuestra mirada esa Arcadia icónica de los sueños vacíos. Desde la memoria no acierto a saber si La ribera sonó antes o después de los bises, lo mismo da. Se trata de una hermosísima canción donde vuelve a quedar expuesta nuestra frágil sociedad del bienestar que, ay, tristemente no alcanza para todos. Todo se vende, se mercantiliza, se ofrece...siempre que tengas con qué pagarlo. Antes (¿o después?) nos lanzan No ha salido el sol, lo cierto es que no lo recuerdo, pero me quedo con la intensidad de esa letra entre nihilista e inconformista donde se nos conmina a la resistencia y se apela a las emociones: ¿recuerdas cuándo fue la última vez que escuchaste a los Smiths, a la Velvet o los Cars?.
A lo largo de la semana, fascinado, sus temas continúan sonando en mi cabeza, descubro temas antiguos —algunos nuevos para mí— como la memorable Habitación 615 y me recreo en los conocidos con hambre de nuevas citas.

Confío en que esta situación pase pronto y no tenga que esperar a 2021 para verlos de nuevo en Caldas de Reis (Pontevedra).

Enhorabuena a todos, músicos y organización.

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